Alfredo Cardona Tobón
Efraín Lezama fue un columnista que por muchos años publicó la columna Zig-Zag del periódico El Espectador con el seudónimo de Doctor Rayo. La violencia política de mitad de siglo XX expulsó a su familia y a sus amigos de la población de Santuario. Muchos años después Lezama revive el pasado en uno de sus artículos y retorna a las empinadas calles de su pueblo y a la niñez feliz hecha pedazos por obra y gracia de los bandidos escudados tras las banderas de un partido:
1- “El caserón quedaba a media cuadra de la plaza principal, loma abajo, por la larga calle empedrada que subía desde el matadero hasta la trilladora. Poco después de utilizar manos ajenas para hacer pavimentar los cuarenta metros pendientes del andén, mi padre construyó con un cajón, cuatro ruedas, un timón y sus propias manos el carro de madera que yo subía sudoroso para descender frenándolo con la suela de mis botas.
En mi pueblo, por el año 1930, fui feliz viendo jugar el viento en agosto con las cometas. Y fui feliz entregándole a las lluvias de noviembre, que convertían las calles empedradas en turbios ríos, unos galeones de papel robado al cuaderno grande de dibujo y otras tardes los barcos que hacía poniéndole velamen a una cáscara de naranja con el papel y el palo de un bombón. Y en diciembre fui muy feliz, durante las fiestas de la Virgen y en las navidades, con la pólvora, los castillos, las revistas de historietas, los villancicos y hasta con la espada de guadua que en ese brumoso ayer era para mí tan real y tan ideal como Supermán y el Niño Dios
2- También fui feliz en la adolescencia. En las almas no había ninguna sombra. En los rostros había casi siempre sonrisas. Pero un sábado de 1949, al anochecer hubo varios muertos. En la plaza la horda, ronca ya de gritar, aullaba. Las calles estaban desiertas, cerradas las ventanas, atrancados los portones y Santuario en poder de los violentos importados. Calle abajo, iban tres de ellos por el andén de mi casa. Calle arriba venía un campesino arreando una mula. Se oyeron tres blasfemias, una súplica, tres detonaciones y luego los cascos de la mula, sonoros, por la solitaria calle de piedra. La mula llegó sola a la casa y atrás el perro trompinegro con miedo, con el rabo entre las patas. Al irse desangrando, calle arriba, el amo fue dejando un hilo rojo sobre el andén que días antes había hecho pavimentar mi padre.
En 1954, cuando mi padre falleció, viajé a Santuario desde El Tambo, Cauca, donde ya había paz pública, donde el alcalde era el sargento Plata y donde yo estaba de juez haciendo el año rural. En mi pueblo vi muchos rostros llenos de sombras, muchos ojos y muchas almas que tenían calor en vez de luz. Dos años después tuve que regresar a Santuario furtivamente. La casa donde nacía era ajena. En el patio de las gallinas, en la huerta y en el jardín le habían levantado casas. Pero la gente también estaba cambiando. En las almas y en los ojos empezaba a haber menos calor y más luz
3- Al pueblo antes liberal y de Caldas, ahora conservador y de Risaralda, retorné invitado por las autoridades civiles y eclesiásticas cuando supieron que el doctor Rayo tiene el mismo nombre de mi padre. Y aunque Santuario era afable de nuevo en vez de alegranza sentí tristura al comprender en 1968 que esa azul mañana, llena de sonrisas conservadoras, era un vago espectro del ya casi brumoso ayer liberal. Mi columpio, el columpio que anudó mi padre, colgaba en el patio de la más alta rama de aquel frondoso árbol que ya no existe.”
Pero no solamente Lezama recuerda esa trágica época de Santuario
. La escritora Inés de Álvarez, hija del senador Alejandro Uribe, trae a la memoria los dolorosos hechos de un pueblo donde se ensañó la violencia partidista: EN 1949 todo se agravó con la llegada de los chulavitas al pueblo. Entraron unos veinte o más policías boyacenses con machete terciado, con lazos, vestidos como apaches y arrestaron al alcalde y a todas las autoridades incluyendo a los otros policías acantonados en Santuario, los metieron en un cajón, los llevaron a Pasto sin dejarlos bajar en parte alguna. Terrible, el acabose. De ahí en adelante la huida y la población en poder de los bandidos. No había protección alguna... Hubo manzanas donde solo quedó una casa ocupada. Los que perdieron sus fincas por la rapiña de los malhechores fueron incontables. Nadie se atrevía a decirles que pagaran, pues los mataban.
En Apía se reunían los que iban a atacar a Santuario. El “Jarretón” y otros antisociales entraban por la noche gritando vivas a Alzate Avendaño y a La Virgen, haciendo disparos y haciendo explotar tacos de dinamita . Estaba de cura el padre López de los Ríos que poco o nada hizo por atajar a los violentos con quienes departía como grandes camarada
Hubo que salir de la población para salvar la vida... primero a Cartago donde también arreciaba la violencia y luego a Ecuador, a Santo Domingo de los Colorados. Al cabo de unos años los empujó la nostalgia y don Alejandro Uribe con sus hijos menores regresaron a Colombia, a Palmira, donde transcurrieron los últimos días de su fecunda vida.
Son dos testimonios de personas de entero crédito que recordaron esos aciagos de Sanatuario que pese al tiempo transcurrido no ha podido reponerse de una catástrofe que agostó la mejor generación que ha tenido ese municipio.
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