Alfredo Cardona Tobón
Debajo del cajón con cuatro troncos como
patas y barro apisonado que servía de
base para el fogón de leña, la abuela había organizado un nido con follaje de
salvia para que empollara la gallina fina.
El abuelo Germán era gallero, y en la cluecada con
genes de su mejor pollo, tenía cifradas las más ambiciosas esperanzas para que
su cuerda siguiera siendo la más temida y respetada de Quinchía.
Uno de los huevos de cáscara dura y color
oscuro tenía las letras AC, que lo identificaban como la promesa de otro
gallero en ciernes, del consentido nieto de ocho años ,que seguía todos los pasos del abuelo y quería tener su gallo de pelea.
Luisito se acercaba todos los días al refugio
de la clueca para ver cómo iba con su maternal tarea y le llevaba unos granos de
maíz y agua fresca que la gallina bogaba sedienta. Los días parecían eternos... hasta que
por fin transcurrieron los veinte días de incubación.
Luisito llegó de la escuela y se acercó al fogón y acarició la gallina; esta vez escuchó un piar solitario que fue en crescendo anunciando al mundo la nueva generación de animales de pelea que continuaría sosteniendo la fama del mejor gallero del pueblo.
Luisito llegó de la escuela y se acercó al fogón y acarició la gallina; esta vez escuchó un piar solitario que fue en crescendo anunciando al mundo la nueva generación de animales de pelea que continuaría sosteniendo la fama del mejor gallero del pueblo.
Pero en medio del alboroto y las cáscaras vacías era imposible saber cuál era el pollito que
salió del huevo marcado. Los doce animalitos eran lindos, regordetes y bullosos, unos
de color amarillo quemado, otros de amarillo claro, algunos con manchas negras y tres
totalmente oscuros
-Escoja mijo su pollito- dijo el abuelo
que recién entraba a la cocina y vio en las pupilas del niño
el relámpago gallero y lo imaginaba a su lado, calzando espuelas y
entrenando a los aguerridos animales.
Moticas blancas y negras salían de las alas
de la gallina y volvían a sumergirse bajo su plumaje. Luisito las observaba
atentamente sin decidirse por ningún pollito. De repente una motica amarilla con manchas en la
pechuguita se alejó de la clueca y con gesto valeroso picó los dedos del niño.
Es un machito dijo el abuelo Germán y entonces todo se decidió: el futuro campeón
había escogido su dueño.
Los meses pasaron y Saraviado se convirtió en
un gallo fortacho, de sonoro canto, espuelas como puñales, porte de toro de
lidia y mirada de guerrero espartano. Luisito lo consoló cuando le cortaron la
cresta, se rió cuando lo vio en pelota después de la cortada de las plumas y le
seleccionó un paral en el extremo del corredor con vista al rio Cauca.
La mamá no veía con buenos ojos el interés creciente
de Luisito por los gallos.- -¡Otro gallero en la familia!- decía- ¡No faltaba
más! ¡Valiente ejemplo el del abuelo con sus cursientos bichos que lo ponen en
peligro en medio de tanta gente extraña!-
El nieto hizo todo el curso de gallero al
lado de Saraviado, nombre sonoro que le puso el abuelo en recuerdo de un
antiguo gallo que murió como un valiente en el ruedo; aprendió a motilarlo, a
calzar las espuelas, a bañarlo con buches de alhucema y a correrlo con un gallo
viejo que se utilizaba en los entrenamientos.
Llegó la temporada de diciembre y el abuelo
consideró que Saraviado estaba listo para el combate y ante el alborozo del
niño, que creía que el animal era invencible y libre de todo mal, lo llevó a la
gallera. Se casaron apuestas y se sortearon las peleas. A Saraviado le tocó un
gallo guatiqueño, de color azul turquí, con plumas negras en la cola, tenía la
traza de un matón con los colores que
detestaba el abuelo.
Cayó la tarde… Luisito esperaba ansioso el
regreso del abuelo con el nuevo campeón. Por fin llegó Don Germán con Saraviado
bajo la ruana; había triunfado en su primer combate, pero sangraba por los
muslos y por el cuello y había quedado tuerto. El niño sintió por primera vez
en su vida que el corazón se apretujaba de pena .Doña Judith vio el dolor de
su hijo y con una mirada furibunda quiso fulminar al abuelo, que impasible le
daba afrecho al estropeado gallo.
Tras una larga permanencia entre las
gallinas, Saraviado volvió a la percha donde nuevamente entonó sus cantos
guerreros. Como los animales de pelea son para eso, llegó el día de un nuevo
combate. Esta vez Luisito no despidió a Saraviado con alborozo, pues ya sabía
que tras cada encuentro en la gallera corría el dolor y la sangre.
Saraviado triunfó de nuevo antes
de quedar totalmente ciego. Liquidó un gallo bronco, terror de las arenas de
Riosucio. Era un héroe que había dejado muy en alto el corral del abuelo.
Tranquilo mijito- dijo el abuelo- gallero curtido en mil combates- En la
próxima cluecada le doy otro pollito-
Saraviado temblaba y los cuarterones de
sangre impregnaban sus alas. Al oír la voz del niño se le acercaba a picotear
sus manos en medio de la oscuridad de su mundo. Luisito quería llorar pero no
lo hacía porque el abuelo decía que los machos no lloraban y él era muy macho.
Vea Luisito meta al gallo en ese costal- dijo el abuelo- se
lo lleva a Don José y le dice que hay se
lo mando. Ya no le decía el Saraviado y ni siquiera le hacía curaciones; el
pobre e invicto ciego era un estorbo que estorbaba al abuelo y a la ´mamá de Luisito, que quería separar cuanto antes al sufrido animal del acongojado niño.
Luisito con lágrimas en los ojos y una pena
inmensa en el alma, llevó a Saraviado, ciego y hecho jirones a la casa de Don
José, sintiendo en lo más profundo de su alma el temblor del adolorido gallito.- "Tranquilo Saraviadito- le decía entre sollozos- que nunca más te van a llevar a la
gallera".
Tarde comprendió que el gallo ciego sería el próximo sancocho en la casa del amigo del abuelo. Fue, entonces, cuando se esfumó la posibilidad de tener otro gallero en la familia.
Tarde comprendió que el gallo ciego sería el próximo sancocho en la casa del amigo del abuelo. Fue, entonces, cuando se esfumó la posibilidad de tener otro gallero en la familia.
YO SIEMPRE HE QUERIDO SER GALLERO PERO ME DA LASTIMA CUANDO QUEDAN CIEGOS Y TOCA SACRIFICARLOS
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