ADONDE VAS HERMANO?
Alfredo Cardona Tobón
En
contravía con los aventureros, que sometieron a los pueblos
americanos y mostraron una imagen de bestialidad y canibalismo para
poder sujetarlos impunemente, los monarcas españoles intentaron
proteger a los indígenas contra los excesos de sus vasallos. Las
Leyes Nuevas expedidas en 1542, merced a la labor incansable de los
padres De Las Casas y Victoria, podrían considerarse un monumento a
la dignidad y libertad del hombre americano; en ellas el soberano
ordena un trato digno a los indios y pide que los instruyan en la fe
católica, pero como hombres libres, sin obligarlos ni coaccionarlos.
El monarca prohibe la esclavitud, la cesión de los indios en
encomienda, la obligación de pescar perlas o cargar fardos o
personas, como si fueran bestias.
Infortunadamente
una cosa decía el rey y otra sus súbditos, envalentonados en estos
inmensos territorios, donde no existía ley ni quién hiciera cumplir
las normas del gobierno. Los conquistadores se opusieron a los
designios reales y hasta tomaron las armas contra las autoridades
españolas, como ocurrió en el Perú. Inicialmente se salieron con
las suyas, pero el tiempo fue aliado de los indios, ya que poco a
poco los oidores lograron poner en cintura a los capitanes,
encomenderos, mineros y estancieros, en tal forma que al llegar la
independencia, el yugo español era tan suave, que la gran masa
cobriza se fue al lado del rey, como sucedió en Pasto, en Santa
Marta, en Pamplona... pues los nativos veían en la Corona una
protección y una valla contra las ambiciones de los criollos,
sucesores de los antiguos explotadores.
En
cuanto a la Iglesia Católica, debemos recordar que al empezar la
conquista la difusión del cristianismo dependió de los curas
doctrineros, a menudo ignorantes y perniciosos, que acompañaron las
huestes de la conquista, y que como el resto de aventureros
aprovecharon la oportunidad para enriquecerse a costa de los nativos.
Esa conducta no debe adjudicarse a las altas jerarquías
eclesiásticas de ese tiempo, que en su gran mayoría buscaron el
respeto y el bienestar de los naturales. El dos de
junio de 1537 el Papa Paulo III declaró en la bula “Sublimus
Deus” que los indios tenían capacidad para abrazar la nueva fe
con conocimiento y les reconoció la libertad de rechazar o aceptar
el catolicismo y el derecho a vivir sin el yugo de la esclavitud.
Los
siglos de lucha contra los musulmanes radicalizaron a los españoles
e hicieron que trajeran ese odio contra los infieles a las tierras
americanas. El fanatismo impulsó a frailes y encomenderos a borrar
las creencias, los dioses y las culturas autóctonas, que tacharon de
diabólicas y pecaminosas. Para los ministros del culto cristiano,
lo que no pertenecía a su religión era maligno, sucio y aberrante y
por ello tildaron de engendros de Satanás a Xixaraca, dios de
los ansermas, a Bachué deidad de los chibchas y a Tzatzitzetze,
gran creador de los chocoes.
Los
franciscanos, los jesuitas, los agustinos, los claretianos y otras
comunidades religiosas erradicaron las creencias ancestrales de las
mentes americanas en las doctrinas, o sitios para impartir el
catecismo y la enseñanza religiosa, así como en los internados
indígenas, donde concentraban niños y jóvenes indígenas para
alejarlos de las culturas de sus padres.
“El
medio que tomaron nuestros religiosos- escribe Fray Pedro Simón- en
adoctrinar los indios que se iban reduciendo a pueblos y doctrinas es
que todos los muchachos, desde que comienzan a hablar hasta que se
casan, se juntan en la plaza y puerta de la iglesia y en el atrio de
la casa del Padre, una vez por la mañana y otra vez por la tarde,
todos los días, y de allí en alta voz se les reza y enseña toda la
doctrina de memoria, haciendo que la digan y enseñen cuando saben”.
Las
doctrinas e internados fueron nefastos para la economía de los
nativos, pues la familia se vio privada del concurso de los hijos
para el cultivo y las actividades domésticas y resultaron
perniciosas para la autoestima del hombre americano, pues en ellas
los misioneros convirtieron una raza libre en una masa servil,
supersticiosa, temerosa y acomplejada, avergonzada de su existencia y
de sus valores. Los indígenas no aceptaron de buena gana esas
doctrinas y su establecimiento fue uno de los motivos de las
rebeliones de quimbayas y ansermas . El cacique Capirotama , Señor
de los irras, se refiere al alzamiento armado de 1557 : “que no
era bueno dar indios al Ave María, porque habían entendido que en
Anserma habían dado muchos muchachos para el Ave María y también
en Cartago,.. que les pedirían a ellos, como a los demás, y que los
irras no tienen muchachos, que de dónde los tendrían que buscar?-
Por eso dicen los indios- continúa diciendo Capirotama- que quieren
pelear contra los cristianos y matarlos.”
