UNA RIÑA INOLVIDABLE
Alfredo
Cardona Tobón*
Con base en una conversación y los”
Apuntes” de don Rafael Vinasco Trejos es
posible rescatar una de las imágenes de la comunidad riosuceña: carnavalera,
gallera, con un verso a flor de labios y una guitarra en la mano.
Aquí
va la historia :
En
las ferias de 1936 unos galleros de
Andes, cuna ilustre del Indio Uribe, al ver
el coraje del “Cusumbo” concertaron un
encuentro del gallo riosuceño con el
mejor gallo de su pueblo, en lo que han
considerado la riña más espectacular de todos los tiempos. No era para menos:
el invencible “Cusumbo” llevaba ganadas quince peleas consecutivas y el misterioso retador
andino era un supergallo con fama en todo
el suroeste antioqueño.
“Cusumbo”
era el orgullo de la “Perla del Ingrumá” y
tan temido que ningún gallero del pueblo ni de los municipios vecinos se
atrevía a enfrentar sus gallos con el invencible animal.
“Cusumbo” estaba bajo el cuidado de Don Leopoldo Gómez en su casa
de La Cuchilla; lo mantenía con granos de maíz
contados y el agua medida para que no fuera a criar grasa, le daba
vigor con una mezcla de queso, tuétano
de huesos de res y panela y para no
malgastar sus energías evitaba que
“Cusumbo” fuera a “pisar” a las gallinas que pasaban delante coqueteando y
cacareándole.
Se
fijó una fecha para el encuentro y al acercarse el día, los andinos viajaron a
lomo de mula en cuatro jornadas con largos descansos para no estropear su gallo; al llegar a Riosucio en
soberbias mulas, los forasteros dieron una vuelta por el pueblo
para que los vieran y al final subieron la pequeña cuesta que llevaba al Oro para
dejar a su campeón en poder de un
cuidador de confianza.
Desde
las tempranas horas de la fecha señalada, los paisas, con grandes carrieles y sombreros
aguadeños, se concentraron en la
trastienda de “La Sacristía” donde afinaron los ánimos con aguardiente.
-
Siéntense y nos acompañan- le dijeron a don
Jesús María Ramírez y a don Gilberto Trejos, dos riosuceños comisionados por
los galleros locales.
-
Gracias señores- respondieron- Otro días será- los hemos venido buscando para
preguntarles por el monto de la apuesta-
; “El
que quieran ustedes”- fue la respuesta sobrada de los visitantes.
Don
Jesús y don Gilberto apuraron un trago y
se despidieron con el afán de reunir
suficiente dinero para apostarle al “Cusumbo”.
Don Habacuc Trejos, el magnate de la época, no puso un solo peso,
tampoco lo hicieron “Los Carachas”, Chucho
Londoño ni Elilbardo Vinasco, ni Gabriel Villada y don Mesías Pinzón. Es decir,
los de plata se corrieron dando la
espalda al “Cusumbo”.
Para
no quedar mal, los galleros del común sostuvieron el cañazo: pidieron anticipo de sus jornales, empeñaron las herramientas, los aritos de las niñas,
las argollas de matrimonio y a las prenderías de don Luis Bolívar y don Luis
García fueron a parar los pañolones de
Purita Trejos y la amplia “cómoda” de Zoilita Calvo.
Pese
a tan ingentes esfuerzos, la suma reunida
pareció baja a los andinos quienes contrariados dijeron que por esa
apuesta ni siquiera iban a mostrar su gallo. Sin embargo por diligencias
de don Manuelito Trejos Pineda, los
andinos resolvieron correr su gallo en consideración a Riosucio y porque era
una bobada perder tan largo viaje.
Al acercarse la hora, las familias de los
galleros riosuceños prendieron velas de cebo a la Virgen de La Candelaria,
poniendo su fe en el Altísimo y en las espuelas y el pico del aguerrido Cusumbo.
Desde
que se casó la riña no se hablaba de otra cosa en el pueblo. A las once de la
mañana se empezó a llenar la gallera, los
tendidos tambaleaban, los pies sin
zapatos de los Zamora y los Becerra
bañaban el piso de sudor, mientras Pachito Palomino se frotaba la palma
de las manos. Faltando diez minutos para la una de la tarde llegaron los
andinos con su gallo. Era un animal ‘requemao’ con mirada asesina y pico curvo
como el de un gallinazo; “Cusumbo” aleteó y lo recibió con un sonoro desafío. De
inmediato los cuidadores empezaron a arreglar los animales: los riosuceños a un
lado del ruedo y los visitantes en el otro lado, miraban con recelo,
cautelosos, sin dejar arrimar a los curiosos.
Al
fin soltaron los gallos y empezó la más feroz pelea que se hubiera visto en la vieja
gallera riosuceña. “El Cusumbo” inició el combate con espectaculares y largas
tiradas de pata que hicieron retroceder
al andino que se repuso de inmediato y
repelió con fuerte acometida; revolotearon, se emparejaron, se picotearon y
clavaron sus espuelas como lanzas de fuego.
Los galleros inquietos, anhelantes,
delirantes, con ojo avizor, seguían hasta el mínimo movimiento de los animales.
Pequeñas fuentes carmesí empezaron a brotar de las heridas, los ojos de los
gallos parecían despedir chispas y en los picos resplandecía el acerado color
de la muerte.
Ante
la angustia de los forasteros “Cusumbo” acorraló a su enemigo y trató de
ajustarle el golpe final, pero resbaló en un pedrusco dando campo al
andino para arremeter con inusitada fiereza. En ese momento las apuestas
que favorecían al “Cusumbo” cambiaron a favor del andino. La lucha continuó sin
dar cuartel, como héroes que luchaban
por el honor y la vida.
En
uno de los revuelos “El Cusumbo” rodó sobre la arena del ruedo con la cabeza
desgarrada por un picotazo mientras en la agonía traspasaba al rival con un
espolonazo. El andino cayó también, las alas de los dos se entreveraron y sobre un revuelto charco de sangre, se
esfumó la vida de ambos gallos.
El juez dictó sentencia a favor del andino que
fue el último en caer al enrojecido piso. Don Noé Cadavid levantó con dolor a
su “Cusumbo” y un forastero cubrió al
andino con su poncho. La Plazuela sirvió de tumba a los bravos contendores cuya
valentía sirvió de abono a un guayacán cuyas
flores amarillas tomaron el brillo de las plumas del Cusumbo y el andino.
Los
paisas retornaron a su pueblo con un hijo del Cusumbo; los riosuceños guardaron el recuerdo de una riña
extraordinaria y en las prenderías del pueblo quedaron las joyas y los pañolones de seda.
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