Alfredo
Cardona Tobón*
En
épocas pasadas nuestras queridas madres
contaban con un acerbo idiomático que venía desde lejanos tiempos y se trasmitía con entonación y significado de generación
en generación. Fueron vocablos y dichos que quedaron fijos en la memoria y cobran vida cuando los sentimientos
tallan y hacen revivir los recuerdos.
Las
damas de antaño no manchaban su boca con malas palabras, pero
tenían un arsenal de términos tan
urticarios como la pringamoza . Las palabras “feas” se oían en los labios de
“esas” y difícilmente las modulaban las muchachas decentes, o de buena familia, al
contrario de hoy, cuando las mujeres jóvenes son tan boquisucias como sus amigos de parche.
Con
“ente”, “zumbambico “, badulaque” y “animal de monte” las abuelas desfogaban su ira. Eran “táparos” o “atembaos” los cortos de entendimiento ; se calificaba de “cualquiera” a la presunta casquivana y como “amanerado” al muchacho de facciones finas y gestos delicados, guardado
en el closet para evitar que lo
achicharraran a causa de sus tendencias
sexuales.
En
épocas no muy lejanas al escaso en carnes lo llamaban “entelerido”, “culiseco” o “calzón sin gente”, el corto en méritos era un “don nadie” y el pobre
de espíritu se catalogaba como
“apachurrao”. Ayer, como hoy, las progenitoras, tías y semejantes guardaban
un variado surtido de ironía que disparaban con certeras
andanadas:: “querida, estás muy acabada” le decían a la convaleciente de un
tifo para no decirle de frente que estaba flaca y desmejorada; o saludaban con un “querida estás muy repuesta”
a quienes estaban pasadas de kilos después de un parto con cuarenta
gallinas de dieta.
Con “filimisco”
se designaba al muchacho huesudo y perfil de grillo y “bodoque” se aplicaba a la jovencita rellena excedida en el consumo
de “cucas” con “sirope”. Se empezaba a considerar solterona a la muchacha que
cruzaba el umbral de los 24 años, en tal
caso los “gallinazos” comentaban que estaba ”perdiendo el “aroma” o se iba a quedar para “vestir santos”. Eran apreciaciones equivocadas, pues a partir de los treinta almanaques las mujeres cogen sazón y se endulzan como las
frutas maduras.
Las
“chuchumecas” o sea las ancianitas de cincuenta años se enrrollaban en un manto
negro y esperaban el fin enclaustradas
en sus casas: muy distintas a las veteranas actuales que a esa edad siguen
dando guerra y parando gente.
FRASES
LAPIDARIAS
Además
de las palabras que han dejado de circular remplazadas por los emoticones y demás cortedades, están desapareciendo frases que escuchamos en casa y quedaron en la mente como sentencias inmarcesibles y
lecciones de vida:
“¿Qué
va a hacer cuando yo falte?” - Decía la
mamá ante la incapacidad del hijo de resolver algún problema, y lo expresaba sin
tuteo, pues eso no se estilaba en los lejanos tiempos.
“¿Usted
cree que esto es un hotel?”- Era el
principio de la cantaleta cuando el muchachón llegaba a media noche a la casa.
“-¿Qué dirá la gente?” - Fue una demoledora frase que truncó muchos
genios y empendejó a varias generaciones
que vivían atentos a los conceptos del prójimo.
“-¡Claro,
como yo soy la sirvienta!” - dejaba en claro la falta de consideración cuando
ensuciábamos el piso, manchábamos la ropa o dejábamos en manos de la agobiada
mamá el arrume de platos sucios.
-“¡A
mi no me abra los ojos¡”- Era una
advertencia radical que terminaba con “Siga
protestando y le rompo el mascadero” - Como se ve la adorada progenitora no tenía en consideración el libre desarrollo de la personalidad y nadie se frustró con tan
perentorias amenazas.
- “En
esta casa se hace lo que yo diga- y punto.”. Y punto, no había más que hablar
ni a quién acudir en segunda instancia.
- “En
qué idioma tengo que hablarle?”- expresaba con entonado acento la señora de la
casa cuando ante alguna recomendación nos
hacíamos los bobos o desentendidos.
-“¡Usted
no se manda sola!” - Esta sentencia se
aplicaba especialmente a la muchachita que estrenaba brassieres y ya se creía
una mujer con todos los derechos.
- “¡No
se enrede con esa volantona!” - trinaba
consternada la mamá cuando un hijo pretendía una muchacha frívola y disipada. A los meses, al quedar el galán sumido en el
dolor por los desplantes de la amada, no faltaba una frase que era tan amarga como la sábila: “¡Se
lo dije mil veces!- Se lo dije- pero como a una no le oyen, ahí está para que chupe”.
A
todo lo anterior hay que agregar que se
nos “enfriaba la pajarilla” y nos daba
“terronera” cuando ante alguna pilatuna la mamá
nos amenazaba con “darnos duro en la cocorota” . A veces lo cumplía, pues no se sabe cómo, siempre tenía
lista una pretina o el lazo con que amarraban el ternero, pero en
la mayor parte de los casos eran puras amenaza; era “buche y pluma” como decía
el viejo, que a través de los años
tenía calibradas sus amenazas...
El
papá, en cambio, era más mesurado en los
dichos, porque generalmente era la mamá
a quien le que le tocaban las “regadas”.
Al fin y al cabo la función del marido era llevar el mercado y darle gusto a la
consorte. Cuando lo cogían en flagrancia en un desliz alcanzaba a decir: “¡Usted
de qué se queja, si no le falta nada..!
¿Ustedes
creen que yo fabrico billetes?- Fue una
frase muy del papá, al igual que ¿Creen que la plata crece en los
árboles?- Sin embargo, salvo casos
aislados, nuestros progenitores fueron generosos y despegados con la plata.
Pero estaba claro que no se dejaban echar cuentos. “¡Déje de hablar carraca!” era el
tatequieto que frenaba en seco al piernipeludo
que tenía que aceptar que cuando él iba, el “jecho” estaba de regreso.
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