Alfredo Cardona
Tobón*
En el atrio de la catedral de Manizales los
campesinos fueron apilando bultos de
café y talegados de cacao, y en la calle
lateral del templo otros labriegos amarraron a estacones clavados en el piso, novillonas preñadas,
toretes de ceba, potrancas listas para la doma y uno que otro cerdito de
destete.
El presbítero Adolfo Hoyos Ocampo iba de un lado a otro con un carriel jericuano terciado al hombro. Recibía pesos y monedas con sonrisa afable, una palmadita amistosa y un Dios se lo pague, con la satisfacción de que en esa Semana de la Catedral, recogería fondos para las torres, los vitrales que faltaban y tantas y tantas necesidades de esa edificación portentosa, que algunos vecinos dudaron podría construirse algún día, pero jamás el padre Adolfo, cuyos retos eran los imposibles y poseía el carisma, el liderazgo y las energías para motivar a una comunidad que no llegaba a los cien mil habitantes a recaudar un suma que en el presente pasaría de miles de millones de pesos.
Los feligreses más pudientes financiaron torres completas, los más pobres ayudaron con un tablón, los arrieros arrastraron guaduas, las señoras prepararon tamales y empanadas, las muchachas bonitas ensayaron sonrisas para vender boletas de rifas y cantarillas y hasta los comunistas de la época, que se las daban de ateos, se metieron la mano al dril para ayudar a pagar jornales.
LOS AMORES DEL
PADRE HOYOS
El padre Adolfo
tuvo dos grandes amores, uno fue Doña Eudoxia Ocampo, que trajo al mundo el 4
de diciembre de 1892 un muchachito llorón, sin imaginarse que era un regalo del
cielo a la comunidad manizaleña. El otro
amor fue su ciudad natal, a la que dedicó los esfuerzos de toda su vida.
La construcción
de la Catedral es una obra faraónica, y
lo fue más en las primeras décadas del siglo pasado. Su realización
inmortalizaría por sí sola al padre Hoyos, que
promovió la idea, la luchó y logró sacarla adelante.
Sin máquina perforadoras ni los equipos actuales, los obreros abrieron las brechas y los cimientos a pico y pala de una edificación que tiene más obras bajo tierra que las que se ven sobre la superficie.
El cemento debió
importarse, al igual que el acero y el vidrio. Y con fuerza bruta de hombres y
bueyes se levantaron las estructuras de
soporte, los andamiajes para el vaciado
del concreto y todo el material de río para la imponente basílica
MOTOR DE
PROGRESO
.
Pero no fue
solamente el gran templo la iniciativa que movió el espíritu del levita. Como
miembro de la Sociedad de Mejoras Públicas
y su presidente durante varios períodos, el padre Hoyos Ocampo impulsó,
al lado de sus amigos, la carretera a Chinchiná, la carretera a Termales, el
aeropuerto de Santágueda y después el de la Nubia, la construcción del Palacio
de Bellas Artes, la fábrica de Cementos Caldas, la Facultad de Medicina de la
Universidad de Caldas y la de Ingeniería de la Nacional.
Con el Doctor Gustavo Robledo luchó por la vía al mar, un puerto en Bahía Utría y con el Doctor Genaro Mejía consiguió los terrenos para construir el parque del bello barrio de La Francia.
El 20 de julio
de 1927 el dinámico sacerdote colocó la primera piedra del Parque Bolívar y por
iniciativa suya y de la S. M. Públicas el gobierno creó la Escuela de
Carabineros.
La mayor
satisfacción del padre Hoyos fue ser
cura de su catedral, y por ello rechazó honores eclesiásticos que lo
hubieran podido llevar a un obispado.
El cura de la
catedral extendió la labor apostólica a las veredas y a los barrios marginados
de Manizales. En la zona rural levantó capillitas y templos, y consiguió recursos oficiales para escuelas,
centros de higiene e inspecciones de policía, porque para el padre Hoyos la
salud del alma iba pareja con la salud del cuerpo.
Con los trabajadores organizó centros católicos con fines religiosos y sociales. Organizó el gremio de los lustrabotas y ubicó sus sitios de trabajo al lado de la catedral. Apoyó el Patronato de niños pobres y carnetizó a los indigentes para ayudarles con ropa, comida y asistencia médica y espiritual.
Con Doña
Carmelita Vinasco el padre Hoyos dio
forma a la Sociedad de Santa Zita que agrupó a las trabajadores domésticas,
cuya fiesta celebró el 27 de abril de cada año con agasajos y muchas veces con
una romería a visitar al Milagroso de Buga.
En la revista
“Civismo” aparece una anécdota que ilustra el temperamento jovial del padre
Hoyos.
Estaba en su
estudio de la Basílica, cuando alguien muy alterado llamó por teléfono.
“Es cierto que
murió el padre Hoyos?-
-Quién yo?-
Si, usted padre.
Verdad que murió- Verdad-
Bueno, pues a
mi al menos no me han dado semejante
noticia- Contestó el sacerdote.
Y clic- colgó el
desconcertado feligrés, quien pensaría en el momento si había hablado con un
fantasma o le había tomado el pelo el presunto difunto.
El padre Hoyos
gozó del aprecio del malevo de Arenales, del
peón de San Peregrino, del
cogollo manizaleño y de la amistad de varios presidentes de la república. Horas
antes de morir llamó Misael Pastrana
Borrero a preguntar por la precaria salud del padre Hoyos, quien con un
esfuerzo inaudito logró musitarle algunas palabras, que fueron la despedida.
El padre Adolfo
hizo parte de la generación luminosa de Caldas. Con Londoño, con Robledo Isaza
y otros personajes realmente valiosos gestó las obras que engrandecieron este departamento.
El padre Hoyos
Ocampo falleció el 30 de mayo de 1970. Nadie ha compendiado y resumido la
hidalguía, la entereza, la capacidad de servicio y el amor por su tierra como
este virtuoso levita que encarna todas las virtudes manizaleñas. .
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