EL CAOS TRAS LA VICTORIA
Alfredo Cardona Tobón*
El comandante de la Tercera División realista Manuel Martínez de Aparicio y el comisario Juan Barrera abandonaron el campo de batalla de Boyacá, cuando vieron que todo estaba perdido, y en rauda retirada se dirigieron a Santa Fe a dar la alerta al virrey Sámano.
A las nueve de la noche del ocho de agosto de 1819 el comandante Martínez llegó al Palacio Virreinal; todo estaba tranquilo; nadie imaginaba un desastre ante una tropa de andrajosos que hacían frente a lo más lucido de las tropas realistas. Cuando Martínez entró al gran salón, el virrey Sámano jugaba chaquete con el Oidor Chica; Sámano lo recibe cordialmente con la tranquilidad de quien espera las mejores noticias, pero la sonrisa pronto se convirtió en una mueca de asombro y después de zozobra y desespero.
Con Martínez y Barrera llegó el teniente coronel Nicolás López con 200 jinetes que lograron escapar de la persecución republicana; la noticia del desastre era imposible de ocultar y la buena nueva se regó por la ciudad. Nadie se atrevía a celebrar el triunfo patriota pero cruzando tapias y solares el entusiasmo cundió por todos los rincones.
SALEN LOS ESPAÑOLES
Los españoles no intentaron defender la capital: todos a una empacaron las cosas de valor y salieron de Santa Fe. A la una de la mañana del nueve de agosto, el virrey Sámano retiró 2.600 doblones de los caudales reales y encomendó el resto de los valores a los oficiales José Cabeza y José Brill que partieron en medio de las sombras con rumbo a Honda y destino Cartagena.. “Huyamos antes que nos atrapen esos cobardes” fue la despedida de Sámano, que se vistió con una casaca verde y abandonó las demás pertenencias.
A las seis de la mañana del nueve de agosto un estruendo aterrador sacudió a Santa Fe; se volvieron añicos las ventanas de vidrio y en el sitio conocido como el Aserrío, donde estaba el polvorín realista, se levantó una enorme nube negra con forma de hongo.
A las nueve de la mañana los cuarteles realistas estaban abandonados; el comandante Sebastián de la Calzada y su segundo Basilio García al frente del Batallón Aragón habían salido hacia Popayán por la vía de Mesitas dejando la ciudad en manos de nadie.
EL CAOS EN SANTA FE
El lumpen de los barrios marginales sin quién lo contuviera se precipitó al centro de la ciudad e irrumpió como langosta en las casas y en los almacenes abandonados por los realistas; Santa Fe era un caos. Los ladrones dominaban las calles y a su desenfreno se sumaron las partidas de derrotados en Boyacá que llegaban a la ciudad y la recorrían desesperados buscando sus antiguos cuarteles.
En esta situación el general Hermógenes Masa y el alférez José María Espinosa tomaron algunas armas del cuartel abandonado en la vieja plaza de San Francisco y trataron de alejar a los enemigos dispersos. En uno de los recorridos, Masa vio acercarse al comandante Brito, desastrado tras la larga jornada y con su caballo totalmente agotado, recordó los ultrajes del oficial realista en la cárcel de Caracas y de inmediato le tendió el fusil y lo obligó a gritar ¡Viva la Patria! El desgraciado español no alcanzó a terminar la frase pues Masa disparó el fusil y lo asesinó vilmente.
Ante el desorden criminal, el coronel Francisco González, un viejo soldado de Nariño, hombre de caudal y popular entre los santafereños, organizó una fuerza para impedir los desmanes y evitar que las partidas de derrotados hicieran estragos en Santa Fe; con voluntarios controló las calles y los parques, puso guardias en la Casa de la Moneda y protegió el Palacio Virreinal.
EL DIEZ DE AGOSTO
Seguros del triunfo de las armas patriotas, libres de las tropas realistas y con el control de la ciudad, los notables de Santa Fe se reunieron al medió día del diez de agosto para formar un gobierno provisional que manejara los asuntos locales hasta que llegara Bolívar; de común acuerdo nombraron a don Tiburcio Echeverría como Jefe Político y de alcaldes de primer voto a don Alejandro Osorio y a don Juan N. Contreras; también designaron a don Ignacio de Herrera para presidir el Tribunal de Justicia y a don Manuel Camacho como Comandante de Armas.
En las horas de la mañana del diez de julio empezó a entrar la vanguardia de las tropas vencedoras; Santa Fe la recibió con flores y arcos de triunfo, al igual que lo hizo con el cruel Sámano cuando entró a la ciudad. Para los triunfadores siempre hubo arcos y flores en Bogotá y para la Pola y demás mártires de la Patria apenas la curiosidad morbosa de la gente, que no tuvo un ápice de valentía para defenderlos.
Dicen que Bolívar llegó a Santa Fe montado en una mula, que entró solo y Masa casi lo ensarta con su lanza al confundirlo con un enemigo; Bolívar ocupó el Palacio Virreinal y desde allí salió hacia el Ayuntamiento donde don Tiburcio Echeverría le dio la bienvenida con un breve y fogoso discurso.
¡Yo os veo libres- contestó el Libertador- y mi gloria ha llegado al colmo!- ¡No quiero diputaciones ni arcos, nada, nada, me basta con vuestra libertad!.
En la tarde del diez de agosto los batallones de infantería de la retaguardia llegaron a la capital con el coronel José María Barreiro y demás prisioneros españoles; tal vez Barreiro tenía la leve esperanza de que respetaran su vida, pues contaba con numerosos amigos que podrían ayudarle y muchas admiradoras por su galantería y fineza con las damas, pero no, los bogotanos estaban acostumbrados a las matanzas y los jefes patriotas, al igual que los españoles. se habían convertido en animales peores que los lobos hambrientos. El once de octubre de 1819, José María Barreiro y demás prisioneros fueron ejecutados por orden del general Santander; fue un sacrificio inútil, fue otro baldón en la interminable lista de las atrocidades en la capital de virreinato.
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