Alfredo Cardona Tobón
Corregimiento de Florencia, en el municipio de Samaná, Caldas, Colombia
“ ¡Florencia, 25 de diciembre de 1896 ¡… Por la puerta entreabierta de la escuela, donde me alojo,
veo, un poco hacia la izquierda, la frágil cruz de la iglesia, de la iglesia,
pobre rancho de madera y paja en el que el Dios de Belén parece estar acostado
todavía. El altar da lástima e inspira compasión. Delante de la iglesia las
gallinas picotean, los bueyes pastan y un asno lanza al aire las agrias notas
de su rebuzno alegre…
Por todos los alrededores - continúa escribiendo el explorador francés Pierre D´Espagnat- diseminados por los
flancos de la colina, las pobres cabañas de este campamento de buscadores de
oro, y las hay también en la otra
vertiente, de las que solo se ven sus techos, gorros cónicos un poco inclinados
hacia un lado…
¡Ya son las seis!
Se oye el toque del Ángelus. En el umbral de las casas todos se
descubren. Y casi instantáneamente la noche
se ha venido encima, el sol se ha puesto, en su gloria oscurecida por detrás del páramo de Sonsón. Las puertas
se cierran ante el frío que ya se deja sentir, mientras que solo, envuelto en
brumas y en torbellinos de viento, mi
caballo continúa paciendo, sombra olvidada en el tapiz verde de la plaza…
¡Oh nochebuena, alegre nochebuena, alegre
navidad engalanada, que llegas a la misma hora a todos los puntos del globo!..”
Noventa años después, en una tarde gris también de
diciembre, miraba yo la plaza brumosa de Florencia, y exceptuando el campero estacionado en la plaza y la iglesia moderna, me pareció revivir el
entorno descrito en 1896 por el francés Pierre D`Espagnat, cuando llegó a esas
soledades ilusionado por los rumores de grandes riquezas minerales. Poco ha cambiado: las mismas ilusiones y la esperanza de encontrar una veta o una guaca que los saque de la pobreza.
LAS VETAS AURÍFERAS
Fueron
mineros los primeros pobladores
paisas del extremo sur de Antioquia, que buscando pepitas de oro se
adentraron por San Agustín, recorrieron los campos de Pensilvania y repasaron
la trocha de San Narciso. El hallazgo de algo de oro en quebradas y riachuelos mantuvieron viva la esperanza de los barequeros y dos
minas importantes consiguieron llamar la atención de los inversionistas antioqueños
que esperaban encontrar otra explotación tan rica como la del Zancudo. Una de
ellas fue la mina de California en cercanías de la aldea de Buenavista, la otra
fue la mina de La Bretaña, no muy lejos
de la localidad de Florencia.
A finales del siglo XIX Miguel Murillo descubrió la
prometedora formación aurífera de La
Bretaña y con capital de Alejandro Angel y de Antonio José Restrepo, el famoso
Ñito Restrepo, se trabajaron sus vetas con buenas ganancias durante más de
cuarenta años. La Bretaña fue un
paréntesis de prosperidad en la deprimida zona de Florencia, pues llegó a
emplear 250 hombres en los socavones y en los beneficiaderos y en la mina se
empleó, antes que en otras empresas paisas, el moderno sistema de monitores
para separar el oro de la ganga.
EL CORREO DE LA BRETAÑA
En el siglo pasado en un día de los años veinte, los
mineros de La Bretaña suspendieron labores y llenos de pesar acompañaron a un
viejo amigo a su última morada. Al
frente de la comitiva fúnebre iba el arriero Blas Manrique con una turega de
bueyes que llevaban un cadáver sobre una plataforma de madera. Cuenta Don
Alejandro Ocampo en las memorias que confió al Hermano Florencio Rafael,
que en ese desfile fúnebre, aún faltando
el acompañamiento religioso, se sentía el respeto y la congoja entre la
comitiva. Tras un corto recorrido los bueyes pararon en un pastal en la loma al
norte del caserío y en un amplio hoyo los mineros descargaron el cuerpo de un
macho rucio, que había muerto de viejo después de trasegar durante muchos años
por el camino de Sonsón, transportando el oro que producía La Bretaña y
trayendo medicinas y mercancías a la mina.
El arriero Blas Manrique y esa mula rucia fueron el “correo de La Bretaña”. Nunca les importó
el sol canicular de los veranos ni los ríos de lodo que se escurrían por los
tragadales en las épocas de lluvia. Iban solos, sin escolta, sin temor a los
asaltantes ni a los pumas.
Ese singular entierro significaba más que el amor
por un noble animal, que era el símbolo de La Bretaña. Al sepultar la noble
bestia los mineros sentían que se estaba rompiendo el eslabón entre el pasado y
su futuro y que al desintegrarse el dueto de Blas Manrique y el macho rucio se
estaba acabando el mundo de los socavones
y del barretón y llegaba el mundo de los surcos, del hacha y del
serrucho, pues La Bretaña ya no era la misma, y el oro, si era que había algo,
se estaba escondiendo en lo más profundo de la tierra junto con los sueños de
la comunidad florentina.
soy otoniel bermudez nacido por los alrrededores de el congal y bautizado en florencia por eso aunque vivo en medellin hace muchisimos años me siento florenciano de los mejores viva florencia viva mi pueblo donde se respira el aire mas puro de mi patria.
ResponderEliminarsaludo a todos mis paisanos hombres y mujeres florencianos chaooooo
Mi mamá nació en 1916 y vivió con su papá, José María Uribe Villegas y su mamá Clementina Patiño Londoño de Uribe,aproximadamente hasta 1929,en esta famosa Mina La Bretaña,pues como administradores fueron nombrados por el Señor Felix Echavarría,según mi entender,pues desde niño escuché de labíos de mi mamá,María Dolores Uribe Patiño sus comentarios y evocaciones hechas de esas épocas de su niñez,ya en nuestro hogar,en Manizales, donde se asentaron al ser cerrada la mina y dejarse su explotación.
ResponderEliminar