Alfredo CardonaTobón
Marco Aurelio
Ramírez C y José Vicente Estrada
Un día de mil novecientos treinta
y tantos, Luis Felipe Cardona dejó las lomas de Pácora y con su esposa Ana
María Ramírez viajaron a Manizales en el cable aéro del norte de Caldas; era
una odisea que empezaba en Aranzazu y se
extendía por largas horas sobre una vagoneta que danzaba al son del viento por
encima de enormes precipicios.
En la capital caldense tomaron el
tren y al acorde de pitos y el traqueteo
de las ruedas sobre los rieles el matrimonio paró en una estación entre Pereira y Cartago. Luis Felipe trabajó en las grandes haciendas
de los alrededores y luego como carnicero en la movida Fonda Central, que en aquel
tiempo era un centro comercial con todo
tipo de mercancías.
Posteriormente Luis Felipe se encargó de la alimentación del personal de la Estación
Villegas y se instaló con su familia en una casita anexa, donde atendió a los
bodegueros, los coteros, los funcionarios y policías que atendían ese sector del Ferrocarril de
Caldas.
Debieron ser muy ricos los sancochos y los fríjoles con tocino
preparados por Ana María, pues por
varios años el matrimonio trabajó en la
Estación Villegas, donde nacieron los hijos del matrimonio, entre ellas Ofelia,
una niña vivaracha y juguetona que aprendió
a caminar viendo pasar los trenes y oyendo el pito de las locomotoras.
Un día se acabó la paciencia de Ofelia que se libró de las ataduras de un mal
marido y con sus hijos buscó otros horizontes en el puerto de La
Dorada, donde trabajó con un hermano en una finca denominada Media Luna. Con la prole crecidita y sin arredrarse ante nada, Ofelia se internó en los baldíos a orillas del río
Magdalena y a “mano vuelta” o sea concertando trabajo con los otros colonos de la zona, abrió 20 hectáreas al lado de la quebrada del
Ermitaño y en seis años de intenso
trabajo las sembró con yuca, maíz, plátano, ñame y mafafa.
En el abierto en la selva, Ofelia y sus muchachos levantaron cerdos y
gallinas cuya carne combinaban con las guabinas y las perrolocas que pescaban
en la quebrada, con las tortugas que recogían en los arenales y las guaguas,
gurres, guatines y micos que cazaban en el monte.
En una madrugada del año 1960 el
tropel de los perros turbó el sueño
de los colonos. De improviso una chusma paramilitar comandada por
Enrique Isaza irrumpió en la vivienda y arrojó a sus habitantes del predio que tan duramente habían ganado a la
selva. No tuvieron ni tiempo de enjalmar
“la Nutria”, una mulita que era parte de la familia. Según contaron los vecinos, la Nutria no se dejó
enlazar de los bandidos y tiró para el monte; años más tarde Marco Aurelio regresó a la finca, la encontró invadida por el rastrojo, y oyó la
historia de una mula cerrera que en las noches de luna
veían corcobear en los playones del río Ermitaño.
Ofelia no tuvo tiempo de empacar ni cargar herramientas, ropa ni menaje;
de pura suerte les perdonaron la vida y
la dejaron marchar por las trochas para refugiarse con sus hijos en un
cuchitril en Barrancabermeja. Hubo que empezar de nuevo, sin conocidos y sin un
peso. Pero Dios es grande y un gerente del Banco Popular les tendió la mano para
explotar una finca en compañía. Después de cuatro años de durísimo trabajo en el
predio denominado “El Silencio” la
familia consiguió unos ahorritos para trasladarse a Bucaramanga donde Marco Aurelio Ramírez Cardona, el hijo menor
de la camada, terminó el bachillerato e ingresó a la Policía Nacional.
DE REGRESO A SU TIERRA
Después de quince años de servicio
en la Policía, Marco Aurelio se retiró de la Institución y se vinculó a la industria privada como oficial contable y luego como contratista de
Ecopetrol en el área de calibración
de instrumentos. Todo parecía ir de maravilla, pero al negarse a pagar una
extorsión, los antisociales asesinaron a
su esposa y lo dejaron mal herido.
Ante esas circunstancias Marco Aurelio Ramírez, nacido en la Estación
Villegas en 1936, regresó con su mamá Ofelia, a la vereda Esperanza Galicia donde se
reencontró con los suyos, reinició la lucha por la vida y puso su capacidad y
liderazgo al servicio de la comunidad , contribuyendo a la electrificación de Esperanza Galicia, la construcción del
alcantarillado, la instalación de
teléfonos y el suministro de agua potable.
Con varios semestres de derecho, Marco
Aurelio calificaba para desempeñarse
como Juez de Paz y eso está haciendo desde hace diez años en el corregimiento
de Cerritos.; es , sin duda, un
destacado formador de identidad y
pertenencia y un componedor de entuertos.. Entre los graves problemas que ha tenido que resolver Marco Aurelio
Ramírez en su comunidad compleja y
repleta de inconvenientes fue la invasión de emberas- chamies en el año de 1997. En ese entonces llegaron a la vereda
centenares de nativos procedentes de
Pueblo Rico y del Chocó que sin respetar la ley ni a los vecinos trataron de
ocupar los predios. Fue una situación delicada que
Marco Aurelio Ramírez, como Juez
de Paz debió sortear con todo el cuidado del mundo para evitar una
confrontación sangrienta.
En cuanto a Ofelia, con 79 años cumplidos sueña con una casa decente donde
terminar sus días; está enferma y muy sola ,pero en sus ojos y en sus palabras siguen vibrando esos chispazos de
coraje que le permitieron levantar una
familia sin arredrarse ante nada, porque ni bandidos ni culebras fueron
capaces de doblegar su espíritu.
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