Alfredo Cardona Tobón
Como colombiano de una generación que no ha conocido la paz y
ha sufrido en carne propia los horrores de la guerra, debo referirme en nombre
propio y de muchos que no tienen voz, a
los anuncios hechos en la Habana por el presidente Santos y
el comandante supremo de las Farc.
Para quienes no han pasado
en vela oyendo el ladrido los perros y esperando el ataque aleve de los
bandidos, para quienes no han visto el borboteo de la sangre que se escapa con
la vida de un ser querido o no han aguantado hambre y frio desplazados de su
tierra; es muy fácil criticar las conversaciones que traen la esperanza de una
vida sin
barbarie.
Es claro que el Estado es
incapaz de vencer a la guerrilla. Ni
siquiera Estados Unidos con todo su
poder pudo doblegar la resistencia de los norvietnamitas. Los guerrilleros tampoco son capaces de tomar
el poder en Colombia. Ellos pueden tomar el control en los campos pero no
podrían controlar las ciudades. Así, pues, estamos en tablas, todo lo cual han
entendido los negociadores de las dos partes, que en estos últimos tres años
intentan buscar una salida honorable.
Como el Estado no ha podido
vencer a la guerrilla no puede pretenderse imponer una paz incondicional, es
por tanto una negociación entre iguales con concesiones de una y otra parte.
Dicen los contradictores del
presidente Santos que en el proceso de confesión y reparación de los crímenes no pueden
medirse con el mismo rasero los guerrilleros y la fuerza pública. Eso no
es así porque tan víctima es el colombiano atropellado por los militares como
el colombiano atropellado por los
insurgentes.
En uno y otro bando hay
criminales, genocidas, secuestradores, violadores y verdugos…. Sobre todos
ellos tiene que caer la ley y la justicia.
Nuestro sistema penal ha
sido punitivo y vengativo… no ha dado campo al perdón, al arrepentimiento y a
la rehabilitación de los delincuentes. Era hora de buscar otras alternativas
distintas a la cárcel y dar oportunidad de compensar, en parte, si se puede,
los sufrimientos de las víctimas. Por
eso debe darse la bienvenida a la justicia transicional, porque donde no hay
perdón y olvido no se tiene la posibilidad de enderezar y recomponer el camino.
Varios presidentes han
buscado la paz. Lo hizo Belisario Betancur,
Pastrana y el mismo Uribe Vélez. Por diversas razones no pudieron
alcanzar ese don maravilloso, pero ahora, en vez de colaborar, algunos le están
poniendo palos a las ruedas del proceso.
Uno de ellos por soberbia y egolatría, los otros por envidia y dolor ante el éxito ajeno. Ellos están tranquilos en sus
carros blindados, en sus apartamentos seguros, con dinero, fastuosidad y poder…
no piensan en sus compatriotas para
quienes la vida es un don que arañan día tras día en medio de la inseguridad,
las balas, las minas quiebrapatas, la pobreza y el resentimiento propio y
ajeno.
Para lograr la paz cualquier
sacrificio es pequeño. Colombia no puede seguir desangrándose. Ya lo ha hecho
no en sesenta años sino en toda su existencia, manejada por los caudillos del desastre, por dos partidos anacrónicos,
corruptos, podridos, antipatrióticos y de conveniencia y de una Iglesia que
ayudó a echar leña al fuego y apenas ahora, por fortuna, se está poniendo al
lado de sus feligreses sin tener en cuenta el color y el distintivo que lleven.
Obviamente, la paz no será
plena, porque no solamente las FARC atizan el conflicto; están los del EPL y ELN,
las bandas de crimen organizado, la delincuencia común, los intolerantes y los abusivos que
continuarán sembrando muerte y lágrimas, hasta que el Estado los controle con
mano dura, educación, posibilidades de trabajo, equidad y justicia.
Como en otras latitudes
tendremos que pensar en borrón y cuenta nueva. Habrá que cerrar los capítulos dolorosos de
nuestra historia y no recordarlos sino cuando haya que mostrar lo que no se debió hacer.
Como dijo el Papa Francisco
no podemos volver a fracasar en la búsqueda de la paz. Tampoco podemos escuchar
las voces agoreras que solo hablan de desquite sin presentar otras alternativas.
Que Dios arrope y coja
confesadas a las próximas generaciones si ahora no le ponemos un torniquete a la
violencia que nos apabulla porque se acabarán los caminos; debemos buscar
la salida de la paz para invertir
en salud y en educación, modernizar el
Estado, combatir la corrupción y la inseguridad cotidiana en calles, comunas y
hogares. Solo con la paz podremos
entregar una patria digna a nuestros hijos y a nuestros nietos.
Comentarios
Publicar un comentario