Alfredo Cardona Tobón*
José Maria Carbonell
Gregorio Cucunubá o Sáchica pudo haber sido un artesano de oficio talabartero, que como tantos otros del barrio San Victorino, vivió y actuó en los albores de la independencia.
El “maestro” empleaba dos aprendices que dormían en cualquier rincón del taller y cuadraban sus ralas entradas con encargos de las engalanadas señoras de los funcionarios coloniales.
Como Gregorio no se perdía la movida de un catre fue actor de primera fila en los acontecimientos de julio de 1810, cuando lo vieron al lado de Jesús María Carbonell y de Pedro Groot en las agitadas marchas contra los oidores Alba y Frías y contra el virrey Amar y Borbón.
Al lado del “maestro” marchaban, obviamente, sus ayudantes, para conformar una fuerza de choque que se armó para rechazar a los invasores en la “noche de los negros” y ayudar a fijar pasquines contra la fronda criolla.
CALMA CHICHA
El notablato santafereño ignoró el clamor del pueblo que lo había llevado al poder y para neutralizarlo puso bajo rejas a Carbonell y a otros connotados “chisperos”. Como el primer congreso granadino, influenciado por Nariño, apoyó las regiones que se separaron de las viejas provincias y se opuso a las ideas del clan gobernante, la camarilla de la capital lo silenció y lo atacó hasta que logró su desintegración.
Al nuevo congreso, convocado por Jorge Tadeo Lozano, asistieron los representantes de las antiguas provincias coloniales, que conformaron un Colegio Constituyente para redactar una Constitución acorde con sus intereses. Los patricios reconocieron la autoridad de Fernando VII y establecieron una monarquía constitucional en Cundinamarca con Jorge Tadeo Lozano como vicegerente del rey.
Para frenar las aspiraciones populares, los criollos establecieron condiciones a los electores, tales como la de ser personas libres, mayores de 25 años, padres o cabeza de familia, con rentas y una ocupación independiente.
Para Gregorio y demás artesanos de San Victorino solamente se había cambiado de amo. De nada sirvieron los bochinches de julio. Y para los aprendices del “maestro” la situación iba empeorando, pues se remataban las tierras de sus resguardos indígenas y nuevos tributos se cernían como buitres sobre sus míseras familias.
VUELVEN LOS CHISPEROS
El nuevo objetivo era tumbar el gobierno de casta entronizado el veinte de julio de 1810. Para ello Nariño y Carbonell pusieron nuevamente en movimiento los comandos populares y buscaron el apoyo de los oficiales granadinos que los criollos habían puesto bajo el mando de comandantes españoles.
Ante esta amenaza, el Cuerpo Legislativo y los ministros de Tadeo Lozano solicitaron la prisión de Nariño y de Carbonell, la suspensión de las garantías constitucionales y el establecimiento de la dictadura.
El 17 de septiembre de 1811 la “Compañia Challerde ” compuesta por soldados españoles controlaron los primeros motines callejeros. En la mañana del 19 de septiembre la reacción popular fue incontenible. La gente se volcó a la plaza mayor y oradores improvisados leían las últimas noticias de “La Bagatela”, periódico de Nariño que criticaba al gobierno y mostraba el peligro inminente de la reconquista española.
Gregorio Cucunubá, o Sáchica, acompañado por los aprendices se sumó a la manifestación. Jamás se había visto tan grande muchedumbre en las calles de Bogotá. La turba atacó el Palacio sin que las tropas intervinieran pues en los cuarteles sólo se oía el grito de ¡Viva Nariño¡.
Tadeo Lozano convocó una Representación Nacional, compuesta por la camarilla gobernante, que ante la presión del populacho aceptó la renuncia de Tadeo Lozano y del vicepresidente Domínguez y nombró a Nariño como jefe de gobierno.
La multitud acompañó a Carbonell a la residencia de Antonio Nariño, que escoltado por portadores y carpinteros, por vivanderas y lavanderas llegó al Palacio y aceptó el cargo de presidente, poniendo como condición la derogación de los artículos de la Constitución que lesionaran al pueblo.
Así cayó el gobierno instaurado el veinte de julio. Así se dio el primer golpe de opinión de la nación colombiana. En esa forma empezaron los presidentes a manosear la Constitución en aras del bienestar ciudadano. Así empezó el pulso entre la clase dominante y el pueblo llano, que ha visto la violencia como la única forma de cambiar las cosas.
De regreso al taller de talabartería uno de los aprendices le comentó al maestro: muy querido don Nariño, pero vea su Merced, que está haciendo lo mismo que el rey Tadeo, está nombrando los mismos ministros y la misma gente que dizque tumbamos el 19 de septiembre”.
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