Alfredo Cardona Tobón
El 21 de abril de 1921 el
aviador Ferruccio Guicciardi aterrizó en Cali en un pequeño biplano llamado El
“Telégrafo” y con la misma máquina llena de remiendos y parches aterrizó en una
manga de Buga, que medio aplanada sirvió de campo de aviación.
Pereira no se iba a quedar
atrás de las ciudades del Valle y menos de Manizales. Los vecinos querían ver
de cerca un aeroplano y aplaudir al aguilucho que se atreviera a desafiar el
poder de las alturas. Como las autoridades no promovían la llegada de los
aviadores, surgió un ciudadano osado, Don Vicente Bernal Botero, alias “Tico”,
viajó a Tulúa a conversar con Pacho González, propietario del avión “Antioquia”.
Después de tres días de
fatigante jornada a caballo, llegó Tico a Tulúa, donde estaba el “Antioquia”con
sus alas de lona llenas de esparadrapos y su tren de aterrizaje asegurado con
alambre de púas. Arreglados precio y fecha, los interesados escogieron un campo
de llegada, aledaño al antiguo Club Campestre en Desquebradas, donde se
adaptaría el precario aeropuerto.
Por telégrafo se dieron las
instrucciones pertinentes y “Tico” quedó comprometido de avisar hora y día de
llegada a Luis Lozano y a Lucas Ocampo, los dos telegrafistas que estuvieron
pendientes de la llegada.
Un daño en la línea impidió
avisar la hora de llegada y a los pereiranos no les quedó otro recurso que
atisbar al cielo para correr a recibir a Tico. A las diez y media de la mañana
de un miércoles de mercado se sintió el ruido del avión y media población con
la boca abierta y la otra mitad santiguándose vieron que el avión giraba como
un gallinazo y luego enfilaba hacia la finca “La Víbora”. Todo mundo corrió
hacia Desquebradas. El avión descendió poco a poco y se posó en la manga
donde de brinco en brinco recorrió el
pequeño llano y al fin se detuvo y silenció el motor ante el asombro de la
multitud, el susto de los caballos y la cosecha de aplausos, que convertidos en
abrazos, arroparon a Tico y al valiente aviador Ferdinand Machaux, veterano de
la primera guerra mundial, veterano de la guerra con el Perú, segundo aeronauta
que desafió las crestas manizaleñas y el primero en llevar un avión a tierra
pereirana.
Al domingo siguiente y
fresca aún la hazaña de Tico, se arriesgaron a montar en el pequeño monomotor,
que parecía una mariposa gris amarrada con alambres, Olga Mejía Botero y Rita
Marulanda, dos chicas de la crema y nata de la Perla del Otún, que vestidas a la última moda y
cuidadosamente abrigadas para evitar el catarro provocado por el viento,
ocuparon la cabina y alzaron vuelo sobre la ciudad en el remendado y curtido
aeroplano.
Días más tarde Machaux, el “Antioquia”
y sus glorias abandonaron el paisaje pereirano y como las golondrinas de Becker
volaron para jamás volver.
EL AEROPUERTO DE MATECAÑA EN
PEREIRA
“Hacia 1927 el Concejo de
Pereira y la Sociedad de Mejoras de la ciudad, con el liderazgo de Carlos de la
Cuesta, propusieron un aeródromo en terrenos del hipódromo de Matecaña. El proyecto encontró
enconados adversarios y entonces se propuso la obra en Desquebradas, que se
desechó prontamente debido a la proximidad de los riscos de la cordillera.
En 1941 una comisión técnica
volvió a considerar el sitio de Matecaña. Nuevamente Carlos de la Cuesta lideró
el proyecto y con José Carlos Angel, Esteban Valencia, Camilo Mejía Duque y
otros se conformó una Junta Constructora. Para vincular a la ciudadanía de la “Capital Cívica de Colombia”, como se
denominaba Pereira, antes de que la llamaran “trasnochadora, querendona y
morena, Benjamín Ängel Maya organizó un convite que el 28 de junio de 1945
señalaría el comienzo de tan magna y decisiva obra en la historia de la ciudad.
