YO
QUIERO PEGAR UN GRITO Y NO ME DEJAN…
Alfredo
Cardona Tobón
Era
el año 1950; pocos meses atrás la familia Murillo había llegado a Medellín de
huida de la violencia alzatista entronizada en el Viejo Caldas. Se instalaron primero
en un pequeño cuarto en el barrio Loreto,
luego cuidaron una casa vieja en la entrada de Itagüí y al
fin ocuparon una minúscula edificación de ladrillo al pie de una cañada,
en una calle destapada y ciega de Campo Valdés. Para don Genaro, doña Beatriz y
sus hijos era muy triste pasar de una casa enorme con corredores y solar, con
gallinas y patos en un pueblo con charcos y amigos, a una vivienda estrecha en medio de gente extraña. Pero la
vida es así y debía capotearse como se pudiera.
Por
ese entonces el barrio Campo Valdés era una enorme iglesia que parecía una
catedral con casas humildes a los lados y calles destapadas y llenas de huecos entre dos quebradas que corrían loma abajo. Buses
escaleras atendían el transporte del barrio, al igual que una línea del tranvía
que iba hasta Manrique oriental y pasaba por un costado del lago de La Independencia.
Campo
Valdés estaba ocupado por gente trabajadora, contaba con tiendas en cada esquina y estaba relativamente alejado del centro de la ciudad. Era un barrio feo con
muchachas bonitas.
La familia Murillo no guarda buenos recuerdos
de Campo Valdés; una barrita de muchachos matoneó a los hijos menores y les
hizo la vida muy difícil. Los Murillo
habían vivido en un pueblo pequeño donde
los respetaban y apreciaban y de pronto se encontraron entre pequeños delincuentes y
en medio de mujeres que miraban con prevención a doña Beatriz, una dama que
descollaba en porte y señorío.
Después
de reventar las ñatas a dos o tres peleadores
los guapitos no volvieron a
molestar a los pequeños de la familia Murillo, entonces la vida, a pesar de las limitaciones, empezó a
correr plácidamente en las mangas
cercanas donde los muchachos jugaban futbol y cogían mangos biches.
La
violencia política arreciaba en Caldas, Valle y el occidente antioqueño. La
policía del régimen conservador hacía de las suyas junto con los “pájaros” arropados bajo las banderas azules. En esa
época trágica cargada de amargas noticias, estaban de moda los boleros de Los Panchos y las canciones de Buitrago copaban
los espacios radiales. Se oía “La
Múcura” , “Dame tu mujer José” y sobre todo “Un grito vagabundo”, que se
convirtió en señal de rebeldía de los liberales perseguidos por
el régimen. Con un “Yo quiero pegar un
grito y no me dejan”- empezaban la canción,
mientras otros a prudente distancia de los gendarmes o de los oponentes partidistas continuaban
con “Yo quiero pegar un grito vagabundo”. Al final
unos remataban con un :!Viva el glorioso partido Liberal! antes de empezar
a correr o perderse entre la multitud
para evitar los bolillazos o la puñalada
marranera Esos eran recuerdos del bermejo Campo Valdés tan diferente al barrio Belén, más estirado, más
clasudo según decían, y azul hasta los tuétanos, porque en ese
entonces los barrios tenían su color político
Entre
la memoria imperecedera del hijo mayor
de los Murillo está la caída de una avioneta en Campo Valdés que por poco acaba con su existencia y la de los muchachos del barrio. Eran tal vez las dos o
las tres de la tarde de un día de 1950. Estaban jugando fútbol al lado de la fábrica de Textiles Helios
cuando oyeron el ruido del motor de una
avioneta; levantaron la vista al cielo y entonces vieron al pequeño avión
precipitándose a tierra con dirección
adonde estaban. La avioneta pasó rozando las casas, cruzó por encima de los
pelados y se incrustó en la última casa
de la cuadra.
Fue
como si hubiera explotado el mundo: se oyó un ruido ensordecedor, se levantó una enorme nube de humo
y polvo y luego el silencio absoluto. En esa ocasión la chiquillada del barrio se escapó de la
muerte por un pelo. El mayor de los
Murillos cuenta que solo atinó a correr hacia su casa y en el camino se encontró con doña Beatriz
que desesperada iba hacia el punto de la tragedia pensando que los muchachos
habían perecido.
Pronto
el lugar se llenó de curiosos. En segundos
salieron de la nada. La pequeña nave era una masa retorcida cubierta de tapias derruidas, pero no se veía ninguna víctima.
Después la prensa informó sobre la muerte del piloto y un pasajero y la salvación milagrosa de la señora de la
casa que se escapó de morir al salir al solar a tender una ropa.
Al oír
el estruendo, varias obreras de la fábrica
de calcetines Helios se desmayaron del
susto, otras dieron gracias a Dios por
haber nacido de nuevo, pues la avioneta se incrustó a escasos treinta metros de
las instalaciones fabriles. La policía
no tardó en llegar y estableció un
cordón alrededor del siniestro. La gente
trataba de acercarse y la fuerza pública
empujaba para impedirlo. De pronto
alguien gritó : ¡Yo quiero pegar un
grito y no me dejan¡ y el resto de los curiosos
gritó a todo pulmón : ¡Viva el glorioso partido liberal! Y lo que era un
doloroso accidente se convirtió en una asonada. Las piedras llovieron sobre los
uniformados que se resguardaron tras los escombros, llegó más policía y llovió culata y bolillo contra los indefensos espectadores que quedaron entre
la POPOL y los alborotadores.
Años
después Antonio, el hijo mayor de los Murillo, regresó en un Jueves Santo a Campo Valdés con su amigo
Marco Fidel Suárez Martinez y al entrar a la iglesia del Calvario a ver los
monumentos, el cura les puso unos cascos
de centuriones y les confió la guardia
del Sagrario. Las horas pasaron sin que
llegara el relevo y muertos de sed y ganas de una cerveza los dos amigos
desertaron. Eran muchas las parroquianas bonitas y había que seguir admirando monumentos. Esa fue la última vez que Antonio estuvo en Campo Valdés. Ya viejo me contaba
entre copa y copa sobre su vida en esas calles sin asfaltar, quebradas sin
canalizar, la lucha por no dejarse arrollar por unos matoncitos y el trágico accidente de la avioneta en una tarde sin fecha de 1950.
Porque se llama el Barrio Campo Valdés , de donde sale el nombre , por favor me informa . Gracias .
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