LA OCUPACIÓN DE LA CAPITAL
Alfredo Cardona Tobón.*
La neblina espesa arropaba las
calles empedradas de la capital del virreinato; por Cerroverde se escurría el
viento filtrándose como cuchillos de
hielo por las hendijas de las estrechas ventanas de las casas humildes del
barrio Egipto y por los balcones arrodillados de las mansiones de La
Candelaria.
.
En la noche sepulcral llena de
miedo se oyó el repiquetear de los cascos de los caballos que entraban por la
Recoleta de San Diego, era la una de la madrugada; el capitán Martínez de
Aparicio, con algunos compañeros de las tropas del Rey, tras 28 horas de cabalgata,
traía noticias que no eran las mejores para los partidarios de la monarquía..
El duermevela de los españoles y
de los criollos amigos del rey, preocupados desde dias antes por los avances de
las tropas republicanas, se trocó
en desvelo y pavor ante la posibilidad
del triunfo patriota y de la venganza de los americanos ; lo mismo sucedió con
los partidarios de la república pues el comandante Sámano amenazaba con degüello
general en caso de una derrota.
Nadie se atrevía a salir a la
calle y averiguar de primera mano que tría el capitán Martínez de
Aparicio. Los minutos pasaron y al cabo
de un tiempo algunos vecinos se armaron de valor y se acercaron al palacio
virreinal. En medio de la oscuridad se sentia el golpe de puertas, preparativos
en las cocheras, movimientos inusuales, carreras, órdenes y aprestos en la
residencia de Sámano y en los cuarteles del gobierno.
Amaneció el nueve de agosto. Los
cuarteles, las prisiones, los puestos militares quedaron desiertos, las
autoridades habían huido y los presos se habían fugado; una ciudad de 40.000 habitantes quedaba a la
deriva, a merced de los delincuentes, sin realistas ni patriotas que mantuvieran el
orden público.
El Virrey Sámano, autor de
crueldades sin nombre y atrocidades sin cuento, huyó como una rata asustada con
los empleados de confianza, con la guardia de alabarderos y con el tesoro con
rumbo a Cartagena y luego a Panamá donde murió meses después víctima del
trópico americano.
Como a las siete de la mañana una
fuerte explosión retumbó en la Sabana. El coronel Calzada, comandante de la
guarnición local, puso fuego al polvorín del Aserrío y antes que llegaran las
fuerzas de Bolivar se marchó con su
tropa a la ciudad de Popayán
.
Ante el desorden y el caos que se
apoderaba de la ciudad, el anciano coronel patriota Don Francisco González salió a la calle a tratar de imponer el órden, adelante marchaba un tambor tocando a generala y nadie
les atendía, eran como dos marionetas ridículas en un mar de confusión y
desorden, los realistas solo pensaban en ocultarse o huir y los patriotas, con
la duda y la posibilidad de una reacción española se apartaban también muertos
de miedo.
Al avanzar el día los salteadores
cayeron como perros de presa sobre las casas españolas. De rato en rato grupos
dispersos de realistas derrotados en Boyacá, enttraban a Santa Fe, corrían a
caballo por las calles con semblante despavorido apuntando con sus carabinas a
quienes se cruzaban en su camino y viendo que no tenían apoyo en la capital del
virreinato continuaban su marcha desesperada, tratando de alcanzar las fuerzas
amigas que iban hacia Popayán-
.
Al llegar la noche algunos
ciudadanos organizaron grupos para mantener el orden y defender la ciudad. Una
partida realista, bajo el mando del capitán Vencoechea trató de entrar a Bogotá
pero fue rechazada; en la esquina de la catedral quedó el cadáver del patriota
Armero, muerto al pie del cañón que defendía la plaza principal.
Al amanecer del 10 de agosto
Hermógenes Maza, Nicolás Sánchez y José María Espinosa quisieron sumarse a las
avanzadas libertadoras y tomaron el camino del norte. Una legua adelante de la
capital vieron a un militar a todo paso en una bestia cervuna. -¡ Allí viene un
jefe godo!- dijo Maza y se le abalanzó lanza en ristre.-¡Alto ahí!- Quién
vive!- El jinete siguió avanzando. Maza
picó su caballo y se acercó al jinete- “ No sea pendejo Maza”- Le dijo el
desconocido con una voz aguda y chillona imposible de olvidar. Inmediatamente
reconocieron al Libertador, quien
habiendo dejado rezagados a los escoltas y a la plana mayor, se dirigía
presuroso a Santafé, haciendo honor al apodo de “ Culo de Hierro” que le
endilgaron sus compañeros de lucha por su aguante sobre una montura.
LA ENTRADA A LA CAPITAL
Bolívar llegó a la ciudad con un uniforme roto, lleno de manchas, y con la casaca pegada a las carnes pues no tenía camisa. Tras el
Libertador llegó el escuadrón apureño que después de cambiar cabalgaduras siguió hacia el puerto de Honda
en persecución de Sámano.
Bogotá quedó en ese momento casi
desguarnecida, protegida por voluntarios
y unos pocos militares que acompañaban a Bolívar. Si en ese momento
hubieran bajado del Cerro Monserrate el
coronel Pla y 200 realistas que ocupaban la cumbre, seguramente habrían apresado al Libertador y malogrado el triunfo
de Boyacá.
El 11 de agosto llegó el grueso
de la tropa patriota con los prisioneros españoles; entre ellos estaba un oficial de apellido
Brito. Maza se le acercó, sea porque le tenía enemistad o simplemente por crueldad, le apuntó con el fusil y lo obligó a vivar a
Colombia. No le dejó terminar la frase , lo asesinó vilmente.
En octubre de 1819 los
republicanos ejecutaron a Barreiro y a otros 39 oficiales españoles capturados
en Boyacá, muchos de ellos con amigos y parientes en Santafé. Fue un asesinato, una carnicería sin sentido, pues eran
enemigos vencidos en batalla que no representaban algún peligro; lo menos que podían esperar era la
generosidad del adversario.
La ejecución de los oficiales
españoles emuló los patíbulos de la reconquista, de nuevo el dolor y las
lágrimas cubrieron la tierra bogotana
para recordar la crueldad de una
guerra a muerte que había empezado en los llanos venezolanos y se extendió por
toda la Nueva Granada.
Me parecio sumamente interesante y culturizante
ResponderEliminarseria muy bueno que siguiera