Alfredo
Cardona Tobón*
Ruinas de El Rosario
En
las tierras altas entre Riosucio y El Jardín, don Rafael Tascón fundó en 1896
la aldea de El Rosario con mineros llegados de Antioquia; las chispas de oro de
una mina cercana impulsaron el caserío, en tanto que el padre Clímaco Gallón
emparejaba la ambición de los oscuros socavones con la devoción pía en el
templo de maderas de cedro y balaustradas de concreto construido por los mineros.
Después
de la Guerra de los Mil Días llegó al Rosario una oleada de desplazados paisas;
decenas de familias viajaron en caravana con ganados y enseres y con el padre
Marco Antonio Tobón Tobón, un cura liberal y modernista, que desde El Jardín
los acompañó a las tierras frías de Riosucio.
El
Rosario creció bajo la tutela de Rafael Tascón y el liderazgo del padre Tobón; tuvo
fábrica de ruanas y cobijas, de velas, un molino, trigales y rebaños de ovejas;
contó con una escuela de niñas y otra de niños, un colegio de educación
secundaria, imprenta e inspección de policía; figuró en los mapas y se
convirtió en una aldea importante dentro de la provincia de Riosucio.
Un meandro
de Arroyohondo circunvaló el cementerio de El Rosario y bajo el palio de la
selva las trochas unieron al naciente pueblo con las poblaciones vecinas. Infortunadamente
su gloria fue efímera porque al quedar desolados sus caminos cuando se abrió la
troncal de occidente, aumentar la malquerencia riosuceña con los liberales de El Rosario y faltar don Rafael Tascón y el padre Tobón, el poblado
languideció y poco a poco se fue
despoblando.
LA
CASA DE LAS DOS PALMAS
En
la actualidad, no lejos de las ruinas de El Rosario, se levanta una casona de
madera fina que perteneció a la familia del escritor Manuel Mejía Vallejo y dio
el título a su novela “La Casa de las Dos Palmas”. La edificación es posterior
a la casa señorial de Rafael Tascón, edificada por esos mismos lares, y también
a las casas de dos plantas que rodearon la plaza de El Rosario. En la casona de
Las Dos Palmas, transcurrió parte de la niñez de Manuel Mejía Vallejo, en sus amplias alcobas y extensos corredores floreció
su imaginación para crear a Balandú, una aldea mítica trasplantada al vallecito
rodeado de montañas, donde otrora se levantó la aldea de El Rosario.
Muchas
veces la realidad supera a la imaginación: tal es el caso de El Rosario cuya
historia tiene los ribetes portentosos del Balandú creado por Mejía Vallejo. Al Rosario llegaban los indios chamíes con
chicharrones de oro para cambiarlos por perros negros y por botellas de
aguardiente; allí, en medio de la selva, se editaron libros y periódicos, se
establecieron talleres de imágenes religiosas, de carpintería, de zapatería y
guarniciones, se levantó la voz de la mujer para exigir sus derechos y un grupo
itinerante llegó, hizo huella y salió cuando vio que les recortaban su libertad.
En
1900 la columna guerrillera del capitán Motato se abasteció en El Rosario para continuar hacia el Chocó a reunirse con
las tropas de la revolución. En su marcha llegaron a la casa de Rafael Tascón,
donde guardaban el oro extraído de la
mina “Las Mercedes”. Fue un hallazgo espectacular para una tropa hambrienta y
vestida con harapos.
-¡No
venimos a robar¡- dijo el capitán Motato
Y
sus hombres devolvieron las bolsas de polvo de oro que podrían haberlos enriquecido.
Cien años más tarde un grupo de las FARC, comandado por Elda Neyis Mosquera,
alias “Karina,” ocupó la región, robó lo que encontró y llenó de pavor a los
pocos habitantes de las cercanías
BALANDÚ
Y EL ROSARIO
Dice
la leyenda que cuando el padre Marco Antonio Tobón Tobón abandonó la aldea, raspó
las suelas de sus zapatos para no llevar nada de El Rosario. Se habla de
chismes y maledicencia y del anatema que condenó al Rosario a convertirse
en un lagunero.
En la novela “La Casa de las dos Palmas” un
sacerdote de apellido Tobón maldijo a don Efrén Herreros, el hombre
más poderoso del pueblo, al igual que a Zoraida, la amante de su hijo Medardo y
al maestro Bastidas, tallador de retablos y de imágenes.
Como
se ve en El Rosario y en Balandú se prodigaron las maldiciones y la fantasía: En
Balandú los pájaros se alimentaban de sonidos y las plantas se nutrían de los
colores, en las noches los fantasmas arreaban mulas camino a los Farallones y
el espíritu del fundador Juan Herreros repasaba entre relámpagos las sendas que
llevaban a la Casa de las Dos Palmas. En El Rosario la imaginación de los pocos
sobrevivientes vuela tras el ánima de Miguel Ángel Restrepo y su tropilla de
garañones que bajaban del páramo en las noches de tormenta, y entre el bronco
ruido de Arroyohondo creen oír los lamentos de “La Llorona”.
Balandú con sus fundadores se ha inmortalizado en las
páginas de la novela; El Rosario, en cambio, se va esfumando al igual que la
memoria de sus primeros pobladores. En Balandú Lucía Herreros regresa con las
sombras a tocar el piano de la Casa de las Dos Palmas, Zoraida continúa amando a
Medardo en medio de las tinieblas que cubren sus ojos y el maestro Bastidas, sin
agotar el tiempo, talla incansable el último refugio de Efrén Herreros. Dos
cruces permanecen en las ruinas de la antigua aldea, al igual que un escalón de
la iglesia.
El
Rosario es una vereda riosuceña donde
las fincas la Argentina, La
Soledad, La Esmeralda y la Caucana abarcan el territorio que una vez albergó a los centenares
de vecinos de esa aldea. Grupos
de turistas que llegan a la zona orientados por guias de Medellin y El Jardín
recorren la Casa de las Dos Palmas y
reviven los episodios de la novela de Mejía Vallejo, llevaba a escena en
televisión. En cuanto a la aldea del Rosario, un grupo de soñadoras riosuceñas
que saben que su historia no está limitada a los Resguardos indígenas y a los caucanos, ha empezado a rescatar la otra parte de ese pasado
forjado por los colonos paisas de la tierra fría.
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