- RECUERDOS
DE SU HIJA INÉS URIBE DE ALVAREZ
Don
Alejandro Uribe, el “Senador Descalzo” fue un líder político y cívico que encarnó
al viejo Santuario, en Caldas, antes de la violencia política que azotó la
región y expulsó de su territorio a una clase política liberal, culta y
comprometida con el municipio.
Su
hija Inés Uribe en una carta presenta una semblanza de don Alejandro. Esta carta
compendia una época desconocida por los actuales habitantes de Santuario
Risaralda, cuya memoria se perdió con los archivos que los descendientes de
doña Inés tiraron a la caneca de basura.
Alfredo
Cardona Tobón
Santuario- Caldas- año 1930
Bogotá,
mayo 23 de 1991-
Alfredo:
… Mi
padre Alejandro creo que estudió en Marmato, porque de ahí se fueron para
Anserma estando ya grandes los hijos y al empezar la guerra, pobres como creo
que deben haber quedado al retirarse de Marmato; mi abuelo el Pelón Uribe, como
lo llamaban y Tiberio, hermano de él, estuvieron ahí un buen tiempo. Los hijos
se fueron todos huyendo de la guerra y varios murieron muy jóvenes como se lo
he contado en varias cartas. Mi papá fue, tal vez, el único que estuvo más
tiempo con sus padres que fueron a vivir a Apía donde residía su única hija,
Limbania, casada con Juan Pablo Luna y ahí murieron ellos también mis abuelos.
El periodismo debe haber agarrado a mi papá
tan fuertemente, primero porque tenia muy buena letra y en la guerra fue
secretario de uno de sus jefes. Luego, al llegar a Santuario y poder estar al
lado del padre Tobón, el ilustre hombre que hizo de la juventud de Santuario lo
que ninguno otro hubiera podido hacer con tanta propiedad, inteligencia, decoro
y conocimientos, y al editar esos periódicos, en aquellas épocas tan difíciles,
se desbordaron, se llenaron de ese impulso que lleva a la osadía y surgieron a
la sombre del maestro siguiendo sus enseñanzas sin desmayar. El padre Tobón fue la figura máxima que formó
a sus alumnos de tal manera, que ellos siguieron su ejemplo e hicieron de
Santuario un pueblo de avanzada como lo fue hasta su desaparición en 1948. El
de hoy es otra cosa muy distinta, hasta el nombre debieran de cambiarle porque
no les pertenece.
En
los primeros periódicos como el Pendón Rojo, usaba el seudónimo Leandro Jauberi
y más tarde Ariel Burbano. Escribía para
todos los seminarios del pueblo y tenía una correspondencia continua con tantas
personas como usted no se imagina: políticos Gartner, Cataño, Uribe Uribe,
Domínguez Arce, y tantos que no he podido leer ni la mitad de ellas. Recibía
cartas de sus hermanos donde estuvieran, muchas de Roberto Uribe de diversas
partes, tanto que no sería capaz de darle siquiera un dato exacto. Hasta las
cartas de noviazgo, desde que se le declaró a mi mamá, hermosas cartas, hasta
su muerte tal vez, porque nunca dejo de escribirle a los hijos dándoles
consejos.
El
nueve de abril para nosotros fue terrible. Jesús, mi hermano vivía aquí en
Bogotá y trabajaba en la Caja Agraria. Alberto Lenis, un santuareño empezó a
llamarle y no se sabe como se Salió de la oficina estando todas las puertas
cerradas, se encontró con Alberto y muy poco después caían muertos, o mejor
Alberto, muerto, y Jesús herido en una pierna. Con ellos estaba un joven Posada
de Medellín que también era empleado de la misma oficina, ileso se arrastró y
pudo salvarse. Jesús, mi hermano, le decía que buscara a su esposa y le dijera
que estaba herido, pero a la media
noche, en medio del aguacero que se desató y cuando estaban recogiendo heridos
y muertos, a Jesús lo atravesaron con una almarada y se desangró
Después
llegó la violencia a Santuario, empezaron las bombas a las casas liberales, de
Apía venían en bandadas a gritarle vivas a la Virgen y a los jefes que los
dirigían y con la llegada de los chulavitas no hubo más que hacer que desocupar el pueblo ante tantos ultrajes
y asesinatos. Mi papá encontraba todos los días pasquines horribles en su
oficina. Después de muerto mi papá encontramos un pasquín de los apianos,
firmado por ellos, injuriándonos en la forma más deshonesta y creo que hasta
allí resistió mi padre. Y ahí terminó nuestra vida, la mejor, la de las
ilusiones, la de la bonanza. La que siguió fue la forzada, la que tuvimos que aceptar,
la que nos llenó de lágrimas. Y esta hubiera sido mejor, si no se hubieran
llenado de nostalgia. Si se hubieran quedado en el Ecuador, lo poco que
lograron o logramos sacar de Santuario, allá lo hubiéramos recuperado y
aumentado porque había magníficas perspectivas y mejores amistades. Pero ya no
hay para qué quejarse.
