Amigos:
- César Valencia Trejos.
Esa mañana del 24 de febrero , murió
don Tobías Díaz, nacido en la Calle de los Chorritos, a la salida para Anserma;
niño inquieto y viejo enamorado quien desde
muy pequeño se ganó unos centavos haciendo mandados o como garitero en las
minas de Gabia; fue nadador asiduo del charco "Los Quingos" del río
Riosucio; testigo presencial del voleo de bala entre los liberales de la plaza
de abajo y los conservadores de la plaza de arriba; linotipista de "El
Espectador" y también vendedor de cuadros de santos en Tunja; tipógrafo;
editor de periódicos locales; maestro de
la tautología y autor de obras como "El libro de Tobías", y e"El
otro libro de Tobías" que muestran de cuerpo entero la identidad riosuceña.
De una memoria prodigiosa, don Tobías describía las casas y negocios de los dos parques entre
1930 y la actualidad; recordaba las salinas entre Quinchía y Riosucio, y conocía
los nombres reales de los personajes de
la novela "Historias del viento en la cordillera".
Al partir don Tobías deja una viuda,
una hija y cuatro hijos mayores; a los
95 años de edad dejó este mundo de repente en su casa de la Calle de los
Fundadores; murió aliviado, pues hasta el
día anterior a su deceso varios amigos conversaron con él en la calle que sube de la Galería,
otros tomaron tinto con don Tobías en "El
Deportivo" o lo vieron parado en la esquina del parque de La Candelaria, como
simple espectador del tráfago de un pueblo que corrió por las venas de este gran ruiosuceño.
Don Tobías se construyó él mismo.
Poco o nada le ayudó la Academia, pues solo pasó por los bancos de la escuela. Su universidad fue la vida y las calles de
Riosucio. Conoció la historia moderna de su pueblo que divulgó en los paliques animados por tragos de aguardiente y en libros campiranos que no serán obras maestras de la literatura pero
valiosos tesoros para quienes viven arropados por la sombra del cerro del Ingrumá.
De “ El libro de Tobías”, se toma el
siguiente articulo que en forma desapacionada recuerda uno de los innumerables
momentos trágicos del poblado:
1934. ABSURDO, SANGRIENTO Y DOLOROSO
EPISODIO.
Tomado de “El Libro de Tobías” –
autor Tobías Díaz
El domingo 12 de agosto
de 1934 se celebró una masiva
reunión conservadora y los oradores, en abierta oposición a los programas sociales del recién
posesionado presidente liberal Alfonso
López Pumarejo, con frenética ardentía caldearon los ánimos de las huestes
azules, llegando hasta incitarse a
marchar hacia el Cuartel de la Policía, con el fin de apoderarse de las
armas. Fue así como vivando al sacratísimo
partido y con agresivos abajos al gobierno liberal, “fuertemente”
armados con astillas de leña, garrotes, machetes y uno que otro revólver,
salieron masivamente de la vieja casona
del Teatro Cuesta a buscar su cometido.
Como pólvora se extendió la novedad
por todo el poblado. En minutos afluyeron a
sus respectivos fortines: los azules en la plaza de arriba y los rojos en la de abajo. Trabose el zafarrancho verbal entre gritos y aullidos: “Bajen godos
hijueputas”, “Suban rojos malparidos”….
ante la impotencia del alcalde don Luis Hencker y del teniente Carlos Duque
para evitar el enfrentamiento. El saldo trágico fue de cinco ciudadanos dados
de baja absurdamente.
Para infortunios, los respetables
jefes de las colectividades en pugna, don Nestor Bueno y don Gabriel de La
Roche, en ese aciago día estaban ausentes de la ciudad. Con su presencia, de
seguro, hubieran salvado la situación en forma incruenta, la que en pocas horas
se tornó trágica y mortal. Lo inmolados fueron los señores Nazario Guerrero,
Roberto Betancur, Neftalí Hoyos, Carmelo Londoño y Enrique Alvarez.
Recuerdo que el día de sepultar los cadáveres,
la ciudad estaba vestida de azul y militarizada. En medio de gran tensión, en
el viejo cementerio de “El Carmen” pronunciaron emocionadas oraciones fúnebres
entre otros los doctores Silvio Villegas Augusto Ramírez Moreno y Federico
Estrada Monsalve, ilustres exponentes del conservatismo colombiano, quienes con
sus encendidas arengas a los copartidarios, impregnaron también
de justo temor a los curiosos
quizás imprudentes mezclados con la dolida muchedumbre.
En este verídico relato, como testigo
presencial del fatídico enfrentamiento, no podría sustraerme a resaltar algunos
valerosos y humanísticos gestos y detalles producidos en medio de la agitada
refriega.
Al tomar contacto los grupos
contrincantes, comenzó el “voleo” con palos, machetes y hasta piedras. Lleno
de nervios me encontraba en la verja por
fuera del parque, cuando observé por los lados del atrio a un campesino
que voliaba peinilla al aire, como en
calentamiento, y sigilosamente don
Elías Franco se parapetaba tras la
palma, desde donde le disparó y el
proyectil pasó rozándole una de las
orejas. El solitario esgrimista dio tres vueltas al derredor y cayó. Don Elías creyó haberlo matado, pero no, el hombre se quedó aturdido por algún rato,
pero con el oído perdido para siempre.
Despavorido de miedo, corrí hasta el
viejo carbonero a parapetarme, y, justo al frente se batían a peinilla limpia
los reconocidos esgrimistas don Vicentico Mápura y don Efraín Castañeda. Cuando
este, más alto y corpulento, ya había recibido dos leves puntazos, un señor
Hoyos, oreño, disparó contra Vicentico, hiriéndole en un pierna. De inmediato don Efraín se volteó requiriendo
al intruso: ¿ Por qué lo hizo,.,. este es un verraco capaz de pelear con yo… no
lo vayan a matar..” y se quedó cubriéndolo con su cuerpo y con su arma hasta
que Tino (hijo) retiró a su padre hacia
la acera, justo a la puerta de los “Miamos” Soto, de donde sacaron en noble gesto un taburete
para facilitar el traslado por el estrecho callejón de “El Ciprés”, cuya cañada
había que cruzarla por un puente de tres guaduas. Es de anotar que los “Miamos” orinaban más
que azul de Prusia, lo que resalta muy meritoriamente su actitud humanitaria.
La reyerta estaba al rojo vivo, cuando aparecieron por el parque los
gendarmes disparando al aire sus “chopos” para dispersar a los combatientes.
Muchos en tropel se desbandaron, pero otros insistían en seguir peleando, y así
se precipitó la macabra balacera.
A pesar de todo, en esos luctuosos
días no podía faltar la connatural chispa riosuceña. Al comentarse los
insucesos se produjo el siguiente diálogo con un célebre y fanático personaje, dizque coronel de la guerra de los Mil Días:
- Pero Burguitos. La policía disparó
al aire.
- Si claro... y los cinco
goditos que cayeron, eran palomitas que iban volando.¿ no?.
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