EL
AMOR EN TIEMPOS IDOS*
Alfredo Cardona Tobón
Una de las funciones asignadas a los alcaldes del Estado Soberano de Antioquia, bajo los regímenes conservadores, fue sancionar las uniones de mujer y varón sin la bendición de la iglesia católica. El alcalde ponía a los amancebados tras las rejas y a las mujeres las dejaba bajo la custodia de familias respetables o se les expulsaba a lugares lejanos como Manizales, donde les encontraban algún oficio que enderezara sus pasos .
En esos lejanos tiempos las muchachas se casaban apenas empezaban a menstruar y los muchachos cuando les salía la barba, Es célebre la trova de Ñito Restrepo que surgió cuando vio salir dos mozuelos de la iglesia: “Que se casan ya lo sé, para qué me lo supongo¿ pero esa muchacha por donde y ese muchacho con qué'?". Pese a que todo conducía al matrimonio cuyo fin único era llenar este mundo de muchachitos, los preliminares no eran fáciles para los jóvenes de las “buenas familias” que debían sortear innumerables pasos antes de acercarse al altar
En
los tiempos de antes para las señoritas de apellido con pergaminos, o curas en la familia, el amor surgía en la salida de misa, en los novenarios de
difuntos, en las primeras comuniones o con el aviso perentorio del papá gruñón o la mamá
mandona avisando a la jovencita que ya le tenían un novio a quien querer, pese a no haber cruzado
con él una palabra
El idilio
empezaba a cuajarse con “las últimas” o sea con las miradas matizadas de sonrisas y un hasta
pronto, simbolizado por los brazos agitados en lo alto, cuando él
doblaba la calle y ella pisaba el umbral de la casa. Después de “las últimas “ llegaban las contemplaciones a distancia: el galán se instalaba en la esquina o en la puerta de la tienda y miraba lelo la
ventana de la amada donde ella suspiraba y se asomaba de vez en cuando, después seguían las “señas” , “las
saludes”, “las chocolatinas” y las razones a viva voz llevadas por mandaderos acuciosos mientras crecía el amorío con “ boletas”
perfumadas, corazones partidos y palomas
al vuelo con ramos floridos en sus picos
Las
razones y esquelas iban y venían
encendiendo la llama del noviazgo hasta que por fin el enamorado se
atrevía a abordar al suegro o la suegra para conseguir el anhelado permiso
de visitar a su princesa, bajo la severa
presencia de una chaperona y del perro
que rascándose las pulgas estaba atento a cualquier movimiento del extraño
visitante. . Era el principio de un romance que empezaba a tomarse en serio con la pregunta “ ¿Cuáles son sus intenciones
joven?” proferidas por el posible suegro en la segunda o tercera visita.
Furtivos
apretones de manos hacían saltar los corazones de los enamorados y el amor crecía
con obsequios como una sortija a cambio de unos rizos o de un relicario con una
foto por un pañuelo tejido con el nombre del ser amado. Cuando el noviazgo
avanzaba llegaban las serenatas y algún beso al desgaire, robado o consentido, que se lograba temerariamente aprovechando la
soledad del zaguán o el bochinche en la
fiesta de la Santa Patrona.
Con juramentos
de amor y postales se llegaba al templo
donde los novios unirían sus vidas para
siempre; tras un día ajetreado con desayuno y almuerzo para amigos y parientes,
los recién casados empezaban la luna de
miel en la finca de una familia conocida.
Nada de hoteles, nada de playas, nada de nada porque las carreteras eran
trochas y no había aeropuertos para ir a la costa; en esa primera noche ella
llena de susto y él lleno de ansiedad ,se encontrarían dos enamorados casi desconocidos, pues no
habían tenido espacio, lugar ni modo para auscultar sus temores y las
expectativas que los arroparían por el resto de sus vidas.
Muchos
años después las abuelas confiaron a sus
nietas liberadas detalles de su noche de bodas, cuando muchas de ellas descubrieron traumáticamente lo que ni
siquiera imaginaban. Unas tuvieron la suerte de quedar en manos de hombres sensibles y experimentados que tuvieron
la delicadeza de guiar a sus compañeras con ternura y cariño, pero otras
cayeron en brazos de jayanes
alborotados que las atropellaron; se explica, entonces, el terror y el desagrado de innumerables
matronas que vieron en la cama un Campo de Agramante y el preludio de embarazos y dolores.
En
esos tiempos de tabúes, ignorancia y pecado
para “las niña bien”, a las mujeres del pueblo llano no las ataba ,como
ahora, la coyunda del matrimonio y con
el amor libre sacaban ventaja a las doña, que por otra parte, no ilustraban
a sus hijas sobre los placeres del lecho nupcial. Eran las muchachas de
adentro , o las de la cocina, quienes abrían los ojos a las señoritas de casa
que generalmente llegaban al tálamo desconociendo los deberes conyugales.
.Los
prejuicios y el papel de la iglesia católica con su discurso inquisitivo y amenazante
crearon la doble moral de los esposos con contaban en su hogar con una mujer remilgada y
otra libre y descocada que, como “moza” o
amante, les servía de complemento en la
calle.
Pese
a todo el amor el amor existía y duraba y las niñas que iban al altar por instrumentos, a la larga resultaban enamoradas de un marido faltón que
medía el cariño a su manera: “¿ De qué te quejas mujer si no te falta nada? -
decía a su consorte y el mundo seguía girando, cada uno con sus mañas
y sin las amenazas de divorcio, porque las sufridas
consortes todo lo olvidaban y perdonaban..
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