ENTRE LA
INTOLERANCIA Y LA BARBARIE.
Al mediodía del dos
de febrero de 2002 una multitud silenciosa salió lentamente de la catedral de
Manizales... En los rostros adustos se palpaba la impotencia, el dolor y sobre
todo el vacío que dejaba el periodista
Orlando Sierra Hernández, cuya voz se levantó como un trueno y su pluma como un
ariete contra todo lo que consideró ruin
y corrupto.
Un clarín marcaba
los pasos, los aplausos rompían el aire como salvas de cañón; el ulular de una sirena
despedía al ciudadano valeroso que tomó como suya la causa que una
comunidad timorata y cobarde no se
atrevía a defender. Ni un grito ni una arenga, parecía que cada uno iba tras el féretro de su propia esperanza.
Un embolador con su
caja de betunes marchaba cabizbajo al lado del ataúd, atrás un poeta con los
ojos enrojecidos lloraba por la partida de su amigo. Su hija, su compañera, su
padre despedían una vida esplendorosa, apenas empezando a cosechar lo tan
duramente sembrado. El dolor común envolvía lo más granado de la sociedad manizaleña con los vendedores de dulces, con los
obreros, los estudiantes ... allí estaba representada toda la comunidad, con
excepción de aquellos que no supieron reconocer un contendor valeroso, que hizo
suya esta tierra y defendió los intereses de Caldas y Manizales armado
solamente de una inteligencia portentosa.
El sicario regó con la sangre de Orlando la
calle que por muchos años recorrió el poeta inventando quizás un verso, o dando forma a sus ideas mientras la ciudad se
escurría a su paso. Los alumnos de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad
de Manizales cubrieron la entrada a LA PATRIA con flores. Donde retumbó el
plomo homicida resonaron las voces juveniles para recordar a los bárbaros que
las ideas no se matan y que las semillas que sembró Orlando Sierra están
reventando en medio de la muchachada que leyó sus columnas, que saboreó sus
versos y asistió a sus clases.
Los ciudadanos que
perdieron la vida el 7 de febrero de 1948 en la plaza Bolívar sólo por reclamar el derecho a la
existencia siguen clamando justicia, al igual que Bernardo Jaramillo Ossa, la
parlamentaria Lucelly García Tobón, el
médico Jesús Antonio Botero y miles y miles de colombianos asesinados
impunemente en una racha de sangre que
parece no tener fin. El asesino de Eudoro Galarza salió libre ‘porque había
actuado en defensa de su honor’. El homicida de Clímaco Villegas eludió el peso
de la ley escudado por los políticos de
turno, los chanchulleros y los deshonestos. En un país donde los pájaros le
tiran a las escopetas no sería difícil
que el asesinato de Orlando quedara sin castigo y las investigaciones se
perdieran en mares de papel.
Los autores
intelectuales del crimen no contaron con las legiones de amigos de Orlando y
con el compromiso de esta sociedad, que ahora o nunca debe levantar la cabeza y
mostrar que aún no la han emasculado. No es suficiente decir basta, hay que
obligar a los violentos y a los corruptos a respetar nuestras vidas e impedir
que sigan destruyendo el futuro de nuestros hijos.
Han
trascurrido trece años y las voces que
claman por justicia y castigo no se han silenciado: Cayó el autor material y
fuerzas oscuras eliminaron a sus
cómplices. Pero los determinadores siguen libres, y por lo que se ve y se
siente será solamente la Justicia de Dios la que castigue a esos asesinos.
Comentarios
Publicar un comentario