Alfredo Cardona Tobón
Emilio Gartner Gómez
Después de una reunión de
cafeteros realizada en Balboa el 5 de
abril de 1972, el doctor Federico Drews vio una larga procesión de niños y mujeres que iban con baldes y todo tipo de
recipientes hacia una quebradita cercana a la plaza.
Y esto es pan de cada día-
anotó apesadumbrado don Emilio Gartner Gómez, miembro del
Comité Municipal de Cafeteros-
-“Esto es una tragedia-
agregó el doctor Drews- ¿por qué no construyen un buen acueducto?” -
- Hace tiempo que lo estamos
proponiendo, pero el agua está como a treinta kilómetros y el proyecto vale
muchos millones de pesos-
- Adelante Emilio- tenemos
un compromiso con nuestra gente y hay
que buscar la manera de ayudarla- Adelante- recalcó el doctor Drews- vamos a
quitarle la sed a Balboa-
En esa forma, sin
preámbulos, sin temores y con decisión se gestó el acueducto que empieza en la quebrada La Sirena y por la serranía se descuelga hasta las
proximidades de La Virginia, despejando el futuro de un pequeño poblado
amenazado de muerte por la falta de agua.
AVANZA LA CONSTRUCCIÓN
Un año después de la visita del Doctor Drews
finalizaron los trazos de la magna obra; a los ocho meses se terminó la carretera de 17 kilómetros
paralela a la tubería y se llevaron los materiales hasta la propia bocatoma.
Fue una obra de titanes con innumerables
inconvenientes como el levantamiento de los cinco primeros kilómetros por
errores de cálculo del IMPES. En 1976 el
Comité de Cafeteros se encargó del
proyecto y la obra se terminó satisfactoriamente.
LAS PERIPECIAS DEL ACUEDUCTO
Años más tarde en su almacén
situado en una de las dos calles
de Balboa, don Emilio recordaba el arduo trabajo para abrir trochas y tender
la tubería por terrenos inaccesibles hasta donde llegaba Alirio Gómez con sesenta mulas que transportaban los
materiales y el bastimento. Fue una lucha contra la naturaleza virgen jamás
hollada por planta humana; Alirio Gómez tenía la fibra de Pedro Benjumea,
el legendario arriero de la trocha de la Gironda. Alirio- continuó recordando don Emilio- curaba las picaduras
de las culebras y los abejorros, sacaba
los enfermos en parihuelas, espantaba los duendes y levantaba los ranchos que
daban albergue a los trabajadores.
Hubo tramos muy difíciles; uno de ellos se abrió en roca viva en los flancos
de una enorme peña donde los zapadores suspendidos con manilas se balanceaban sobre el abismo
mientras abrían la brecha para instalar la tubería.
Los topógrafos Aníbal Ruiz y
Marco Tulio Ibarra, además de esquivar las hormigas, los ciempiés y demás
bichos, tuvieron que soportar la
continua llovizna que en meses de invierno azota las faldas del Tatamá, y
manejar la rula para abrirse paso en el sotobosque.
Por las tardes, al terminar
la jornada, se reunían en un improvisado campamento hasta cien trabajadores;
por las noches se escuchaban los chillidos de los animales de monte que algunos
confundían con los ayes de la Madremonte y
se sentían los gruñidos de osos
y el rugido de algún puma que venía de las alturas del Tatamá.
Hubo historias de amor como
la de la jamona y veterana cocinera con un muchachote de 18 años que la pidió en
matrimonio; también las hubo de desamor cuando uno de los soldadores intentó
quitarse la vida al saber que su compañera se había escapado con otro.
EL ALMA DEL ACUEDUCTO
Con toda justicia el
Acueducto tiene el nombre de Emilio Gartner Gómez, un quinchieño con alma
balboense. Este descendiente de alemanes
y caucanos fue el promotor del acueducto,
el interventor ad- hoc y quien movió cielo y tierra para que las encumbradas
esferas departamentales y el Comité de Cafeteros invirtieran una cuantiosa suma
de dinero en un proyecto poco rentable económicamente, que serviría a una
pequeña comunidad sin poder y muy poquitos votos.
El doctor Alberto Mesa
Abadía consiguió la financiación y el
ingeniero Darío Maya se apersonó de la dirección del proyecto que salvó a
Balboa, una cabecera desahuciada por los caldenses que intentaron trasladarla
porque veía imposible llevarle carretera y dar agua suficiente a sus vecinos.
EL AGUA LLEGA A BALBOA
El día de la inauguración,
Don Emilio Gartner llevó diez botellas de aguardiente al sitio de la Laguna.
Ese era el punto clave, pues una vez que llegara el agua a la Laguna de seguro
continuaría fluyendo cuesta abajo hasta llegar a Balboa.
A mediados de 1981, se
acercaba la hora de la puesta en marcha del acueducto. Al llegar el momento de
la apertura de las compuertas de la pequeña represa en La sirena, muchos
dudaban del éxito del empeño por el extenso recorrido y por la arisca
topografía, donde un error mínimo
impediría el flujo del líquido. Se cruzaron apuestas y esperaron con ansiedad
que se precipitara el agua por la
tubería.
El ingeniero Maya y don
Emilio abrieron las compuertas de la represa situada en territorio de Santuario
y raudos abordaron un campero que los
llevó al sitio de la Laguna donde los
esperaba don Rafael Vélez, presidente
del Comité Municipal de Cafeteros de Balboa.
¿Ya llegó el agua?-
preguntaron y el líquido no llegaba.
Transcurrieron varias horas de
angustia y de pronto se sintió un rumor sordo. Don Efrén García, acercó su oído a la válvula de salida y con un grito que se oyó a
cuadras de distancia anunció a todo
pulmón: “¡Ya viene esa hijueputa!.”
El agua llegó a La Laguna
pitando a borbotones; la tubería vibraba jubilosa mientras una cascada de agua-lodo
se precipitaba al tanque auxiliar con explosiones de victoria. Algunos testigos no pudieron contener la emoción y lágrimas de
hombre surcaron sus rostros curtidos; en medio de gritos, de risas y brindis de
aguardiente algunos se zambulleron en
las redentoras aguas que estaban cambiando el destino de su pueblo..
Luego de que se llenó el
tanque de La Laguna, el agua siguió su
recorrido hacia la cabecera municipal… a las cinco de la tarde el precioso
líquido salió por las llaves de Balboa en medio de voladores, pitos de carros y
el ulular de la sirena del cuerpo de bomberos.
El Doctor Federico Drews,
don Emilio Gartner, el doctor Alberto Mesa, el ingeniero Darío Maya, don Rafael
Vélez, don Alirio Gómez con el concurso
de centenares de obreros y funcionarios anónimos fueron los artífices de una
obra colosal que cuidó celosamente don Emilio hasta que la crisis cafetera lo
empujó hasta Cali.
Infortunadamente la incuria
y la mala administración están por acabar el acueducto Emilio Gartner Gómez.
Habrá que pedir a Dios que haga el milagro de resucitar al noble viejo para que sacuda a los balboenses y aleje otra vez la
sed de sus hogares..
Seria muy triste que algo que se construyo con tanto sacrifio y tanto amor, se pierda.
ResponderEliminarExcelente Alfredo, gracias por compartir esta historia.
ResponderEliminarhttps://www.instagram.com/p/BhDVt51nkvb/