Alfredo Cardona
Tobón*
Aún "piernipeludo'' a Jesús María Ocampo, le picó el deseo de buscar fortuna en otras tierras.
"Oís, chuchito- le había dicho Danielito Escobar - qué te parece que están
sacando oro en el Quindío por pilas; en una vereda que llaman Montenegro
encontraron una sepultura con la pendejadita de setenta libras de oro. Yo vi
unas alhajas, unos cetros y coronas, serpientes, lagartos y caciques, todo esto
trabajado por los indios. En un lugar que llaman Tebaida están sacando tumbaga
todos los días y a toda hora y los guaqueros viven muy animados porque dizque
todo ese territorio es un cementerio tan rico, que por donde se mete el recatón
y la mediacaña sale oro." – Testimonio de un guaquero-
UN SEPULCRO
CONTINUO ENTRE GUADUALES
El rumor de las
guacas quindianas se regó por el sur antioqueño y en 1884 el arriero Macuenco,
con Carlos Agudelo, Angel Toro y otros aventureros se internaron en la cerrada selva por los lados de Rioverde y
el río Quindío y como gurres escarbaron altozanos y terrazas en busca de los
tesoros quimbayas.
Jesús María siguió
los pasos de sus paisanos y llegó al cañón del Roble, donde una enorme cruz de
madera señalaba una ruta incierta en medio de cañabravas, donde los tigres
marcaban el territorio con las osamentas de tatabras que dejaban peladas entre
los rastrojos.
El jovencito se
transformó en un hombre forzudo, mandón, guapo y con una puntería tal que no
hubo fiera que se le escapara, con razón lo llamaban "el Tigrero". En
esa tierra úberrima y sin amos, Jesús María alternó con desertores, con gente
sin oficio ni beneficio y buscadores de
fortuna en torrenteras y collados, en vegas y en hondonadas, donde espantaban
alacranes y culebras para clavar la mediacaña y desenterrar las riquezas que
los indios confiaron por siglos a la madre tierra.
"El Tigrero" junto con su "fonda" el sueño de la aldea en la "Cuyabra", alternó los cultivos con la
minería, dejando a sus amigos los tesoros de los quimbayas. Cuando un enorme
tronco le aplastó la vida en una veta solitaria, los guaqueros encontraron su
cuerpo y quizás su ánima, que pese a la pesadumbre por una mujer ingrata, deambulaba por el Quindío.
EL TESORO QUIMBAYA
Miles de piezas de
oro salieron de la entraña quindiana a museos extranjeros o simplemente a
convertirse en lingotes anodinos en los crisoles de joyeros y comerciantes. Por
fin en 1942, el gerente del Banco de la República, don Julio Caro, inició la
compra del oro precolombino y empezó a conformarse el Museo de Oro, y entonces
las joyas quimbayas empezaron a enriquecer el patrimonio cultural de Colombia.
"Yo siempre
creí que vuestro país era fabuloso en bienes artísticos, pero veo que lo es aún
más en la nobleza e hidalguía de sus gentes"- afirmó la reina regente de
España, María Cristina de Habsburgo, al inaugurar ese 11 de noviembre de 1892,
la exposición iberoamericana, durante la conmemoración del cuarto centenario
del descubrimiento de América.
Y era lógico que se
encontrara tan agradecida y sorprendida, pues el presidente colombiano Carlos Holguín, le había regalado a la reina
un fabuloso tesoro de mil doce objetos
arqueológicos y etnográficos, donde sobresalían ciento veintidós figuras de oro,
descubiertas en el municipio de Filandia
que representaban figuras femeninas y masculinas, sillas, cascos y
poporos, en tamaños entre quince y treinta centímetros y pesos hasta de 1143
gramos de 24 kilates.
UNA DONACIÓN
ABUSIVA
Según
investigaciones de la Academia de Historia del Quindío no figura en los
archivos de Relaciones Exteriores ninguna autorización oficial en la entrega
del tesoro quimbaya; parece que el
presiente Holguín, en un arresto de generosidad
por el laudo que favoreció a Colombia en la Guajira
y en la orilla izquierda del Orinozo,
regaló las joyas a la reina
regente, después que las sacó del país con la disculpa de exponerlas en Europa.
Con el tesoro
quimbaya y el resto de los valiosos objetos
viajaron Vicente Restrepo y su hermano Ernesto, historiador y
especialista en cultura quimbaya. Al decir de Elvira Bonilla, directora del
Museo del Oro, tales conocimientos no sirvieron a los Restrepos para hacer caer
en la cuenta a los generosos donantes sobre la magnitud cultural del regalo. El
Semanario madrileño La Ilustración Española y Americana describió el regalo como "el presente
más valioso que España haya recibido hasta
el día, de ninguna de sus hijas allende del Atlántico".
AL RESCATE
El alcalde de
Armenia, César Hoyos Salazar, la
Academia de Historia del Quindío y la gobernación de ese departamento
solicitaron a los presidentes de España, José María Aznar y a su sucesor Rodríguez Zapatero, la
devolución del tesoro quimbaya, sin que los europeos se hayan dignado
contestarles. Han buscado el apoyo de la Unesco, de los departamentos del Viejo Caldas; los
oficios de la Embajada en Madrid y hasta del presidente Uribe Vélez,.
No obstante las
evidencias de malversación, el reclamo no ha tenido eco, pese a los
antecedentes con Francia, que entregó a los argentinos el sable de San Martín y
al Perú la célebre momia inca Vaimaca. El reclamo no debería ser solamente de
los quindianos, quienes no deberían, tampoco,
resignarse a que España entregue una réplica de los piezas quimbayas
o que las traigan para mostrárselas a
los ciudadanos, como proponen algunos dirigentes cuyabros..
Es doloroso lo
acontecido en el pasado con una clase que
desconoció nuestros valores ancestrales, pero es más grave que continúe la expoliación de los tesoros culturales, pues una mafia emparentada con el
narcotráfico está exportando ilegalmente las valiosas cerámicas y objetos de oro de las guacas sin que a los colombianos les importe ese saqueo descarado.
Me comenta mi padre que se contaba en la familia el hallazgo de una guaca donde era la estancia familiar, en el actual barrio de San Nicolás; habían dos esqueletos uno junto a otro con residuos de lo que parecían ser mantas y cubiertos con adornos de oro, además de ollas y demás cerámica. Se cuenta que mi bisabuelo se emocionó al ver esto, se abalanzó sobre la guaca, se tropezó y con el golpe, todo se convirtió en polvo, menos el codiciado oro. Las ollas tambien se salvaron, pero no se atrevieron a hacer sancocho en ellas. Me cuenta que todo eso se vendió y que varias décadas despues solamente quedaban unas ollas en la oficina de un pariente ( seguramente uno de los que se hicieron ricos y que aún hoy se resiste a negociar la herencia familiar) y un anillo de oro que pasó por varios dedos, de mi bisabuelo, mi bisabuela, mi abuela, mi padre y mi tío, quien en una borrachera en un paseo campestre, lo perdió en el río; el oro volvió al lecho del río, su hogar. Siempre sospecharon que lo regaló a una novia: agua que no has de beber, déjala correr...
ResponderEliminarjotagé gomezó