EL JARDIN Y EL BEATO JUAN BAUTISTA VELASQUEZ
Alfredo Cardona Tobón
Sobre una fértil explanada está la cabecera de El Jardín, un bello municipio del suroeste antioqueño. Como lo dice su nombre el poblado es un vergel: Rosales en el parque central, canastas de geranios en los balcones y materas de vivos colores en las calles limpias y plenas de vida.
La iglesia de El Jardín es hermosa y la arquitectura de la población no ha sido profanada por los cascarones de concreto que afean otros lugares; aún se guarda la magnificencia del bahareque, el resguardo grato de los balcones y la impronta ancestral de las construcciones en guadua.
No en vano El Jardín se considera como uno de los municipios más bellos de Colombia y en un país anarquizado y corrupto como el nuestro es un remanso de paz cuyos motocarros decorados le ponen un toque especial como lo hacen los coches de caballos en Palmira y Cartagena.
El Jardín le saca jugo a cuanto tiene: a sus cascadas, al paisaje, a los caminos, a sus leyendas y cultura sin que abusen del turismo como en otros lugares donde están acabando con esa mina de oro. Así como Jericó tiene a Santa Laura, Angostura al padre Marianito Eusse y Salamina a la madre Berenice, el Jardín tiene al beato Juan Bautista Velasquez Pelaez, un mártir católico sacrificado por fanáticos republicanos en la guerra civil española.
El beato Juan Bautista Velásquez está inmerso en El Jardín, allí se le venera en el templo, se guarda y divulga su memoria en el Convento, está presente en la vida de la población y en la consideración de los fieles y es un atractivo para la feligresía local y para los fieles católicos que por su intercesión solicitan milagros al Altísimo.
En la partida de bautismo fechada el 9 de julio de 1909 figura el hermano con el nombre de Juan José; de labriegos buenos y de cepa paisa su vocación fue servir al prójimo y consagrarse a Dios, ni siquiera como sacerdote sino como un humilde fraile de la Orden de San Juan de Dios, dedicada a los pobres, los enfermos y a los más desvalidos de los desvalidos.Ejerció primero como maestro de primeras letras y al crecer su vocación ingresó a la comunidad religiosa y viajó a España, donde se preparó para su misión.
En 1931 la situación española se tornó compleja. Las fuerzas republicanas se enfrentaron a la revolución franquista y vientos de guerra envolvieron la península Arreció la persecución religiosa y el fanatismo político que identificaba la situación calamitosa de España con la iglesia católica.
La violencia tocó a los hermanos de San Juan de Dios residentes en el hospital mental de Ciempozuelos y para librarlos del peligro se convino en repatriar a los hermanos colombianos que se trasladaron a Madrid con la intención de continuar a Barcelona y embarcarse con rumbo a las Américas. En 1936 los hospitalarios llegaron a Madrid sin contratiempos y el 8 de agosto se programó el viaje a Barcelona, pero los apresaron y los recluyen en un cuartel donde milicianos enceguecidos por el odio los miraron como enemigos y los acusaron de falsificar sus pasaportes.
Al darse cuenta de lo sucedidos el cónsul colombiano trató de liberarlos.
--Venga mañana y los verá- dijeron al cónsul , que disgustado y preocupado aguardó hasta el otro día para hablar con sus compatriotas y con los responsables de su arresto.
Al día siguiente comunicaron al cónsul que los hermanos estaban en el Hospital Clínico y entonces temió lo peor. En el sótano del Hospital encontró 120 cadáveres y con la ayuda de un miliciano empezó la tétrica tarea de identificar a los hermanos asesinados, cuyo crimen no era otro que servir al prójimo y profesar la religión católica.
Allí estaban desfigurados y sangrantes Esteban Maya de Pácora, Juan Bautista Velásquez de El Jardín, Eugenio Ramírez de la Ceja, Melquiades Ramírez de Sonsón, Arturo Ayala de Paipa, Gaspar Paez de La Unió y, Rubén López de Concepción junto con el señor Ruiz Alvarez, un ciudadano de Cali que los acompañaba en el viaje entre Madrid y Barcelona.
Sin más el 12 de agosto de 1936 sepultaron a nuestros compatriotas en una fosa común y viendo el peligro que se cernía sobre otros religiosos y laicos colombianos el cónsul dio instrucciones para que se reunieran en sitios más o menos seguros desde donde se pudiera planear el regreso a la patria.
Se ha tratado de tender un manto de simpatía por la causa republicana, mostrando su afán libertario y magnificando las atrocidades facistas, pero unos y otros cometieron las más absurdas atrocidades en esa guerra fratricida.
El asesinato de los hermanos junto con la de un empleado de la legación madrileña y un estudiante del Inmaculado Corazón de María originó el profundo repudio del gobierno colombiano y obligó al régimen victorioso a pagar doscientos mil pesos oro como indemnización a los familiares de los asesinados.
La vida cortada apenas en los inicios, no da para hablar mucho de estos mártires. Fueron muchachos campesinos, buenos, nobles, que entregaron su existencia al servicio del prójimo. No fueron milicianos, ni combatientes, ni miembros de la causa franquista. No tenían por qué ser sacrificados, pero lo fueron por unos asesinos fanátizados.
A estos siete muchachos los beatificó el Papa Juan Pablo II el 25 de octubre de 1992 queriendo resaltar sus vidas . Es grato visitar poblaciones como El Jardin, donde no solo brotan las flores, la alegría de las sonrisas engalanan el pueblo y gente buena como el beato son la impronta de su gente que motiva a quienes llegan al Jardín a volver a visitarlos.
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