El escritor
calarqueño Humberto Senegal figuraba en su comienzo literario, en los años 70,
cuando lo conocí, como Humberto Jaramillo Restrepo, su nombre de pila.
Por: Gustavo Páez Escobar
Umberto Senegal
Desde 1974 eliminó la h, y pasó a ser Umberto Senegal. Extraño cambio,
ya que la nueva grafía estaría bien para Italia, pero no para Colombia. No
obstante, supuse que con dicho acto le rendía un homenaje a Umberto Eco.
Pero la historia es
otra, y voy a contarla. La he sabido por él mismo, a raíz de un artículo que
escribí hace poco sobre el escritor italiano con motivo de su muerte. “Se trata
de una historia ácida, un poco amarga”, me dice.
Mi amigo quindiano
es hijo de Humberto Jaramillo Ángel, ilustre escritor de la región. Lustros
después, decidió suprimir los apellidos y utilizar el seudónimo de Senegal.
Pasaba, pues, a llamarse Humberto Senegal (con h). Y luego, Umberto Senegal
(sin h). Con este seudónimo ha publicado cerca de 20 libros. Me imagino que
realizó esta metamorfosis para adquirir su propia identidad como escritor, ya
que la semejanza de su nombre con el de su padre se prestaba para confusión.
En 1996, Senegal se
separó de su primera esposa, Gloria Inés, quien, al quedar inconforme con esa
decisión, amenazó con quemar la biblioteca y ocasionarle otros daños si no
regresaba al hogar. Su biblioteca estaba integrada a la de su padre, en
Calarcá, y este había fallecido en 1996. Eran cerca de 20.000 volúmenes.
Pasaron dos años
sin que Gloria Inés cumpliera su amenaza, y Senegal supuso que el caso se
quedaba así. No pasó a recoger ese material literario, creyendo que ella lo iba
a respetar. Por otra parte, ella se mantenía en la tónica de no devolverlo. De
pronto, el escritor se enteró de que Gloria Inés había quemado gran parte de su
obra inédita (crónicas, poesía, haiku, ensayos, una monografía sobre el cacique
Calarcá, correspondencia y otras cosas). De este modo, desaparecía buena parte
de su obra de juventud.
La biblioteca se
desmembró cuando la exesposa comenzó a vender y regalar los libros de ambos
escritores. Desde antes, Mercedes, la mujer que vivía con Jaramillo Ángel,
trasladaba a su casa en Armenia libros con dedicatoria que consideraba
importantes, con la intención de sacar de ellos algún provecho económico.
Aliadas las dos mujeres en el mismo propósito devastador, al paso de los días
la famosa biblioteca Skyros (bautizada así por el escritor fallecido) quedó
reducida a la nada.
“Fue una masacre
bibliográfica”, dice Senegal. Desaparecieron valiosas ediciones acumuladas a lo
largo de muchos años, y de aquel tesoro solo se salvó el recuerdo. No creo que
fueran muchos los libros que ellas lograron vender –a precio mínimo, claro
está–, y es fácil pensar que la gran mayoría de los 20.000 volúmenes fueron
regalados, quemados o tirados a la basura.
Cuesta trabajo
admitir que las mujeres de estos connotados escritores pudieran cometer una
acción tan vil, tan soterrada y tan demencial. ¿Por qué lo hicieron? La de Senegal,
ya lo sabemos, por un acto de venganza. La de Jaramillo Ángel, que en los
últimos años estuvo muy cerca de él en su actividad cultural, tal vez porque
los libros se le habían convertido en una carga y no sabía qué hacer con ellos
para disponer del espacio.
Salta otra
pregunta: ¿Y por qué no donaron la valiosa colección bibliográfica a una
universidad, una biblioteca pública u otro centro de cultura, donde prestaría
gran provecho para la comunidad? He aquí un ejemplo demoledor del triste final
que pueden tener los libros de los escritores.
Habla Umberto
Senegal: “Ante el insensato y reprochable acto, mi simbólica decisión fue
borrar la h de mi nombre. Borrar, con tal letra inicial, ese oscuro e ingrato
pasado. Iniciar un nuevo ciclo literario con el nombre de Umberto. La h se
lleva todo lo ingrato. Al fin y al cabo no tenía sonido. Es decir, no quería
que la quema de mis libros tuviera repercusiones sentimentales o de cualquier
índole en mi vida. Cuantos libros nacieron luego de aquella quema, vienen sin
la h. Una nueva época de mi vida, sin resentimientos, con aquello convertido en
anécdota cruel. Este Umberto fue el que renació de mis libros perdidos”.
La máquina del escritor
En 1980, a Humberto
Jaramillo Ángel le robaron en Calarcá, de la misma casa biblioteca Skyros que
rescata esta crónica, su vieja máquina de escribir. Esta, al igual que los
libros extinguidos, no tenía precio material, pero sí inmenso valor sentimental
en el alma del propietario. ¿Quién iba a dar algo por una máquina vieja?
Yo, que conocí de
cerca la honda pena que Jaramillo Ángel sufría por este hecho también
demencial, escribí la nota titulada La máquina del escritor (El Espectador,
19-V-1980). En ella había escrito la mayoría de sus libros, lo mismo que los
frecuentes artículos de La Patria que hizo famosos con el seudónimo de Juan
Ramón Segovia.
Era de las personas
más eruditas en el país sobre la obra de los clásicos españoles, y sobre ellos
dejó sesudos ensayos en libros, revistas y periódicos. De tanto conocerlos, se
mantenía en diálogo constante con Azorín, Unamuno, Baroja, Juan Ramón,
Cervantes… Este material, que dejó como legado espiritual para su hijo y su
tierra, y que era el testimonio de toda una vida dedicada al estudio y la
creación, quedó destruido en manos de las dos mujeres pirómanas.
Sobre la máquina
hurtada, yo decía en aquella nota de hace 36 años:
“Era, más que una
máquina, un heraldo. Tal era el temperamento de esta noble herramienta de
trabajo que desapareció, en la noche oscura, sin dejar rastro, y no por infidelidad,
sino por ajena bribonada. No era una máquina cualquiera. Era el brazo derecho
de Humberto Jaramillo Ángel, el escritor y el poeta.
“Para qué decir que
era también su diosa protectora. La consentía como a la niña de sus ojos. La
máquina del escritor ha muerto. Murió en manos sacrílegas. La máquina del
escritor –de Humberto o de cualquier artista– va pegada a su propio estilo. Se
anida en su alma, y con esto se dice todo. Cuando se cambia de máquina es como
si se cambiara de piel. Me contó la noticia con pena. Seguirá escribiendo, sin
duda. Y sabrá que algo ha muerto en él”.
Por fortuna, a
Jaramillo Ángel no le tocó sufrir la pena y el desconcierto que afligieron a su
hijo Senegal y lo llevaron a suprimir la h que lo ligaba al pasado, para
resurgir a la vida literaria mediante un acto que él llama de “psicomagia”.
¿Qué sentiría hoy Jaramillo Ángel si supiera que su biblioteca fue reducida a
cenizas?
escritor@gustavopaezescobar.com
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