EL CONVITE
DEL MATECAÑA
“Un enorme
desfile, en masa compacta, a lo largo de toda la ciudad, compuesto por gentes
de edad, sexo y condición diferentes, portando cada quien herramientas y utensilios de trabajo y
luego en el sitio elegido, la dama encopetada compartía la lucha con la humilde
sirvienta y el sacerdote virtuoso llenaba la carreta al escéptico señorón, y
los niños le ayudaban al maestro y la policía en admirable fraternidad con los
soldados, preparando refrescos y formando cadenas humanas para botar terrones,
raíces o cepas de caña.
Veinte mil
personas unidas con un solo título, con igual pensamiento, con idéntico deseo,
con el mismo fin. Cada uno quería servir, vincularse, hacer suya esa obra
redentora, regada con su propio sudor e impulsarla.
Cuatro mil
almuerzos lujosos preparados por las señoras y cuidadosamente empacados en cajas
de cartón, fueron repartidos a los hombres humildes y fuertes que llegaron de
todos los contornos campesinos y las fábricas de gaseosas, de cervezas
distribuyeron varios camionados de bebidas
a lo cual se agregaron frutas de toda clases, cigarrillos de Cotabaco y
cigarrillos de la Colombiana.”[1]
Los trabajos en el aeropuerto de Matecaña se
adelantaron inicialmente con carros de tracción animal, pues no había equipo
apropiado debido a las restricciones de la Segunda Guerra Mundial. Gonzalo
Arango Mejía, con agua de la acequia de LLanogrande rellenó el sector central
con un sistema inventado por los
manizaleños.
El Doctor Angel Marulanda,
Secretario de Obras Públicas de Caldas, prestó posteriormente la maquinaria del
departamento. Los manizaleños se quejaron, argüían que también tenían derecho a
la utilización de esos equipos en la construcción de Santágueda.
ODA A LA
CARRETILLA DEL MATECAÑA
“Alzó un
día una ciudad mediterráneo sus ojos al infinito y decidió construir un puerto
de tierra y roca y cielo. Y para que en la obra hubiese más vínculos entre la
vida y la sangre no escogió la máquina sino las manos de sus mujeres, de sus
niños, de sus hombres, de sus ancianos.
Y cuando
casi con las uñas se esculpía en la
colina de Matecaña la cinta de visos lacustres, llegaste tú, carretero con tu
carretilla y tu caballito criollo, para realizar una obra de titán o de
monstruo mecánico.
Hombre,
caballo y carreta que por entre el lodo, jadeante el pecho, sudoroso el ijar,
rechinantes las viejas ruedas que ya no impulsa la rosa mecánica sino el
pulpejo sensible, moviste de un lado a otro una montaña, con paciente ir y
venir, cada vez más lejos, en la creciente llanura artificial, del volcadero de
tierra arrancada de la tierra.
Cien mil
veces fuiste de un extremo al otro del
Matecaña… y cojeando sobre tus disparejos neumáticos del viejo camión corroído,
tú, que tienes vida en tu hombre y en tu bestia, hiciste esta obra que es tu
obra.
Carretilla
pereirana: tu que viste tan grande la montaña cuando empezaste a transportar la
cima al abismo, te ves ahora grande, muy grande, sobre el horizonte que
transformó tu constancia.”[2]
El ocho de noviembre
de 1946 el capitán Luis Carlos Londoño Iragorri visitó la pista en
misión oficial. Apenas se había afirmado una cinta de seiscientos metros. El Jefe
de Aeródromos Nacionales miró el trabajo, observó el firmamento y antes de
regresar en carro al campo de aviación de Santa Ana en Cartago, le dijo al
ingeniero de La Cuesta: Si me quitan esa piedra grande que hay en el centro del
campo, les aterrizo mañana en Pereira.”
De la Cuesta
quitó la piedra y al otro día, nueve de noviembre de 1946, once meses
antes de la inauguración oficial del Matecaña,
el capitán Londoño Irgorri aterrizó en La Perla del Otún, a las diez de
la mañana, piloteando el monomotor N. 740 de la FAC. Como el suceso estaba
anunciado la ciudadanía se había volcado al campo aéreo, incluyendo el concejo
en pleno. Fue un día de fiesta para los pereiranos.
