SUSO Y LA REBELIÓN DE LAS MASAS

 

Alfredo Cardona Tobón

 

 

Suso ajustó el pendón rojo en el asta y al izarlo pareció despedir centellas entre el azul sin nubes de esa mañana  de mayo .Corría una fuerte brisa; el viento que venía del cerro  levantó el ánimo de Suso y dio vida al estandarte que empezó a   vibrar con relinchos de potro brioso. Para el comandante en jefe de las fuerzas socialistas de la aldea,  no era una simple bandera la que levantaban sus brazos: era el clamor de los oprimidos y el grito de mujeres, que como las mariposas nocturnas,  se encandelillaban con la luz del día... En resumidas cuentas, era el reclamo  contra la injusticia y la discriminación  que acogotaban  a los sectores más humildes de la sociedad..

 

Suso era Suso. Así de simple, así de resumido, pues nadie conocía su apellido.  Él había llegado cuando los paisas empezaron a asomarse por los alrededores a ver que podían robar. Primero mandaron un cura que aseguró la entrada de los forasteros, luego vinieron los primos y hermanos  del sacerdote y después un alud de muertos de hambre se apoderaron de las tierras, el oro, el agua y la sal de los resguardos nativos..

 

Suso apareció  con un sacamuelas y un sastre en una tarde lluviosa de noviembre;  alguien los dejó dormir en el rincón de un rancho, al otro día tendieron los costales en el corredor  y al cabo de unos meses el sacamuelas ejercía de boticario y mediquillo, y el sastre tenía una salina  y era concejal del pueblo.  Pero Suso, el caratejo, no era igual a sus paisanos, en vez de aprovecharse de la gente,  se convirtió en el paño de lágrimas de las viudas y la voz de los indios con los  kilométricos memoriales que nadie contestaba;  vivía del clima pues  nunca cobraba por sus diligencias, ya que  decía estar al servicio de la pobrería, por eso participaba  en todos los convites, velaba los muertos y asistía a  los enfermos sin deudo..

 

Según los notables de Cantamonos , de uno y otro partido,  ese caratejo sin un peso en el bolsillo, era un tipo de temer, un terrorista en potencia, un  enemigo de la paz que debía mantenerse vigilado, pues no debía olvidarse que había liderado a las putas de  Colegurre cuando  obligaron al alcalde a dejarles una banca en el  Teatro Municipal y había hecho  incluir al  negro Israel en la lista del Concejo amenazando con boicotear las elecciones. “ La tierra pertenece a quien la abone con el sudor de su frente” y “ el sol alumbraba a todos,”  pregonaba el jefe supremo del socialismo de Cantamonos cuyos efectivos podían acomodarse alrededor de una mesa de cantina  


Suso y su hueste  conmemoraban religiosamente el  Día del Trabajo con un desfile que recorría el pueblo. En esa fecha Suso  con  los socialistas iniciaban el recorrido   desde la vivienda del jefe, donde excepto  el verde de los árboles  y el  pasto que la rodeaban , todo era rojo: los guásimos y los tulipanes, las dalias,  los lirios, los sanjoaquines floridos y lo tierra bermeja que los nutría.

 

Un perro atigrado sin dueño  había tomado por su cuenta un rincón de la cocina  y  un loro  escandaloso se aferraba a los parales pintados de rojo fiesta; el  perro era mudo y el loro en vez de cantos, entonaba clarinadas de guerra.  A decir verdad, la casa de Suso  no era de él, sino  de todo el mundo, porque Suso no tenía nada. Allí  siempre había una arepa para el hambriento, en la entrada permanecía   un barrilito con sirope para calmar a los sedientos y un catre  estaba dispuesto permanentemente para resguardar al viandante  que llegaba aterido en las noches de frío.

 

Ese  primero de mayo Arnulfo, el zapatero remendón, inició el desfile con redoble de tambor y a falta de cornetas las clarinadas del loro dieron la señal de partida. Al frente marchaba Suso con la bandera tremolando al viento y atrás iba el perro atigrado con el collar rojo en el cuello. Una ráfaga de viento  encabritó  el pendón de fuego y un soplo  agitó el alma de Suso  que con la vista al frente sintió que las banderas se multiplicaban, que desde los cerros bajaban ríos de campesinos con divisas encarnadas mientras el  cura dejaba el misal y se confundía  entre los cogedores de café y   la  policía chulavita desmontaba  los fusiles  convertidos en  banderas  blancas .

 

El desfile avanzó a paso lento. El boticario se quitó la corbata y en gesto de solidaridad se puso una ruana y marchó al lado de Pedrito, el encerrador de los terneros. Doña Josefina, la esposa del alcalde, lanzaba claveles rojos desde el balcón de la casa consistorial, mientras Don Augusto, director de la banda municipal, dirigía los acordes de una marcha patriótica. A todo le llega la hora, pensó Suso, cuando vio a Don Horacio, el agiotista, sumarse al desfile, al igual que de Don Clemente, un político enriquecido a costa del erario. La multitud llegó a la plazuela, siguió por el parque Uribe y en medio de vivas y de arengas retomó la cuesta y terminó frente a la vivienda de Suso, donde había empezado la  gloriosa jornada.

 

 Suso recogió los pliegues del pendón y los acarició entre sus manos como si fuera una paloma cansada.  Arnulfo, el zapatero, desenganchó el tambor;  Zócimo, el bulteador, se quitó la boina roja y Bertilda, encandelillada con el sol que arreciaba,  sacudió el polvo de la falda  color de sangre; callaron las clarinadas del loro mientras el perro atigrado, cumplida la misión de apoyo, se echó a dormir bajo un alar de la vivienda.

 

Los manifestantes agotados por la resolana  se acercaron a la cocina para refrescarse con espumosos vasos de sirope que  repitieron hasta saciarse, pues el  tumultuoso desfile solo había estado en la mente de Suso.; ese día, como en las demás ocasiones, solamente  habían desfilado los pocos camaradas que año tras año recorrían las calles de Cantamonos  ante las sonrisas burlonas de los mandones del pueblo..

 

Ese primero de mayo de  1949  fue  la última manifestación socialista en Cantamonos, pues  Suso con su plana mayor  desocuparon el pueblo para salvar sus vidas. Años después  los vieron   en el  barrio  Terrón Colorado de Cali  marchando al redoble de un tambor. Suso presidía el  desfile con una bandera con la hoz y el martillo   en compañía de    un tuerto y un jorobado; atrás los seguía un perro mudo  de color atigrado con  un collar descolorido en el pescuezo y cerrando la columna iba una coja con un loro  bulloso que  imitaba el sonido de un clarín.

Muy pocos recuerdan al primer comando comunista de Cantamonos que tuvo como jefe de operaciones a Suso y  como cerebro a un jovencito de apellido teutón que recaló por unos meses en esa aldea perdida en medio de las montañas y habló de Marx y Lenin  hasta que la policía lo subió a un camión y sus huellas se perdieron para siempre.

 

Comentarios