Alfredo Cardona Tobón*
En el libro “Historiadores Primitivos de Indias” de Rivadeneira, se cuenta que en el territorio
de Riosucio, Caldas, vivió en 1546 un cacique pirsa llamado Tamaracunga; dice
la leyenda que un día el cacique escuchó un sermón que le tocó el corazón y de
inmediato quiso volverse cristiano.
Pero Satanás no estaba dispuesto a dejarse arrebatar otra alma pagana;
bastantes le habían arrebatado los misioneros. Por eso empezó a mortificar a Tamaracunga para que se
alejara de los doctrineros y sus enseñanzas, y siguiera adorando los ídolos.
Una mañana, cuando Tamaracunga se
dirigía a la iglesia de Riosucio, unos diablos en gavilla lo agarraron y lo
levantaron por los aires como si fuera una pelota de fútbol, arrojándolo de un
lugar a otro. Pese a los rebotes ningún
golpe lastimó al asombrado cacique y por más empeño que ponían los diablos en hacerle
daño, nada le pasaba a Tamaracunga que
continuaba incólume, aunque aterrado, protegido por la bondad Divina.
Alguien avisó a los frailes del convento
que de inmediato llegaron a rescatar al cacique de las garras del averno; con
oraciones y mucha agua bendita por fin lograron ahuyentar a los secuaces de
Satanás y libraron del oprobio a Tamaracunga, quien con hábito de penitente
siguió con los frailes camino hacia la población de Anserma, donde ejercía su
ministerio el venerable padre Juan de Santamaría, ducho en exorcismos y en
peleas contra el Enemigo Malo.
El
trayecto estuvo erizado de peligros y acechanzas, los ataques arreciaron a medida que la comitiva se acercaba a la población de Anserma; los demonios arrojaban piedras, se
oían estruendos terroríficos y tomaban
formas espantosas que se desvanecían cuando aplicaban las reliquias a Tamaracunga o
invocaban los nombres de Jesús y María.
A la entrada de la ciudad fundada por el conquistador Jorge Robledo, el padre Santamaría esperaba a Tamaracunga
dispuesto a librar al atormentado indígena
de los embates infernales así perdiera la vida en tan terrible trance. Al ver
al padre Santamaria Satanás se llenó de ira y sin respetar hábitos ni agua
bendita se precipitó contra el sacerdote y lo tuvo agarrado con los pies arriba
y la cabeza en tierra durante varias
horas.
Fueron
inútiles los rezos de los religiosos; nada parecía detener a Lucifer que
parecía solazarse con el miedo tembloroso de Tamaracunga y el padecimiento del
padre Santamaría. Tras muchas invocaciones a la Virgen Santísima, las fuerzas celestiales
intervinieron y el religioso cayó al suelo sin herida ni
lesión alguna mientras una legión de diablos levantaba vuelo y se perdía en el
horizonte como si fuera una estampida de gallinazos.
Los frailes con el padre Santamaría y
con Tamaracunga continuaron su camino entonando
himnos al Salvador hasta que entraron a la iglesia, donde el cacique recibió el
santo bautismo y quedó fuera del alcance del demonio.
¿QUIEN AMANSÓ AL DIABLO RIOSUCEÑO?
En
las crónicas de la conquista menudearon las apariciones de santos y demonios;
los primeros aliados de los españoles y los segundos, militando en las filas de
los nativos. Se habla de la protección de la Virgen María en cruentos combates
con los indígenas y del apóstol Santiago sobre blanca cabalgadura al frente de
las huestes españolas.
Para los europeos todo lo nativo era sucio y
pecaminoso y veían en los dioses americanos
la presencia indiscutible del demonio. Pasaron los siglos y el diablo, a
la par de los santos, hizo parte de la vida de los ancestros. No hubo abuelo al
que no se le hubiera aparecido un diablo; muchos jugaron tute con el Patas,
otros trovaron y se emborracharon con el Putas y hasta Macuenco, el arriero,
que era tan serio y tan mesurado, juraba y
rejuraba que en la curva de los Monsalves en el camino entre Riosucio y
Quinchia, le tocó darse peinilla con un negro jetón, que al recibir un
machetazo, se convirtió en un perro negro que huyó echando chispas por la boca.
UN
COMPADRE PARRANDERO
En
casi todos nuestros pueblos se le tiene pavor al demonio, pero eso no sucede en
Riosucio donde el enemigo de Tamaracunga y de los frailes, desde hace siglo y
medio se convirtió en amigo y parcero y en el más conspicuo compañero de juerga
y de parranda de los habitantes de ese
pueblo.
Según
los archivos de la iglesia de San Sebastián, el acercamiento entre los
riosuceños y Lucifer empezó en el año 1846 durante unas fiestas que instituyó
el presbítero Manuel Velasco, un cura que hacía versos y montaba obras de
teatro con matachines disfrazados de diablos.
El
padre Velasco mostraba el poder del bien sobre el mal y el triunfo de los buenos sobre los malos.
Esos sainetes se repitieron durante el
siglo XIX, con diablos apaleados que en vez de inspirar respeto fueron ganando
el afecto popular al ver tanto diablo
aporreado.
Al empezar el siglo XX surgió en Riosucio un grupo iconoclasta, liberal y librepensador
que iba contra todo lo clerical, godo y ultramontano de los tiempos anteriores.
Ese grupo liderado inicialmente por Eliseo Vinasco y posteriormente por David
Cataño tomó vuelo en 1930 al aparecer la
República Liberal
El
gobierno los ubicó en la frondosa y mal pagada burocracia del régimen y el
grupo iconoclasta regó sus ideas por toda la banda izquierda del río Cauca. En
Quinchía Teófilo Cataño organizó los
Carnavales de las Brujas que después trasplantó con himno y comparsas a Riosucio,
donde los matachines que inspiró el padre Velasco presidieron los Carnavales.
Satanás
se convirtió en el centro del jolgorio, fue entronizado por los liberales en el
pueblo más godo de Caldas; a don Sata riosuceño no le interesó ganar almas para
el infierno sino conquistar compadres para tomar guarapo y tomarse el pueblo a
punta de versos
Con
el padre Velasco y con Teófilo Cataño el diablo se acercó a la gente y se
volvió riosuceño, el Lucifer que se la veló a Tamaracunga hizo causa común con
Temilda, la mejor cocinera del mundo, con Tatines el mariscal de los
matachines, con Carlos Gil y con Cesar Valencia Trejos, doctores en Carnavales y en vez de meter miedo a su gente les enseñaron
a hacerle el quite a las embestidas de
la vida, que para gozarla son duchos los riosuceños.
Muy interesante relato, lo leí hace mucho también extraído del libro LA CRÓNICA DEL PERÚ de Pedro Cieza de León.
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