Alfredo Cardona Tobón*
La historia está plena de sucesos que sería mejor
sepultarlos si se supiese que jamás se repetirían. Todos los países, regiones, ciudades y villorrios tienen su
infamia, pero al cotejarlas con visión imparcial, se ve que uno de los mayores
crímenes de la humanidad fue el perpetrado por brasileños, argentinos y
uruguayos contra el Paraguay en la desigual guerra que llamaron de la Triple Alianza.
En esa ocasión el Brasil dirigido por el emperador
Pedro II apoyado por Inglaterra, en alianza con Uruguay bajo el mando de Venancio Flórez y con la
Argentina de Mitre, casi
exterminan a los paraguayos con la excusa de llevar la civilización al país más
desarrollado de Latinoamérica y librarlo de Solano López, que aunque dictador
era querido por casi todos sus compatriotas..
Uno de los tantos episodios abominables de esa guerra fratricida tuvo lugar el 16 de agosto de 1869 en la
región de Acosta Ñu, fue una masacre de niños que jugaban a soldados,
una matanza que los paraguayos no olvidan y que llena de remordimiento a los
argentinos.
LOS HECHOS
Luis Felipe Gastao de Orleans, conde d`Eu, envió una
división brasileña de caballería, reforzada por la Segunda Unidad Táctica del Brasil y por tropas argentinas comandadas por el
coronel Luis María Campos, con el objetivo de cortar la retirada de las tropas
de Solano López y asestar el golpe definitivo sobre los bravos soldados
paraguayos.
“¿Cuánto tiempo, cuántos hombres y cuántos recursos
necesitamos para terminar la guerra?-
expresó el duque de Caixas en un informe oficial- ¿Cuántos recursos
necesitamos para convertir en humo y
polvo toda la población paraguaya y matar hasta el feto en el vientre de la
mujer? Con esas bárbaras y atroces consignas
los brasileños convirtieron al Paraguay en
un cementerio donde no se respetaron niños, ancianos ni mujeres
y quedó bajo tierra el 99.5% de los hombres adultos de esa martirizada
nación.
Para demorar el ataque de los brasileños en Acosta Ñu,
los paraguayos disfrazaron a niños y
adolescentes y los armaron con palos que parecían fusiles, con el fin de hacer
creer a los invasores que encontrarían una fuerte y nutrida resistencia. La
treta no paró a los brasileños que avanzaron pese a las trincheras erizadas de
falsos fusiles.
Las fuerzas del conde d`Eu continuaron la marcha e
hicieron contacto con su enemigo a las ocho
y media de la mañana entablándose el
combate entre 3500 paraguayos bajo el mando del general Bernardino Caballero y
20.000 brasileños.
Los aguerridos paraguayos solamente contaban con un batallón veterano y
unos pocos cañones, el resto eran
ancianos, mujeres, niños y adolescentes;
en el fragor de la batalla los niños se aferraban desesperadamente a las
piernas de los brasileños suplicando que no los mataran, pero los degollaban
inmisericordemente junto con numerosas madres que murieron lanza en mano al lado de sus hijos.
Tras seis horas de matanza los matorrales quedaron sembrados de cadáveres de
inocentes y tiernas víctimas y de más de
dos mil soldados paraguayos que vendieron caro sus vidas.
EL EPÌLOGO
Cuando parecía que todo había acabado, las madres, las
hermanas y esposas de las víctimas esparcidas por los rastrojos quisieron
rescatar los muertos y socorrer a los heridos; y el conde d`Eu sin piedad ni un
asomo de humanidad ordenó incendiar la maleza, quemando a los muertos y a los
heridos junto con quienes quisieron
auxiliar a sus deudos; luego cercó el Hospital de Piribebuì, manteniendo
en su interior a los enfermos y heridos y
le puso candela a la edificación. “Eran
parados a bayoneta quienes querían salir- afirma el historiador
brasileño José Chiavenatto- y luego empujados a las llamas. No se conoce en la
historia de la América del Sur, por lo menos- agrega el historiador- ningún
crimen de guerra más hediondo que éste.”
Para los brasileños la matanza de Acosta Ñu, o Potrero
Grande, fue uno de los tantos combates de la guerra de la Triple Alianza, para
los argentinos ha constituido un motivo de remordimiento y vergüenza y para los
paraguayos es una fecha luctuosa que han distinguido como el “Día del Niño” para reconocer el valor
de esos infantes que con palos de escoba quisieron detener por unas horas, la
horda de asesinos y sádicos comandados por el conde d`Eu.
Luis Felipe Gastao de Orleans y su gente merecen el repudio de la humanidad.
La memoria de esos criminales debe
llenarse de ludibrio y vergüenza; Brasil, Argentina y Uruguay, por cómplices, tendrán que responder ante la historia por
asolar un país que antes de la guerra
contaba con 800.000 habitantes y al terminar el genocidio quedó con solo 194.000.
EL PAPEL DE LOS ARGENTINOS
El escritor
Atilio García escribió lo siguiente. “ … algún día tendremos que hacer
acto de contrición ante el mausoleo en que reposan los héroes paraguayos, por
una traición que no cometimos pero que mancha el honor de todos los
argentinos”.
La verdad es que los jefes porteños acompañaron a los
brasileños en la triste aventura por intereses mezquinos. Las provincias del
interior se oponían a esa guerra. El
general López Jordán escribió al general
Urquiza, caudillo de Entre Ríos: “Usted nos lleva para combatir el Paraguay.
Nunca general, ese país es nuestro amigo. Llámenos para pelear contra los
porteños y los brasileños; estaremos prontos; esos son nuestros enemigos.”
El paisanaje de las provincias argentinas se negó a
participar en la guerra contra el Paraguay, lo que motivó la deserción y el
levantamiento de muchos batallones del interior; el reclutamiento fue difícil,
se “cazaron” los “voluntarios” y se mandaron a combatir amarrados. Pero pudo más
la venta a los brasileños de ganado,
caballos y bastimentos y el dinero que
ganó la camarilla de Mitre en esa guerra. Pese al clamor popular, las
deserciones y los levantamientos en las provincias, Argentina acompañó a los brasileños.
Se pecó por cobardía
pues los caudillos federales no lo impidieron y por egoísmo de los unitarios de
Buenos Aires que redujeron al país
sureño a una republiqueta enredada en
sus ambiciones..
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