Alfredo
Cardona Tobón
Su
nombre era Claudio Rojas, de los Rojas del corregimiento de Naranjal, y por
tanto oscurito, menudo, reservado, graduado en leyes sin haber ido a la
Universidad, pues nació con el Código Civil incorporado, como sucede con los muchachos modernos y
las nuevas tecnologías.
La
vida de Claudio Rojas fue un rosario de jornales y su existencia
siempre estuvo pendiente de un hilo en una tierra azotada por todas las
violencias. Se vio confinado en una cárcel durante varios años, no por peligroso,
tampoco por criminal, sino por defender lo que creía justo y porque fue
escogido como un chivo expiatorio, pues había que mostrar que en Colombia hay
justicia y dejar en claro que quien la
hace la paga, y mucho más con los
campesinos tildados de bandidos al apoyar la llamada “ República de Quinchía"
En
realidad, Claudio fue un labriego inofensivo a quien pudieron capturar porque a los peligrosos de
verdad, a la gente de mala entraña como “Uña de gato”, “Paso lento”, o “Coclí” los tuvieron que matar al intentar apresarlos.
Después
de recobrar la libertad, el viejito Claudio pasaba largas horas mirando desde la
ventana de un apartamento de Bogotá cómo el sol y las sombras jugaban con las
siluetas de los cerros orientales; recordaba sus andanzas por los campos verdes
de su pueblo, por las riberas del Cauca
y extrañaba la vista majestuosa
del cerro Batero y la neblina que se desgarraba al enredarse en la cima.
Un
día el viejito no volvió a asomarse a la ventana bogotana y con él
se envolató la historia de “ la
república del Capitán Venganza” que tuvo al frente a Medardo Trejos y como “canciller” a
Claudio Rojas: secretario, amanuense, vocero y asesor del jefe de las autodefensas campesinas..
El
andamiaje de la “República bandolera”
tuvo dos puntales: uno era Claudio Rojas y el otro Horacio Aricapa.
Claudio hablaba con los periodistas, escribía los comunicados y los memoriales que enviaba a las
autoridades. Horacio Aricapa, por su
parte, fue el coordinador de
operaciones, el hombre fuerte, el
eslabón entre las varias cuadrillas manejadas por los lugartenientes de “Venganza”.
En
1959 el liberalismo estaba dividido entre los oficialistas y el MRL. Merardo
Trejos apoyó a los primeros y procedió a
nombrar un directorio politico sin representación de la disidencia: pidió los sellos y sin consulta previa, pues sus deseos eran
ley en el municipio, dio posesión a
Claudio Rojas, Arnoby Marín, Jesús Ruiz y Carlos Palacio en remplazo de
Clemente Taborda, Aníbal Uribe, Juan Álvarez , Delfín Quintero y Gilberto Cano.
Claudio Rojas asumió la presidencia de la entidad que funcionó
de acuerdo con las directrices de “Venganza” sin la intervención de los
directivos del partido.
¿ Pero quien fue Claudio Rojas?
Fue
un tinterillo que defendió a los nativos quinchieños de la rapiña voraz de quienes
querían aprovecharse de las tierras, las
salinas y las minas de las parcialidades
indígenas; por su ascendiente sobre la comunidad
los políticos lo nombraron inspector de
policía del caserío de Irra, donde
encubierto, y luego a la luz del día, se convirtió en la mano derecha de Medardo Trejos, alias el “Capitán Venganza”.
Mientras
otros empuñaban el machete o la escopeta de fisto, Claudio Rojas
hablaba con los periodistas, redactaba memoriales y comunicados que firmaba “El
Capitán Venganza”, cuyas bandas conformadas por “Pedro Brincos” tenían inicialmente el objetivo de proteger un
municipio azotado por la policía chulavita y “los pájaros” del occidente del
Viejo Caldas.
Después
de firmar un tratado de paz, el “Capitán
Venganza” continuó ejerciendo la
autoridad y castigando a los abigeos y a los ladrones en
una cárcel en la vereda de Poleal; Claudio Rojas se opuso al procedimiento. “Que
los castiguen las leyes le dijo a su jefe, exija que la ley caiga sobre ellos
sin contemplaciones”. Y por intermedio de Claudio, el “Capitán Venganza” dio
permiso al ejército para que operara
dentro del territorio de Quinchía, explicando que su jefe no actuaría en la
zona para que la tropa patrullara donde quisiera.
Parece
inconcebible que los irregulares pusieran las condiciones a la fuerza del Estado; pero fue así: mientras la clase
dirigente de Manizales proponía “tierra arrasada” como en El Líbano, Tolima, el
general Valencia Tobar tenía muy en claro las implicaciones de tal política y
el riesgo que supondría enfrentarse a más de cuatro mil campesinos dispuestos a
hacerse matar en defensa de sus tierras y de sus hijos. Claudio Rojas se convirtió en el canciller de
la “República de Quinchía”. Merardo
tenía pocas luces y era Claudio quien redactaba, defendía y proponía los
acuerdos del bandolero con la fuerza pública. Fue Claudio quien creó el mito del Robin Hood criollo que ha
enmarcado los estudios del “Capitán Venganza” en Estados Unidos y Europa y fue
Claudio Rojas quien neutralizó la ofensiva mediática orquestada en Manizales
para atribuir a su jefe cuanto crimen se
cometía en la región.
Pese
a los arrestos y a las numerosas bajas en
las cuadrillas, el ejército
no pudo controlar totalmente la zona rural de Quinchía. La tropa patrullaba, iba de un lado a otro sin
poder capturar a “Venganza”, ni desvertebrar los grupos bandoleros que se diluían dentro de la
población campesina; la policía actuaba solamente en la zona urbana y el ejército perdía su tiempo, pues su paso era
señalado por los vecinos con trapos de diversos colores que los vigías de “Venganza” oteaban desde los cerros del
territorio.
Viendo
que por la fuerza era imposible acabar con la insurgencia bandolera, el
gobierno optó por neutralizarla mediante
el trabajo, el deporte y misiones
religiosas. La gobernación abrió caminos, carreteras, pavimentó calles, llevó
alumbrado, construyó viviendas, escuelas, colegios y emprendió las obras que no se hicieron en
siglos. Con el apoyo oficial se
organizaron cooperativas del deporte y Quinchía se convirtió en un gran campo
de fútbol con campeonatos, reinados, estadio, y vistosos uniformes. Para
complementar la ofensiva cívica se trajeron de España curas, monjas y religiosos que establecieron tres parroquias
en el municipio y dirigieron los centros
educativos.
Al
restar el apoyo campesino, las fuerzas
armadas presionaron militarmente y multiplicaron
las redadas, donde cayeron reconocidos antisociales y también centenares de inocentes que fueron a parar a las cárceles sin quién los defendiera. El 5 de junio de 1961 una patrulla del ejército ejecutó a “Venganza” y poco a poco fueron cayendo los
principales cabecillas de las bandas, que de defensoras de Quinchía se habían
convertido en sus verdugos al someter a la comunidad a la extorsión y el chantaje.
Pronto
capturaron a Claudio Rojas, lo cargaron de cadenas y rodeado de soldados lo
llevaron a Manizales, y luego a una
cárcel de máxima seguridad en Bogotá con
una condena de veinte años. Jamás había
empuñado un arma ni participado en operativos bandoleros; Claudio se había metido a redentor sirviendo de contacto entre
“Venganza” y los funcionarios del Estado; era simplemente la voz de unos campesinos a quienes solamente les dejaron el argumento
de las armas, y como a los redentores el
inquieto tinterillo terminó crucificado por la oligarquía colombiana.
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