Alfredo
Cardona Tobón
“Ríase
usted cuanto quiera, mi amiga, pero el
hecho es histórico, y en los anales del teatro no se hallará cosa más bella, más
sublime, más soberanamente graciosa, que este cómico desenlace”-
-José
Caicedo Rojas- Papel Periódico
Ilustrado- marzo 15 de 1887-
Diez
años después del triunfo en Boyacá, el vicepresidente Francisco de Paula
Santander organizó festejos para celebrar tan magna fecha. Hubo bailes,
corridas de toros, juegos pirotécnicos, desfiles marciales y numerosos actos
culturales.
El
dormido Santa Fe despertó y el pueblo rolo en medio de chicha, génovas y
repiques de campanas recordó la salida de Sámano y revivió la memoria de los
mártires sacrificados en la Huerta de
Jaime en medio del terror instaurado por los españoles.
Por
ese entonces José Domingo de la Roche
ejercía su profesión de abogado y
matizaba leyes e incisos con la pintura y el dibujo. Había escrito algunas poesías en honor a los héroes de la Patria; por ello su condiscípulo, el general Santander,
le encomendó la tarea de escribir una obra de teatro sobre la vida, pasión y milagros de Policarpa Salavarrieta.
La
valiente muchacha de Guaduas no había
sido la única granadina sacrificada por los realistas. Decenas, centenares de
mujeres patriotas, murieron en los
cadalsos o en el campo de batalla : Antonia Santos, Mercedes Ábrego, Justa
Estepa... pagaron con su vida el amor por la libertad, pero La Pola, más que
cualquiera de ellas, estaba más cerca de
los bogotanos, pues su presencia aún se sentía en las calles empedradas de la antigua capital del
virreinato. Todos decían haberla visto,
conversado con ella y conocido su valor y coraje. Estaba viva en los corazones capitalinos
y era ella quien encarnaba
lo más sagrado de la república recién
nacida.
Por
ese entonces Bogotá era una pequeña y sucia ciudad de apenas 19.000 vecinos,
con pocas letras y escasa o nula tradición teatrera. No solamente faltaban
autores sino también actores que se
lucieran en un tablado. Por eso fue una
hazaña que De La Roche escribiera unos guiones, entrenara a los
componentes del elenco y montara el
espectáculo. Habría sido más fácil
limpiar de malandrines los
peligrosos recovecos santafereños o
marchar hacia el sur a
combatir a los chapetones cuyas tropas
se aferraban al poder en el virreinato del Perú.
Fue casi imposible encontrar quien representara a
La Pola, pues ninguna mujer decente se le medía a mezclarse con la guacherna
que llenaba los improvisados escenarios
en las ferias y fiestas religiosas. Al fin “ una guaricha de buen ver” y
algunas dotes histriónicas se midió a encarnar el personaje, empezaron los
ensayos en el Coliseo Ramírez y fue tomando forma la pieza teatral que constaba de cinco actos y una entrada con
clarines y tambores.
Para
el papel de Sámano se contrató un matarife con cara patibularia y otro individuo con una cicatriz en la
frente hizo las veces de verdugo. Se acondicionó el estrecho Coliseo Ramírez, que sirvió de escenario, de camerino y depósito y así
entre ajos y olor santafereño se fue
acercando la hora en que La Pola nuevamente iba a ser sacrificada en aras de la
Independencia colombiana.
Llegó
el día siete de agosto de 1820. El
Coliseo construido por el
empresario Tomás Ramírez en un lote situado al frente donde hoy está el Teatro Colón, se llenó hasta los
topes. Animado por la chicha el pueblo bogotano en medio de los gritos recordó a Policarpa
y a su amado Alejo Sabarain. Todo iba bien, o al
menos controlado, hasta que apresaron a Sabarain y lo llenaron de cadenas; entonces
empezaron las protestas del público contra los antiguos opresores y llovieron naranjas y tomates sobre los actores que
representaban a los españoles.
Cuando
condujeron a La Pola hacia el suplicio
y la pusieron frente al paredón
donde la fusilarían se presentó la debacle. La concurrencia enfurecida impidió
que volvieran a sacrificarla; un pedazo de panela por poco acaba con Sámano
quien para salvar su integridad se
ocultó tras unos barriles, mientras los jueces se escurrían por debajo del tablado y se esfumaban los
soldados realistas que conducían a la heroína.
El
coliseo tembló, parecía sacudido por un terremoto. De La Roche vio que iban a destruir el local y en un acto supremo
tomó valor de donde no lo había y con los brazos en alto anunció a la
concurrencia que a última hora el virrey había cambiado la sentencia de muerte
por la pena del exilio en los llanos orientales y que La Pola sería liberada de inmediato y reunida con Alejo.
Los
ánimos se calmaron poco a poco, uno de los sacerdotes que acompañaban a los
condenados a muerte unió en santo matrimonio a la Pola con su enamorado. Poco
después la actriz que representaba a la Pola, lívida de miedo, por poco se desmaya apretujaba por el
gentío, mientras abandonaba el proscenio
entre banderas, tambores y clarines y se perdía en la oscuridad de la noche
sabanera.
Parece
que la obra se presentó en tres sitios bogotanos; se ignora si con el guión
original o con los cambios forzados en el Coliseo Ramírez. El sacrificio de La
Pola trascendió allende de las fronteras, en la Argentina Mitre escribió una
tragedia basada en la vida y muerte de
la Salavarrieta. Aquí la recordamos a
diario: una cerveza que llamaron Pola
simbolizó esa bebida; vemos a La Pola en
pinturas, en poemas, en billetes y en una exitosa telenovela que ha dado la
vuelta al mundo.
Con tales manifestaciones parece
que la valerosa muchacha de Guaduas a más de salvar la vida en el Coliseo Ramírez, se quedó viviendo en los
corazones de los colombianos.
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