Alfredo Cardona Tobón*
Los hombres se comprometen con una causa para hacer justicia, apoyar al débil y al oprimido, o para buscar la gloria y el poder empujados por la ambición, el afán de lucro o por la pobreza. La mujer, además de lo anterior, le agrega el sentimiento y el corazón que la impulsa para enfrentar todos los riesgos y soportar las mayores vigilias al lado del hijo o del compañero, respaldándolos, asistienéndoles en la enfermedad y cerrando sus ojos cuando la noche se cierna sobre las tumbas.
Las mujeres han dejado una huella indeleble en nuestra historia. Fueron ellas las que tras de nuestros héroes los animaron para perseverar en la lucha.
Recordemos tres valerosas damas:
Recordemos tres valerosas damas:
REMEDIOS ESCALADA DE SAN MARTÍN
Los argentinos guardan la memoria de Remedios Escalada de San Martín, una bella niña de quince años que dejó las muñecas para unirse a la agitada vida del Libertador del Sur, que casi le triplicaba en edad.
San Martín conoció a Remedios en una fiesta y tras un corto noviazgo la hizo su esposa. La frágil jovencita dejó la casa paterna, donde vivía como una princesa, y al lado de su esposo marchó con las tropas unitarias desde Buenos Aires hasta Mendoza, un largo trayecto, que aún hoy se hace eterno al recorrerlo en tren o en automóvil.
En Mendoza, Remedios Escalada y las patricias republicanas recogieron fondos, donaron sus joyas, cosieron uniformes y dieron aliento a la gauchada que preparaba la invasión del Alto Perú. San Martín le pidió bordar la bandera patriota propuesta por Belgrano y Remedios recorrió el comercio mendocino hasta encontrar la tela del azul celeste, que bordó con esmero, para hacer el emblema glorioso que acompañó a las tropas argentinas hasta el puerto de Guayaquil.
La ardua campaña cobró su precio a la esposa de San Martín, una severa tuberculosis atacó a Mercedes y la hizo regresar a la casa paterna con su pequeña hija Merceditas. Una aparente mejoría permitió su regreso a Mendoza, pero el mal estaba avanzado y se vio obligada a volver a Buenos Aires, donde murió sin ver de nuevo a San Martin.
Los uruguayos no olvidan a la lancera mestiza, madre de dos de los hijos de José Gervasio Artigas, el Protector de los pueblos libres del Río de la Plata. En cuecas y tonadas los orientales hablan de la guerrillera que acompañó al líder federal en su lucha contra los españoles, los unitarios rioplatenses y los invasores brasileños.
Melchora. amante de Artigas. con amor y generosidad lo acompañó en su lucha contra el dominio español; contra el egoísmo y la traición de los porteños y los sueños expansionistas de Rio de Janeiro. Con lanza en la mano, Melchora respaldó al caudillo y no se dolió cuando en el éxodo hacia las provincias interiores, Artigas la abandonó en Montevideo.
PEPITA PIEDRAHITA
El “Pacificador” Pablo Morillo se acercaba a Santa Fe y la república estaba irremediablemente perdida. Las fuerzas de Santander se internaron en los Llanos y las escasas huestes del presidente José Fernández Madrid huyeron a Popayán.
Ante la renuncia de Fernández Madrid, el Congreso de las Provincias Unidas nombró al joven general Custodio García Rovira presidente- dictador del efímero gobierno que empezó el 22 de junio de 1816 y terminó dos meses después.
La república iba en el lomo de los caballos de García Rovira y bajo su débil amparo se movilizaba una columna de refugiados civiles en su huída de la represalía española.
En un gesto desesperado, los patriotas atacan las fortificaciones de la Cuchilla de Tambo y las enlutadas banderas son la mortaja de la Patria en agraz, los pocos sobrevivientes buscan el amparo de la selva y con rumbo al sur buscan el río Amazonas para internarse en territorio brasileño.
Para los civiles es un suicidio, el camino por el Caquetá es peligrosísimo y las posibilidades de llegar al Brasil son muy pocas. Ante tales circunstancias los exilados prefieren enfrentarse a los realistas y no a la muerte segura en la manigua.
Entre los desplazados que acompañan a García Rovira están los esposos Piedrahita con cuatro hijas, entre quienes sobresale María Josefa por su belleza y su espíritu aventurero. Cuando sus padres deciden regresar a Santa Fe, Pepita insiste en continuar con la tropa, pues su corazón palpita por Custodio García Rovira, a quien ama desde el momento que empezó el peregrinaje por cañadas y cuchillas enfrentándose a las partidas enemigas.
Como Pepita no podía continuar sola entre la soldadesca, García Rovira le propuso matrimonio. Sin suspender el avance, los jinetes formaron un círculo alrededor de los novios en el camino de Guanacas. Pepita y Custodio se apearon y el fraile Antonio Florido, que acompañaba a la columna, los unió en sagrado matrimonio, en tanto el viento cortante agitaba los quiches y frailejones que hacían las veces del manto nupcial de Pepita.
La columna siguió su marcha; los recién casados quedaron atrás y dos días después se integraron al grupo. Pero la suerte les fue esquiva pues los españoles los apresaron el 10 de julio de 1816. A Pepita la respetaron, pero a Custodio, junto con Liborio Mejía y otros patriotas los hicieron caminar descalzos, los ataron con cueros mojados que al secarse laceraron sus carnes y los arrearon como bestias hasta la capital del virreinato.
El pelotón de fusilamiento acabó con la corta y heroica vida del presidente García Rovira el 8 de agosto de 1816. Los realistas exhibieron su cadáver con un letrero infamante. El general Santander concedió a Pepita una pensión de viudez, a la que renunció cuando, siendo aún muy joven, contrajo nuevamente matrimonio.
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