-¿MÁRTIR CATÓLICO O VÍCTIMA DE LA
VIOLENCIA?-
Alfredo Cardona Tobón
En la reciente visita del Papa
Francisco a Colombia, el Santo Padre beatificó a Monseñor Jesús Emilio
Jaramillo M, de Santo Domingo Antioquia, y al sacerdote Pedro María Ramírez R,
nacido en La Plata, Huila, el 23 de octubre de 1899
Se dice que fueron mártires de la fe, pero especialmente en el caso del sacerdote Ramírez, el sacrificio fue más bien un crimen político que el martirio de un religioso a causa de sus creencias.
Se dice que fueron mártires de la fe, pero especialmente en el caso del sacerdote Ramírez, el sacrificio fue más bien un crimen político que el martirio de un religioso a causa de sus creencias.
El 10 de abril de 1948 una chusma
fanática asesinó al padre Pedro María Ramírez en el parque de la desaparecida
población de Armero; han surgido muchas leyendas sobre este triste episodio que
sigue inmerso en la impunidad como los centenares de miles que han cubierto de
sangre y vergüenza el suelo patrio.
Para dimensionar el vil asesinato
del religioso, debemos retroceder al siglo XIX y a la alianza de la Iglesia Católica
con el partido conservador colombiano. Por más de un siglo las ideas católicas
se confundieron con los ideales conservadores y por tanto la oposición liberal
vio en los religiosos instrumentos incondicionales del partido contrario.
Después de la efímera república
liberal de 1930 a 1946, el conservatismo retomó el poder y se sucedieron los
gobiernos de Ospina Pérez y Laureano Gómez con innumerables crímenes contra los
liberales. Y en muchos casos la Iglesia toleró esa racha dolorosa.
En un pueblo con mayoría liberal
como fue Armero, el padre Pedro María
representaba en 1948 al sector clerical
aliado de un gobierno sectario; al padre
Ramírez no le tenían prevención ni lo malquerían por ser católico, pues casi
todo el pueblo era católico, tenía enemigos por ser conservador y según testigos, un activo
miembro de su partido.
LOS SUCESOS
A las dos de la tarde del nueve
de abril de 1948 el asesino Roa Sierra tronchó la vida del caudillo liberal
Jorge Eliecer Gaitán en la carrera séptima de Bogotá. Ardió la ciudad capital y
chusmas desenfrenadas llevaron el pavor por todo el territorio nacional
incluyendo el norte del Tolima y el oriente Caldense. Según las emisoras en
poder de los revoltosos, el cadáver del presidente Ospina pendía de un poste en
el Parque Bolívar de Bogotá y los curas parapetados en los templos y en los
conventos disparaban contra el pueblo. Todo ello era falso, pero esas mentiras
acabaron por enardecer los ánimos gaitanistas
y les hicieron ver enemigos en los campanarios y en las torres de las
iglesias.
Horas después de la muerte de
Gaitán, los coteros del Ingenio Pajonales de Armero irrumpieron en el pueblo y
se tomaron las calles. El padre Ramírez sintió de
inmediato que el odio lo cercaba y temió por su vida; pero en vez de
resguardarse en un lugar seguro continuó con sus funciones sacerdotales presintiendo
que la muerte lo acechaba, tal como lo confirma su testamento escrito en una
hoja de papel, donde expresaba su disposición de morir por Cristo y por la Fe
Cristiana.
En la mañana de diez de abril el
padre Ramírez ofició la misa y administró el sacramento de la comunión a unas
monjitas que vivían al lado de la iglesia; consumió las hostias consagradas
para evitar su profanación y continuó con sus labores diarias a pesar de los
gritos y la algarabía demencial de las turbas que se habían apoderado del
pueblo.
A las cuatro de la tarde de ese
10 de abril, un testigo que por entonces contaba con 18 años de edad, se
encontraba en la esquina del parque de Armero. Cuenta el testigo que Armero
continuaba convulsionado y que los coteros del Ingenio Pajonales junto con los gaitanistas
locales seguían recorriendo el pueblo en tumultuosas manifestaciones, movidos
por el licor y la venganza.
En medio del bochinche, alguien
dijo que el cura guardaba armas en su casa y hasta allí llegó la chusma. El
párroco oraba postrado ante el Altísimo y si en ese instante no perdió la vida
fue por la valerosa actitud de una monjita que disuadió a los revoltosos. No había pasado el susto cuando otra turba furibunda
pasó frente a la Casa Cural gritando abajos y mueras al gobierno. Dice el testigo
citado anteriormente, que alguien arrojó una botella con gasolina encendida que
creyeron venía de los balcones de la casa cural; esto bastó para que
arremetieran contra la edificación y aprehendieran al sacerdote Pedro María
Ramírez, que intentaba escapar de los energúmenos.
A empujones llevaron al padre
hasta el parque y allí le descargaron un varillazo que lo tendió en el piso
donde lo remataron a golpes y a peinilla. Cuando la chusma cayó en cuenta de la
magnitud del crimen, se desbandó, y en medio de un charco de sangre quedó el
padre Ramírez hasta que lo recogieron en una volqueta del municipio y tiraron
el cadáver a la entrada del cementerio, donde lo recogieron unas piadosas
mujeres para sepultarlo sin ataúd y sin pompa en un hueco abierto en cualquier
parte del camposanto.
Lo doloroso fue que el pueblo
católico no reaccionó ni castigó a los asesinos. Semanas después del crimen,
amigos y familiares desenterraron el cadáver del sacerdote y lo sepultaron como
se merecía en su pueblo natal. A partir de entonces la leyenda empezó a correr:
Se dijo que lo habían decapitado, que murió protegiendo las hostias
consagradas... y luego empezaron los
milagros.
Están convirtiendo este crimen
atroz en un martirio por la Fe, pero ese no es el caso, pues difiere en mucho
al sacrificio del beato Maya y sus compañeros de la comunidad Hospitalaria que
fueron masacrados por los republicados de España por el hecho de ser religiosos,
ni el de centenares de sacerdotes mejicanos pasados por las armas en la guerra
de los Cristeros por no renegar de sus ; el padre Pedro María Ramírez ¿fue
un mártir de la fe o una víctima de la intolerancia política?- Cada quien lo calificará a su manera.
Un sencillo monumento en las
ruinas del parque de Armero recuerda a un sacerdote quizás exagerado en su ministero cuya existencia
troncharon en flor. Una tumba en La
Plata nos muestra la brutalidad del
pueblo raso, que sigue siendo una marioneta que baila al son del odio y la barbarie.
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