Los
fantasmas de papá, los que nos narraba, los creemos, pues una persona tan seria
jamás podría mentirnos. Decía, que había
una mujer de mala vida, no recuerdo como se llamaba, pero como que era muy
apetecida y después de muerta siguió apareciéndose en las calles de
Santuario. Que un fulano, no recuerdo su
nombre, iba para un baile un sábado en
la noche, en Riosucio, y que de pronto
una mujer apareció delante de él, que trataba de alcanzarla y no lo lograba;
cuando llegó al frente del cementerio por donde tenían que pasar, ella volvió
la cabeza y resultó ser una calavera. El fulano cayó privado y vinieron a encontrarlo mucho después, pero lograron
revivirlo.
Mi
papá murió de una gripa que le duraría ocho días pero se puso malito, me
llamaron, no estaba grave como para morir, yo estaba en una misa del Colegio de
mis hijitas y por lo que supe luego, en el momento en el que alzaban a Santos,
como dicen, yo me puse a llorar porque sentí que en ese momento mi papá nos
dejaba. A la salida preparé viaje y en avión salí para Cali y claro, llegué y
sin entrar siquiera me dieron la noticia de la muerte.
No
me ha pasado el dolor y se revive la muerte de mi madre. A los doce años, mamá enfermó en la misma
forma: cinco o seis días de gripa, volé y no me moví de su cama un minuto
siquiera. Yo veía que se asfixiaba. En una de esas el médico me mandó llamar,
me entretuvo unos segundos y al volver la encontré muerta.
Ernesto
Rodas fue el cura de la violencia. Se reunía con los bandoleros en el atrio
como me consta, después de fue para Belén.
El
que fue muy liberal y muy querido por todos fue el padre Vélez, creo que era de
Riosucio y él era que el que me decía que cuando fuera Monseñor Concha, le
hablara de política porque era liberal y le encantaba el tema.
NOTA
DE DESPEDIDA DE DON ALEJANDRO URIBE
DE
MI VIDA PRIVADA-
Fuera
de las travesuras de la juventud, disculpables a todo ser humano, mi vida ha
transcurrido lo más tranquilamente que pudiera desearse. Mi consigna ha sido siempre no hacerle mal a
nadie y procurar hacer el bien. Esa ha sido mi religión y me queda la
satisfacción de que la he cumplido, pues a nadie he hechos ni deseado mal, ni
por mi culpa se ha perjudicado nadie y ningún hogar ha sufrido menoscaba por
mis procederes.
Me casé en el año 1905. Del matrimonio hubo 17
hijos, de los cuales murieron tres
pequeños y los otros catorce llegaron a la mayor edad; ninguno de ellos puede
decirse que se ha visto borracho ni en garitos ni con molestias con nadie: les
di la educación que pude y que ellos quisieron aprovechar y los he orientado
hacia el bien con mis consejos y el ejemplo que les he dado frecuentemente En
mi hogar ha habido tranquilidad y puedo asegurar que si no es imposible, al
menos difícil encontrar una compañera más leal, hacendosa y mejor esposa y
madre de familia que la mía. Habrá quien la iguale, pero ninguna que le haga
ventaja. Le falta ilustración pero le sobra educación para el bien y para el
hogar.
He
sido luchador en la política, como radical, pero sin sectarismos ni odios. En
mi pueblo tenía los mejores conservadores como mis amigos y con ellos departía
y negociaba, como lo hacía con los míos. Con los únicos con quienes no he
gustado entenderme, es con los bribones, con los corrompidos y con los
asesinos.
En
religión, no he tenido más que la anotada al principio: no hacerle mal a nadie
y en cambio hacer el bien que se pueda.
Todas las religiones me parecen invenciones para explotar la ignorancia
y el fanatismo. Por eso he sido libre
pensador y además, materialista. Creo
que sólo la conciencia castiga en vida las faltas cometidos por las personas.
Y
esto para mi mujer y mis hijas o hijos: Claro que el final de mi vida está
cercano. No hay que ser desagradecidos, por el contrario deben conformarse con
lo inevitable y dar gracias a nuestra madre Naturaleza, que fue tan pródiga
conmigo al sostenerme y permitir que los acompañe por más de medio siglo Y con
esto queda anticipada mi despedida.
Ibarra,
julio 20 de 1957
Firma
Alejandro Uribe
Se
me olvidaba: del dinero que yo conseguí con algún trabajo y que pude conservar
para ustedes exclusivamente, no vayan a dar un centavo a los frailes a cambio
de rezos, responsos y misas. Lo que les sobre denlo a los necesitados,
especialmente a viudas, huérfanos y enfermos.
Esas serenatas no las necesita ningún muerto y menos yo.
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