ABRIL 5 DE 1877: BATALLA POR MANIZALES

Alfredo Cardona Tobón.




Al amanecer del 15 de febrero de 1877 los manizaleños  oyeron el retumbar de las balas a unas cincuenta cuadras de la ciudad: eran los caucanos que se acercaban  inexorablemente al poblado ante la pasividad del general antioqueño  Marceliano Vélez quien  desde la derrota de Los Chancos, solamente se defendía sin osar atacar al enemigo inferior en número y armamento, pero cada vez más osado y peligroso.

Marceliano Vélez creyó que se repetiría  el estrellón enemigo contra el bastión manizaleño, como ocurrió en 1860 con Mosquera cuando el general caucano fue e incapaz de doblegar las defensas paisas. Estaba tan seguro de repeler el ataque, que  pese al avance desde Pereira de las tropas del general Trujillo, envió parte de sus tropas a la banda occidental del río Cauca, para hostigar al enemigo  por Apía y Cañaveral, debilitando las trincheras manizaleñas.

Los liberales caucanos aliados con tropas federales fueron estrechando el cerco sobre la ciudad fronteriza; avanzaron por el  Alto del Caballo, por San Julián y por Nueva Palestina, y de esta última localidad  continuaron la marcha, vadearon el    río Chinchiná por el paso de  La Inquisición y en  violenta acción se apoderaron del sitio de  La Cabaña  el 22 de  febrero de 1877.

Los caucanos derrotaron en la base del cerro Batero a la columna que Marceliano Vélez envió hacia la  banda  occidental del río Cauca y los liberales sin amenaza por los flancos o por la retaguardia prepararon el asalto a  Manizales. En la noche del 4 de abril los caucanos abandonaron el campamento de La  Cabaña, dejaron las hogueras encendidas para engañar  a los vigías enemigos, y con sigilo  se colaron  entre las posiciones paisas  de El Canasto y Morrogordo  para ubicarse en la madrugada en  el Alto de Cueva Santa.

Al caer la noche del cuatro de abril varias compañías  caucanas marcharon  desde El Arenillo hasta El Tejar,  donde los antioqueños habían concentrado fuerzas para repeler el ataque liberal; a  las once de la noche de ese mismo día, el batallón No. 14, compuesto por villamarinos, y reforzado por efectivos sureños, se movió hacia los sitios de La Florida y  el Alto del Roble y esperaron  las órdenes de ataque.

En  la fría y nebulosa mañana del 5 de abril se rompieron los fuegos; fue una batalla sangrienta,  una de las más feroces e intensas de nuestras guerras civiles donde  se ha desconocido la valentía de  los defensores de la ciudad, porque los triunfos se ensalzan y las derrotas se olvidan.

Con el apoyo de reclutas de Santa Rosa de Osos, llegados al medio días a marchas forzadas, los defensores del Arenillo sostuvieron por varias horas sus posicones, los reclutas venían agotados y hambrientos, sin embargo se  portaron como  veteranos En el alto de  Morrogordo,  la heroica División Giraldo , compuesta por marinillos,  resistió la embestida durante diez horas.  Cuando hirieron gravemente a su jefe, el general Obdulio Duque, y  abatieron a sus  comandantes Cesáreo Gómez y Felipe Arbeláez,  se retiraron hacia Manizales, en  campo descubierto, bajo el fuego intenso de los caucanos que desde las laderas circundantes os acribillaron inmisericordemente; los sobrevivientes llegaron a  la Linda y se fortificaron en el Alto de la Palma tras dejar en el campo 900 bajas entre muertos, heridos y prisioneros.

Tropas de Villamaría cruzaron el río Chinchiná  y en territorio manizaleño se enfrentaron con una  partida comandada por el general Braulio Henao; tras una intensa escaramuza llegaron al Alto del Perro, se descolgaron  hasta las defensas del Guayabo y las hostilizaron hasta  muy entrada la tarde.

