¿LA PEREIRA DE HOY?


CARTA DE CARLOS STYLES A GONZALO VALLEJO

 

Pereira julio 5 de 1989

“¿Quiero esto decir que mis pensamientos sean pesimistas?. He oído  que algunas personas los califican así: pero yo no veo muy claro que el pesimismo sea, sin más ni menos censurable.  Son los hechos los de tal condición, por lo cual juzgarlos con sesgo optimista, equivale a no  vernos enterado debidamente de ellos.”

J. Ortega y Gasset- ( De la España invertebrada)
                                Gonzalo vallejo Restrepo

Muy  apreciado amigo:

He sabido penosamente, de sus dolencias físicas las cuales deploro y hago votos sinceros por su total recuperación.  He estado  por visitarlo, pero los hogares son para mí templos donde resplandecen los afectos como es el suyo, inspirándome sobrecogimiento y respeto al igual que experimento al pasar las naves de la basílica iluminada apenas por los reflejos tenues de las luminarias que se van extinguiendo  al paso inexorable de las horas.

A falta de diálogo personal, sírvame la presente de manera de guisa, excusa o penitencia, para hacerle una confidencia personal:  ojeando en estos días de ausencia de los seres queridos he tropezado en un álbum amarillento con una foto que me impresionó del querido  tranvía, que torna a alentar el cielo  nebuloso del recuerdo.

Al observarla, tiene para sí como debe de tenerlo para quien la admire, ese grato recuerdo saturado de toda la tristeza de un feliz reencuentro.  Es bueno y alivia tornar a encontrar con unos viejos pasos, que ya, por el paso implacable del tiempo,  se están convirtiendo en cenizas y  por  la influencia y por la forma imperecedera de la belleza, retorna a las antiguas huellas de la vida y del alma,  quiero decir,de la Pereira de la segunda década de este siglo que  inspirara las creaciones poéticas de nuestro nunca bien lamentado Luis Carlos González.

Porque de esta embriagadora villa, que hoy rememoramos vamos perdiendo espacio, dando así razón a quienes afirman que cada día es más estrecho el sitio para el hombre. Así, la libertad, me he dado cuenta, deja de serlo cuando no sabemos apresurarnos dentro de esa fabulosa y arbitraria arquitectura de cemento  de la cual nos ufanamos, que ha roto con todo un siglo de tradición .

Lo importante es hoy, buscar un lugar para una persona, que digo,  para miles de personas que día a día van llegando  a la ciudad para buscar albergue en los gigantescos apartamentos o en los tugurios infrahumanos que circundan la ciudad.  Así, la ciudad, antes apacible “ trasnochadora y morena” se nos va esfumando en vientos de memoria.

Los horizontes que echaban sus brazos hermosamente sobre las colinas empenachadas, van quedando  cargadas por muros de pancartas, propaganda política, comercial e industrial que dicen de un despertar que antes no conocíamos y el cual nos ha  llevado una civilización que se le va saliendo al hombre de las manos.

Es así como estamos viviendo  un tiempo  en que se han roto las mejores tradiciones y el humanismo, da la impresión de ser una mariposa atravesada por un alfiler. Todo es angustia, caos, empellones, el quítate tu para imponerme yo,  y así  ocupar un lugar en la  sociedad que antiguamente era remanso de las familias Vallejo, Marulanda, Mejía, Ángel, Campo, Gaviria, Giraldo, Arango, Valencia, Arboleda, Cuartas etc… y tanta prole de tan diamantina estirpe que tenían una historia de colonización, una bandera, un himno, unido  un propósito noble y común.

La solidaridad que hermanaba a los hombres y que hoy va desapareciendo. La ciudad  era en verdad un  conglomerado de familias que vivían en un convivir deslumbrante. Pero la ciudad fue creciendo en forma monstruosa y las familias perdieron el grato sabor a pan bueno, horneado con el afecto  de un amanecer vertiginoso y sorpresivo. Y es así como vemos con angustia que el diálogo se cambió por el alarido. Las gentes ya no conversan, porque no hay tiempo  de madurar  la conversación como uva dorada al sol. Caminamos a prisa en  busca de fines que creemos concretos, pero que son pasajeros y se extinguen como nubes de invierno. Descontamos el mañana y el pasado mañana. Nos sumergimos totalmente en la hora que pasa, que nos arrastra con furia como bestia apocalíptica. La ciudad produjo la civilización, pero ésta hizo trizas la cultura que es una manera de vivir espiritualmente una bella y apasionante  milicia y una empinada ambición de la especie humana.

A menudo tropezamos en la calle con gentes deshabitadas de alma, que no se detienen ante la melena hermosísima  de los mangos que decoran nuestra sala de recibo en donde se nota la ausencia de pájaros cantores, ni ante el bronce esculpido  que lleva por insignia el nombre del Libertador, en donde se ha vuelto usanza ver al pie del pedestal la gaminería amanecida que muestra la cara sombría  de las desigualdades humanas, ni obsevar con placer y esparcimiento los retablos de la imponente catedral de la Pobreza cuya parte que da a la carrera se ha convertido en un arrojadero de miasmas humanas y menos, a contemplar un atardecer que nos reconciliaría con la naturaleza.

