Alfredo Cardona Tobón
Al
hacerse cargo de las minas de oro de Marmato y Supía, los
empresarios ingleses contrataron personal nativo y también obreros
y capataces europeos que en parte sucumbieron víctimas del trópico
y los excesos.
En
octubre de 1828 Juan B. Boussingault escribió: “los trabajadores
que estaban bajo mis órdenes en Marmato eran negros esclavos,
libertos, mulatos y mestizos, los cuales constituían una gran
seguridad en mi aislamiento, pues ellos todos eran sobrios, sumisos,
abnegados y tenían respeto a los 150 obreros europeos, hombres
turbulentos y casi todos entregados a la bebida.”
El
testimonio de Boussingault indica que los europeos, díscolos e
indisciplinados, en más de una ocasión pusieron en calzas prietas a
las autoridades locales que estaban supeditadas a la Compañía
inglesa, como si el régimen español recientemente derrocado,
hubiera sido remplazado por otro colonial manejado desde Londres.
El
científico Juan Bautista Boussingault describe caminos y minas y el
diario acontecer en una región donde una segunda mezcla racial, ya
no con los españoles y negros sino con alemanes e ingleses, creaba
nuevos grupos sociales y otros conflictos en el enmarañado turbión
de las explotaciones auríferas.
Uno
de esos incidentes que implicaron al capitán Walker y al cura de
Supía, pudo haber hecho desaparecer a Supía en medio de las llamas
como quedó registrado en las “ Memorias” de Boussingault :
“Estando
en Riosucio de Ingrumá- escribe el cinetífico europeo- fuí
despertado a las cuatro de la mañana por el alcalde de La Vega de
Supía que había venido a toda carrera a avisarme que los ingleses
querían incendiar la población; que se paseaban por la calle
principal, y la única, con antorchas encendidas, y que no esperaban
para colgar al cura sino prenderle fuego a la iglesia.
-
No lo crea usted don Juan – me respondió el pobre alcalde
temblando- el capitán
está a la cabeza de los revoltosos, se encuentran ebrios y si usted
tarda, Supía será destruida, la iglesia y los santos quemados y el
cura ahorcado.
Mi
espolique había ensillado mientras yo me vestia, preparaba mi espada
y renovaba la carga de las pistolas; jamás había bajado de Riosucio
a la Vega con tal celeridad. Cuando llegamos todavía estaba oscuro.
La iglesia estaba abierta e iluminada. Entré a ella a caballo y
habiéndome desmontado hice llamar al capitán Walker. Este llegó
al punto todavía un poco vacilante; este excelente joven tan suave y
tan erudito se puso a
llorar desde que me vio. Yo lo hice poner en el cepo a pesar de serme
muy penoso, pero después de todo le prestaba un gran servicio
sustrayéndole
de un medio que lo hacía el primer responsable.
Inmediatamente
después
comencé la investigación, interrogué
primero a Budge, hombre de ojos azules y de fisonomía pícara. Este
declaró que el cura se vanagloriaba de haber dado a los ingleses
aguardiente con que se habia lavado los pies. Esto no era cierto,
pero había exasperado a los extranjeros,
la mayoría de los cuales dormían por el suelo en un estado tal de
borrachera que fue imposible despertarlos. En cuanto al cura, a
quien yo quería oir, antes de enviar un informe a su obispo, no se
logró descubrir su escondite. Lo hice buscar por auxiliares que yo
había organizado para el caso de que los obreros extranjeros
hubiesen puesto resistencia.
En el momento en que salía de
Riosucio había enviado a Marmato orden de reunir a los mineros
negros y que los enviaran armados de machetes a la Vega de Supía.
Pronto llegaron, pero su intervención ya no era necesaria; todo
terminó en gran calma y a las 9 el Cabildo vino a agradecerme el
haber salvado la ciudad del incendio y del pillaje.”
“ Yo no había salvado nada!.
Fue un desorden causado por hombres borrachos que habían arrastrado
a uno de sus jefes, quien en lugar de hacerlos entrar en razón, se
había asociado a su mala conducta. Walker una vez en su juicio, me
escribió una carta muy emotiva. Lo hice poner en libertad y lo envié
a Sonsón para que vigilara el transporte del material. Algunos meses
después el desdichado joven murió a consecuencia de su excesos y
tuve la ocasión de verlo una vez más, antes de su muerte. Estaba
inconocible, al punto que escribí a un amigo común: “ Walker ya
no es más que un masa de carne impregnada de alcohol”.
Alfredo Cardona Tobón
Supía
El inmigrante inglés Eduardo
Walker fue uno de los extranjeros que sucumbió al trópico y fue
doblegado por el alcohol y las mulatas. Aunque no pasó a la historia
por merecimientos Eduardo fue el tronco de una familia ilustre que
ha servido a Colombia. El apuesto inglés conquistó a doña
Januaria Robledo, una bella dama de las sociedad sonsoneña y a su
muerte dejó dos hijos : Eduardo y Maria Luisa.
Eduardo, hijo, formó en
Manizales un hogar con doña Helena Upegui y se recuerda por haber
sido de los primeros en establecer cafetales en la zona; por su
parte María Luisa se unió en Abejorral con Bernardino Jaramillo,
de cuyo matrimonio se recuerda a Luis Jaramillo Walker, un notable
empresario que jalonó el progreso pereirano con la hacienda Julia,
trilladoras de café y generación eléctrica.
La guachafita de Walker y los
mineros ingleses retrata de cuerpo entero una época turbulenta
donde primaba, como en el lejano oeste norteamericano, la ley del
más fuerte. Pero ese no fue el único incidente con los europeos
cuyos líderes organizaron huelgas, fraguaron asonadas e hicieron
causa común con las mulatas y las mestizas de los aluviones y las
vetas auríferas.
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