En el Alto de San Antonio  se  presentaron los más intensos combates. El Alto estaba rematado por trincheras de un metro de espesor y tres metros de altura, con fosos por delante y por detrás;  estaban  erizadas de púas y cubiertas de maleza  entre la cual se emplazaron mortíferas ametralladoras y varios cañones, que fueron incapaces de detener la ofensiva caucana.

Los manizaleños y caucanos  lucharon con valentía; mujeres sueñas  armadas con lanzas fueron las primeras en llegar a los nidos de las ametralladoras, pero mientras los paisas retrocedían bajo las órdenes de generales medrosos, los liberales iban por la victoria  animados por el  rico botín que  esperaban encontrar en Manizales.

A las cuatro de la tarde del  cinco de abril Don Silverio  Arango,  presidente del Estado de Antioquia, vio la inutilidad de la lucha y la inminencia  de la derrota, para evitar el inútil derramamiento de sangre, trató de parar los combates y solicitó una tregua para recoger muertos y heridos y discutir  un tratado de paz. El general Julián Trujillo, Jefe del Ejército liberal,  ignoró la propuesta y continuó los ataques hasta que  los reductos  antioqueños izaron bandera blanca uno tras otro y se entregaron sin condiciones.

EMPIEZA EL SAQUEO

Los atropellos fueron en aumento en la medida que los invasores se apoderaban de las calles; a  los civiles que capturaban les quitaban el sombrero, la ruana y el carriel y los dejaban hasta sin pantalones, saquearon las casas, a los infelices derrotados les arrebataron las  cobijas  y  la  ropa y a los artesanos los dejaron sin  herramientas.

Al día siguiente las autoridades  impuestas por los vencedores hicieron abrir las tiendas  y demás lugares de expendio de víveres;  los caucanos “compraban” cuanto querían y al momento de pagar la cuenta decían al vendedor: “coman  religión, godos pícaros” y se robaban lo que habían pedido. Las tropas liberales  arrasaron con todo, en las haciendas cercanas a la ciudad..  no quedaron cerdos, ganado ni caballos... confiscaron  gallinas, los rejos y las enjalmas.... todo lo robado fue  a para al Valle del Cauca y a  la vecina población de Villamaría.

En medio del caos un  grupo de soldados liberales  llegó a la casa de la anciana   Teresa Salazar y como sólo le encontraron treinta pesos, la amarraron de los pies y la colgaron para que dijera dónde guardaba el “ entierro” ; a Jesús Martínez, padre de familia, lo asesinaron en la puerta de su vivienda; a las residencias más  amplias y lujosas las dejaron como cuarteles, los  intrusos  robaron los muebles que pudieron cargar y otros sirvieron de leña en las fogatas de los campamentos.

Los ciudadanos conservadores más adinerados de Manizales debieron cubrir una indemnización  de $ 50.800  por gastos de guerra, de los $ 750.000 que  el gobierno nacional  obligó a pagar a toda Antioquia. Algunos ilusos se dirigieron al general Trujillo, pidiéndole que los pusiera a cubierto de los saqueos y los atropellos de los caucanos, pero  fue en vano, pues según  dijo él “ nada podía  hacer   porque  no había quién contuviera a esos negros”.

 Ese 5 de abril  de 1877 marcó el final de la era del liberalismo radical,  ya que la victoria de Trujillo abrió las puertas a la Regeneración de Rafael Núñez y  las abrió al conservatismo; en las gacetas  oficiales del Cauca encontramos paso a paso los pormenores  de la batalla  de Manizales;  en cambio en los archivos de Antioquia se tendió un manto de olvido estos dolorosos sucesos.


La batalla por Manizales no trajo la paz, fue otro eslabón sangriento, que se encadenaría a la revolución de 1879 contra los caucanos, la de 1885 contra Nuñez y la guerra de los Mil Días que comprometió recursos y vidas manizaleñas.

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