"Carta a un habitante del otro mundo
Por EDITH DE CARDONA T.
Enero 6 de 1985- La Patria- Manizales
Tus
ojos se cerraron para siempre el 27 de noviembre de 1984; y aunque estuviste
presente, querido Pablo, no pudiste saber lo que ocurría a tu alrededor porque estabas muy ocupado encontrando argumentos para que te remitieran al cielo.
Había mucha gente en la iglesia. Muchos amigos y muchos curiosos. Unos fueron porque si, porque no tenían otro programa; y algunos porque de verdad sentían tu partida.
Alii estaban tus viejos camaradas. Los que se reunían contigo en aquel café a jugar cartas o dominó. Vi lágrimas en sus envejecidos ojos. Estaban también los galleros sobrevivientes. Los que todavía guardan las pitas y las espuelas junto al recuerdo del saraviado o del gallo canelo.
El peso de los años impidió que algunos retomaran el largo camino al cementerio. Acompañaron con la mirada hasta que, a lo lejos, el cortejo se perdió.
Otros de tus viejos amigos, con andar cansado, recorrieron ese camino tantas veces trajinado. Y vivieron de nuevo los recuerdos. Te veían, con clara nitidez, igual que en los tiempos mozos, cuando todos los domingos, en loca carrera, desbocabas tu caballo, y lo hacías rastrillar en los guijarros, desafiando a la caterva violenta que oprimía a tu pueblo.
También te acompañaron los curiosos, los indiferentes y unos pocos, poquísimos, de tu misma sangre para quienes significaste algo en su vida._
Estuvo Hugo con su esposa e hijos. Ese sobrino que te brindo una vejez tranquila y apacible. El que respetó tu voluntad de morir donde te diera la gana, en la aldea que no fue tu cuna, pero que tu quisiste que fuera tu sepulcro. Allí, junto a ti, estuvo ese sobrino que fue como un verdadero y noble hijo tuyo. Porque por desgracia, los que tu engendraste, no tuvieron la gracia divina de la misericordia y el perdón para un viejito solitario. Ellos no quisieron saber de tu partida.
Otro de tus sobrinos también estuvo a tu lado. Ese que te respetaba y amaba desde niño. Vi sus lágrimas furtivas que se escapaban mientras sellaban el nicho.
Ya no podría volver a acompañarte en la banca del parque, ni volverá a preguntar por la fundación de la aldea del Rosario, ni por tus pasos con los colonizadores del Jardín o de Envigado.
Pero había mas parientes: uno que se emborrachó a tu salud", y otros sin dolor disponible porque ya lo habían gastado con sus hijos.
Una vez dijiste que cuando abandonaras esta vida, lo harías sin importunar a nadie, que no invitaran a dolientes o conocidos. Tus sabias, con la sabiduría de los viejos, que a los entierros la gente va como a los estadios o a las corridas de toros. Só1o les falta llevar el fiambre o la bota de manzanilla.
Por eso Hugo, cumpliendo tu voluntad, a muy pocos les dio la triste noticia.
Los curiosos, esos que fueron porque si, hablaban a tu lado de mil cosas: del costo de la vida, del mal tiempo, del vestido de la amiga. Y mas atrás alguien preguntó: "Tu conociste al muerto?" Siquiera no los oíste!!!
Llegamos al cementerio. Un borrachito no pasó de la puerta del camposanto; algunos regresaron al pueblo, habían cumplido con el deber cívico de acompañar al muerto. Cruz Helena, la Samaritana de tus últimos pasos, rezaba recogida una oraci6n por el eterno descanso de tu alma, Pablo Tobón Vargas, de los Tobones de Sabaneta y de los Vargas de Rionegro: gallero, tomatrago, liberal, colonizador y buscapleitos.
Al fin quedamos solamente unos pocos al frente de tu última morada, muy cerca del abuelo Germán y de la abuela Clotilde. Estábamos los que sentimos tu partida y la soledad de tu ausencia.
El sacerdote rezó las últimas oraciones y alguien intentó hablar de tu paso por este mundo. Nada habías hecho en realidad, ni siquiera tuviste la valentía de sacar adelante una familia.
Había mucha gente en la iglesia. Muchos amigos y muchos curiosos. Unos fueron porque si, porque no tenían otro programa; y algunos porque de verdad sentían tu partida.