Los trabajos del Matecaña avanzaron a tropezones por
falta de dinero. El municipio acudió a la empresa AVIANCA que facilitó en préstamo una importante suma, al
igual que la Compañía Colombiana de Tabaco. Los más importantes ingenieros
caldenses participaron en la obra, entre ellos Rafael de la Calle, Tiberio
Ochoa, Carlos de la Cuesta, Alfonso Hurtado y Samuel Salazar.. muy diferente a
lo que sucedió con Santágueda, donde la Panamericana de Construcciones contraró
numerosos profesionales extranjeros.
LA INAUGURACIÓN DEL AEROPUERTO MATECAÑA
El 23 de junio de 1947 aterrizó un avión Douglas de
AVIANCA en un viaje de prueba, al igual que con el aterrizaje del capitán
Londoño Iragorri, los pereiranos atestaron
el aeropuerto, que además de lo novedoso en el medio se había convertido
en el símbolo de la vitalidad y el civismo de Pereira.
La hora de la inauguración se acerca, pero antes de
entrar en servicio, el campo debe ser chequeado y revisado meticulosamente.
En las horas de la mañana del sábado 12 de julio de
1947, una avioneta de la empresa SOCOMEX, con sede en el campo de Farfán en
Tulúa, aterriza en Matecaña, es el monomotor N. 20b, que maneja Rafael Herrán,
director de la empresa que tiene como misión probar la pista del nuevo
aeropuerto. El ingeniero Carlos de la
Cuesta sube al monomotor, el pequeño avión levanta nuevamente el vuelo, da
algunas vueltas sobre Pereira, se aproxima al campo, vuelve a tomar altura y
aterriza nuevamente en el Matecaña.
El 21 de julio, a las doce del día toma pista en
Matecaña el avión militar N. 21 piloteado por el capitán Londoño Iragorri, Jefe
de Aeródromos Nacionales. Al piloto que probó por vez primera el campo de
Matecaña, corresponde ahora dar el visto bueno final para que empiece la
operación comercial del aeropuerto.
El día siguiente es la fecha esperada. A las diez y
diez de la mañana aterriza un Douglas de la empresa VIARCA. El avión se detiene
y en medio de los aplausos aparece en la escalerilla la azafata Alba Lucia
López V, luego descienden el piloto capitán Wyne Ingram y numerosos pasajeros.
El “Antonio Nariño” había despegado de Cali y demoró cuarenta y tres minutos
para llegar a Pereira. Tras una escala de diez minutos la nave voló hacia
Medellín con un mar de pañuelos que agitaron en el terminal y en las vías
aledañas a la pista central.
Poco después, a las cuatro y veinte de la tarde, llegó
un segundo avión de la VIARCA, era un DC-3 bautizado como Antonio Ricaurte,
procedente de Bucaramanga y piloteado por el capitán Prescot. La aeronave
transportaba las delegaciones deportivas de Santander que iban a Manizales al
Tercer Campeonato Nacional de Baloncesto.
El 23 de julio aterrizó en Matecaña un DC-3 de LANSA
proveniente de Barranquilla con el piloto pereirano capitán José J. Ramírez.
Sus coterráneos lo recibieron con entusiasmo y
en el centro de la ciudad le ofrecieron un cordial homenaje, en tanto
que el Concejo Municipal lo declaraba huésped de honor.
A la inauguración comercial siguió la inauguración
oficial del Matecaña en agosto siete de 1947. La ciudad se engalanó, se
decretaron cuatro días de festejos cívicos y como invitados especiales llegaron
el Ministro de Hacienda, Francisco de Paula Pérez; el Ministro de Economía,
Moisés Prieto; el general Ocampo, gobernador de Caldas, los secretarios de
despacho y periodistas de toda la nación.
En el acto oficial aviones de AVIANCA, LANSA y VIARCO
cruzaron los cielos pereiranos. De la base de Guavito, en Cali, voló una
escuadrilla de la FAC y otra escuadra de SOCOMEX despegó de Tulúa con el
alcalde de dicha ciudad y personalidades del Valle del Cauca.
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