EN
LAS BANCAS DE EL ESPINAL
Alfredo Cardona Tobón
“Fue la noche muy
corta y muy sombría
la muerte sin piedad
los esperaba
y a los siete en su
bárbara agonía
ni una esperanza el
vencedor les daba.” - Tulio
Arbelaez
La
violencia sin fin que agobia a los colombianos no debe permitir el olvido de las atrocidades cometidas anteriormente, como
tampoco debe dejarse que la impunidad arrope a los culpables ni se traslapen los recuerdos tenebrosos..Aunque
se considere enfermizo volver hacia un pasado cruel; es necesario revivirlo para señalar a los victimarios y rehabilitar inocentes.
Nuestra
historia está llena de monstruos con pergaminos de próceres y de bandidos honrados
con placas y monumentos. Hay muchas víctimas vilipendiadas y mucho olvido en sus tumbas, tal es el caso del
general Cesáreo Pulido y sus compañeros,
acusados injustamente de traición a la patria y de bandolerismo y sacrificados
por orden de Aristides Fernández, un
matón que ocupó el Ministerio de Gobierno durante la guerra de los Mil Días.
Cesáreo
Pulido fue un caudillol nacido en la
Mesa, Cundinamarca, el 30 de junio de
1847. Se dedicó con éxito a la
agricultura y el comercio hasta que la guerra lo envolvió en su vorágine, Lo
vemos en 1860 en campaña bajo las
banderas liberales; en 1876 en las filas de la Unión y en el frente tolimense
al estallar la guerra de los Mil Días el 18 de octubre de 1899.
La
guerra de los Mil Dias fue una sucesión de desastres liberales. Después de cada
pequeña victoria de los rebeldes venía
un descalabro mayor debido a la carencia de una dirección inteligente y única capaz de llevar a cabo un plan conjunto en
las regiones ocupadas, por cuanto cada jefe con alguna notoriedad no reconocía a los demás jefes y obraba a su
acomodo..
La región de Sumapaz y los llanos del Tolima fueron el
teatro de encarnizados combates.
El valor, la entereza y el don de mando distinguieron a Pulido que alcanzó el título de General de Brigada y luego el
de Jefe de Estado Mayor de las fuerzas
liberales de esa región colombiana. Tras numerosas acciones las fuerzas del
gobierno acorralaron a las fuerzas liberales y capturaron al genera Pulido en
el sitio de La Jagua el cuatro de agosto de
1902.
Los
vencedores trasladaron los prisioneros a
a Garzón y de allí los remitieron a Espinal donde sometieron a un consejo de guerra a los generales Cesáreo
Pulido y Gabriel María Calderón, el coronel Anatol Barios, al comandante Rogelio Chaves, y los sargentos mayores Benjamín Mañozco,
Clímacp ¨Pineda y Germán Martinez
A
las siete de la noche del 12 de septiembre notificaron la condena a muerte por los delitos
de traición a la patria y rebeldía en cuadrilla de malhechores y se señaló la
ejecución para el día siguiente. El general Pulido se dirigió al oficial Jefe del Día solicitando que intercediera para cambiar la sentencia de
muerte por otra de prisión, pero el oficial le manifestó que todo esfuerzo era
inútil, por cuanto el consejo de guerra que los condenó se había reunido por mera fórmula, ya que las ordenes del Ministro de Guerra,
Aristides Fernández eran terminantes. El citado funcionario, famoso por su
intolerancia, había ordenado la ejecución inmediata e indignado los
llamaba cobardes por no haber procedido apenas los habían capturado. Decía que
si en El Espinal no había gente capaz de condenarlos y sacrificarlos, que se
pusieran enaguas, que él mandaría otros capaces de hacerlo.
Una
vez dictada la sentencia de muerte improvisaron un patíbulo con los bancos de la escuela y un
tendido de alambre a modo de espaldar. A las cinco de la mañana del 13 de septiembre salieron los presos del sitio donde los
tenían en capilla, Los condenados se
despidieron de sus amigos y marcharon valientemente hacia el cadalso. El
general Pulido pidió a los soldados de
la escolta que apuntaran bien y no los hicieran penar, se puso un pañuelo blanco sobre el corazón, instantes
después sonó la descarga fatal y el general cayó con una herida de sesgo que le
abrió la frente y el parietal derecho, otra en el pecho que le traspasó el
corazón y una tercera en el estómago. El general Calderón, por su parte, recibió
ó heridas en el brazo derecho, la pierna
de ese mismo lado y en el vientre. Al
recibir la descarga los condenados cayeron hacia atrás y se deslizaron por la
alambrada bañados por su propia sangre
ante la mirada atónita de los vecinos que asistieron a tan macabro espectáculo
y de los campesinos que habían acudido al mercado del día sábado.
Los
cadáveres se mantuvieron expuestos gran parte del día y por la tarde fueron
sepultados en el Camposanto,,Chaves, Barrios,
Mañozca, Pineda, Pizarro y Martinez en
una fosa común, fuera del cementerio enterraron a los
generales Pulido y Calderón quienes por su voluntad no habían querido recibir los
auxilios religiosos.
Los
condenados a la pena capital no fueron traidores a la patria ni bandidos, como
los acusó Aristides Fernández, fueron combatientes que en franca lid habían
luchado por sus principios No se pudo acusar al general Pulido de atropellar a prisioneros indefensos ni de cometer villanías con la
población civil; su conducta fue
generosa con el vencido. “La vida del prisionero es sagrada” pregonaba con el
ejemplo. Su conducta mereció tal reconocimiento que tras de los combates,
antiguos enemigos se acogieron a sus banderas impulsados por sentimientos de
gratitud y afecto a su persona.
Hubo
que esperar la presidencia de Alfonso López
Pumarejo para reivindicar la memoria de los
siete combatientes sacrificados en El Espinal; mediante la ley 49 de 1936, l se honró al general Pulido y demás compañeros de cadalso, En dicha ley se enalteció la memoria de esos valerosos
soldados se reconoció su heroísmo y
sacrificios ,y se. ordenó levantar un mausoleo para depositar sus cenizas
De
Aristides Fernández, principal victimario, se guardan las peores referencias, pues lo del Espinal no fue
su único crimen. Ese sujeto junto con el hijo del presidente Marroquín y otros corruptos si fueron
traidores y bandidos como se vio en la vergonzosa separación de Panamá y en una guerra que atizaron por intereses
económicos.
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