Alii estaban tus viejos camaradas. Los que se reunían contigo en aquel café a jugar cartas o dominó. Vi lágrimas en sus envejecidos ojos. Estaban también los galleros sobrevivientes. Los que todavía guardan las pitas y las espuelas junto al recuerdo del saraviado o del gallo canelo.
El peso de los años impidió que algunos retomaran el largo camino al cementerio. Acompañaron con la mirada hasta que, a lo lejos, el cortejo se perdió.
Otros de tus viejos amigos, con andar cansado, recorrieron ese camino tantas veces trajinado. Y vivieron de nuevo los recuerdos. Te veían, con clara nitidez, igual que en los tiempos mozos, cuando todos los domingos, en loca carrera, desbocabas tu caballo, y lo hacías rastrillar en los guijarros, desafiando a la caterva violenta que oprimía a tu pueblo.
También te acompañaron los curiosos, los indiferentes y unos pocos, poquísimos, de tu misma sangre para quienes significaste algo en su vida._
Estuvo Hugo con su esposa e hijos. Ese sobrino que te brindo una vejez tranquila y apacible. El que respetó tu voluntad de morir donde te diera la gana, en la aldea que no fue tu cuna, pero que tu quisiste que fuera tu sepulcro. Allí, junto a ti, estuvo ese sobrino que fue como un verdadero y noble hijo tuyo. Porque por desgracia, los que tu engendraste, no tuvieron la gracia divina de la misericordia y el perdón para un viejito solitario. Ellos no quisieron saber de tu partida.
Otro de tus sobrinos también estuvo a tu lado. Ese que te respetaba y amaba desde niño. Vi sus lágrimas furtivas que se escapaban mientras sellaban el nicho.
Ya no podría volver a acompañarte en la banca del parque, ni volverá a preguntar por la fundación de la aldea del Rosario, ni por tus pasos con los colonizadores del Jardín o de Envigado.
Pero había mas parientes: uno que se emborrachó a tu salud", y otros sin dolor disponible porque ya lo habían gastado con sus hijos.
Una vez dijiste que cuando abandonaras esta vida, lo harías sin importunar a nadie, que no invitaran a dolientes o conocidos. Tus sabias, con la sabiduría de los viejos, que a los entierros la gente va como a los estadios o a las corridas de toros. Só1o les falta llevar el fiambre o la bota de manzanilla.
Por eso Hugo, cumpliendo tu voluntad, a muy pocos les dio la triste noticia.
Los curiosos, esos que fueron porque si, hablaban a tu lado de mil cosas: del costo de la vida, del mal tiempo, del vestido de la amiga. Y mas atrás alguien preguntó: "Tu conociste al muerto?" Siquiera no los oíste!!!
Llegamos al cementerio. Un borrachito no pasó de la puerta del camposanto; algunos regresaron al pueblo, habían cumplido con el deber cívico de acompañar al muerto. Cruz Helena, la Samaritana de tus últimos pasos, rezaba recogida una oraci6n por el eterno descanso de tu alma, Pablo Tobón Vargas, de los Tobones de Sabaneta y de los Vargas de Rionegro: gallero, tomatrago, liberal, colonizador y buscapleitos.
Al fin quedamos solamente unos pocos al frente de tu última morada, muy cerca del abuelo Germán y de la abuela Clotilde. Estábamos los que sentimos tu partida y la soledad de tu ausencia.
El sacerdote rezó las últimas oraciones y alguien intentó hablar de tu paso por este mundo. Nada habías hecho en realidad, ni siquiera tuviste la valentía de sacar adelante una familia.
Al fondo nos arropaba el cerro Gobia y al
pegar los últimos ladrillos de la bóveda, Quinchía sintió que se quedaba sin el viejito tuerto que en tiempos de la
violencia salía los domingos de los cañaduzales de Opiramá a tomar aguardiente y a desafiar a la policía Chulavita y el fatídico 28 de marzo cayó herido al hacer
frente a los pájaros que atacaron al pueblo.
Al
fin dejamos a Pablo y a las cenizas de los viejos y nos separamos para siempre: tu continuaste el camino
hacia la eternidad y nosotros continuamos otro rato en el carnaval de este mundo.
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