Por todas partes bloques de cemento, luces de neón, arquitectura yerta sin las curvas femeninas que nos reconcilian con la ternura.  El Estado, penetra más hondo en la intimidad de nuestra vida haciéndola angustiosa y gravosa.  No somos personas sino fichas, guarismo de inmenso manicomio. Gesticulamos, nos agraviamos cotidianamente, todo porque perdimos como en el cuento árabe el alma. Vivimos ahogados con el agua turbia al cuello.

Por todas partes negocios, socaliñas, feria de vanidades, mentira acartonada, suciedad  insaciable de consumo que invade hasta las zonas reservadas a las mujeres, los ancianos y los niños. La ilusión se convirtió  en paja que arde.  Un materialismo voraz lo invade todo.

La clepsidra nos dice que es tarde para la confrontación de los valores humanos. En este alucinante y enloquecido babel, flotamos sin raíces, sin capacidad para acumular recuerdos como nave a la deriva.

Gritos, imprecaciones, hepatitis, ceños fruncidos y amenazantes, despedazan los nervios ante el temor de ver nuestra vida y la de nuestros seres queridos comprometidas  con cada minuto que pasa ante el imperio sin control del bandidaje y el sicariato a sueldo.

La existencia humanas que merecía un atento florecer, no es nada o vale poca cosa. Todos estamos confundidos ante la fuga de los valores morales que han roto las jerarquías, planificando el terror y la miseria. Anteriormente los hombres de hermanaban haciendo posible la creación de centros  de atención  a la infancia como el Amparo de San Marcos,  el Hospitalito Infantil, hoy desaparecidos, que sirvieron para abultar la bolsa de los mercaderes de turno y los recursos que debieron servir, para no dejarlos morir, se escapan en obras suntuarias y en las gasolineras oficiales que movilizan el clientelismo de turno al cual le importa más tener que ser. Existían nobles propósitos y el cielo  era una lámpara que iluminaba a todos. Hoy nos corroe el escepticismo . Nos alzamos  de hombros frente a cualquier forma de milagro o poesía. Se incuba la violencia y el racimo de los violentos no da tregua. Nadie puede sentarse en paz a ver los atardeceres desde la colina cuando el sol avienta sus oros anunciando la noche que antes era de los enamorados.

La familia ya no se reúne en torno al mantel hogareño a comentar la jornada creativa porque  la televisión terminó con el diálogo y enfermó las mentes, con las veladas hermosas, con la palabra iluminante del abuelo tan llenad de antaño, de bondad y sabiduría.  El oído interior sufre hoy de una sordera irremediable atrofiado por el ruido de parlantes que nos perturban el sueño  y por motos que pululan como langostas mecánicas.

La cogitación, que tanto nos aconsejara el eximio profesor Luis López de Mesa como una disciplina interior, no existe, porque la feria externa, el rugido de la caverna, la imprecación procaz, ha sustituido ese recinto donde nos encontrábamos con nosotros mismos. Se oyen  en los hogares palabrotas de mal recibo en labios en flor. Tarde nos hemos convencido de que si queremos volver al pasado para ver nuevamente correr las aguas límpidas de un rio y purificarnos con la mirada de ese largo cuerpo líquido que escuda sus melenas entre el silencio en  guardia,  que nos recuerda todo lo que hemos perdido y seguiremos perdiendo, en el devenir histórico sin vasos comunicantes, porque hemos roto la heredad de nuestros antecesores.

Sabemos hoy que tenemos que empeñarnos en una lucha sorda y cruel. Que el amor, no puede seguir perdiendo mucho de su pureza para convertirse en un objeto  que se cambie en los espesos aduares.

Volver a ser leales con nosotros mismos y hacer votos porque en el próximo siglo  que ya llega, la ciudad crezca con medida, con simetría, sin violencias, sin desocupación , sin inseguridad, sin egoísmo y hacer que ella tenga la nobleza que le da un siglo de vida, la página del tiempo que habrá de contemplarla como el fruto tesonero de quienes como usted, Emilio Vallejo Restrepo, Carlos Drews, Jorge Campo Posada, Luis Eduardo Ochoa C, Guillermo Ángel, Ricardo Illian, Enrique Campo, Alonso Garcá, Rafael Cano, Francisco Polanco, Osorio Pinto, el padre Antonio Valencia, Alberto Mesa Abadía, Carlos Arturo Ángel, Mario Jiménez Correa y otros nombres que se me escapan, le han servido con afecto y desinterés porque entendieron el servicio  público como un servicio civil que al prestarlo tan honestamente, engrandecieron el patrimonio histórico de la ciudad engrandeciéndose a si mismos.

Apelo a su proverbial benevolencia para que disimule lo extenso de las presente y espero que  me siga considerando como su más atento seguro servidor y amigo.

 

Luis Carlos Styles.

NOTA: Estas disquisiciones de un amigo escritas en 1989 bien podrían aplicarse al tiempo  presente. ¿  fue una premonición de Styles sobre  Pereira moderna?

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