Pese
a la persecución contra brujos y dioses, la institución de los
internados y las doctrinas, la iglesia católica apoyó en otros
aspectos a las comunidades nativas contra el trato y la
discriminación de los europeos. El Sínodo que se reunió en Santa
fe en 1556, dispuso, por ejemplo, que en cada pueblo o doctrina, el
sacerdote debía escoger veinte hijos de caciques y capitanes para
dedicarles tiempo completo a la enseñanza de la lectura, la
escritura, la religión y otros temas loables y cristianos. Esta
medida se convirtió en un semillero de devociones que permitieron el
surgimiento del clero nativo, que en cierta forma empezó a formar la
nacionalidad colombiana, pues fue un elemento aglutinante del pueblo
llano.
Infortunadamente
no sirvió para formar una clase dirigente calificada en asuntos
generales, que, sin lugar a dudas, hubiera cambiado la suerte de su
gente. En 1585 los agustinos aprendieron la lengua muisca y enseñaron
en chibcha los fundamentos de la religión. Como su objeto era el
adoctrinamiento religioso y no el acercamiento a las raíces de la
feligresía, se perdió la oportunidad de registrar la cultura
ancestral y darla a conocer a las generaciones futuras.
LOS
SOBREVIVIENTES A LA CONQUISTA
Los
descendientes de algunas tribus ansermas y los emberas-chamíes que
ocuparon territorios o espacios abandonados por otras tribus en la
banda izquierda del río Cauca, son la base de la población rural de
Riosucio, Supía y Quinchía y constituyen los Resguardos ubicados
en Pueblo Rico y Mistrató y otros de reciente fundación en Marsella
y Belalcázar. Los españoles aniquilaron o desplazaron las tribus de
la vertiente del Pacífico y también las que estaban ubicadas en la
banda derecha del río Cauca, como quimbayas, pijaos, carrapas y
paucuras, al igual que las comunidades asentadas en cercanías del
río Magdalena, entre las cuales figuraban los amaníes y los
pantágoras
Los
ansermas ocupaban el territorio comprendido entre el río Cauca y la
cordillera occidental y entre el río Risaralda y la serranía de
Caramanta. Las tribus eran numerosas, con cultura similar, pero cada
una seguía un cacique, que a menudo era rival de sus vecinos. Entre
las tribus más conocidas figuran los guáticas, que inicialmente
ocupaban el valle alto del río Sopinga, los tabuyos, que vivían
cerca de las fuentes saladas de Opirama, los guaqueramaes, que
ocupaban los alrededores del cerro Carambá o Batero y los pirsas, en
territorio del actual Riosucio.
Sobre
los indios ansermas se cebaron los crueles asesinos de la conquista
española, los azotó la viruela y la langosta y perecieron en las
selvas enrolados en la guerra contra las tribus levantiscas del
Pacífico, o conteniendo los ataques de las tribus chocoes a su
territorio… sorprende, pues, que algunos ansermas hubieran
sobrevivido durante siglos y no hubieran desaparecido como el resto
de los indígenas.
Para
explicar la supervivencia de varias comunidades ansermas debemos
recordar que sus tribus ocupaban un territorio rico en oro, no
solamente en alhajas y joyas ceremoniales, sino en aluviones y vetas.
Cuando los españoles terminaron el saqueo de ranchos y tumbas,
obligaron a los nativos a extraer el oro de las arenas de ríos y
quebradas, pero como estaban cerca de sus aldeas, el desplazamiento
no fue a largas distancias, como ocurrió con los carrapas y
quimbayas que enviaron al Tolima y al sur. A los guáticas los
pasaron de orillas del Sopinga hacia una zona cercana fría cercana a
los arroyos auríferos que caen al río Cauca, y a los pirsas los
trasladaron a Quiebralomo, los guaqueramaes permanecieron en la zona
de Mápura y Buenavista, rica en el valioso metal. La permanencia en
sus territorios puede ser una causa de la supervivencia ansermeña.
Otro hecho que posiblemente evitó la desaparición de los ansermas
fue la fundación del convento de San Luis, cuyos frailes
franciscanos extendieron sus doctrinas a Tachiguí, Quinchía y
Tabuyo.
Las
citadas doctrinas, que cristianizaron y aculturaron las comunidades
ansermas y las condicionaron para servir de peones sometidos a los
blancos, sirvieron de núcleo integrador que evitó la dispersión
total de los indios y en cierto modo, morigeraron los excesos de los
encomenderos, pues los religiosos se pusieron muchas veces al lado de
los nativos. Ayudó, también, el clima benigno de la zona, al
contrario de lo sucedido con las tribus que empujaron hacia la ciudad
de Victoria, con clima cálido y pernicioso.
La
región anserma estuvo densamente poblada en épocas precolombinas.
En 1567 el licenciado Diego Angulo contó seis mil tributarios en las
aldeas ansermas y en 1575 figuran cinco mil indígenas que
acompañaban a cuarenta y ocho españoles viejos, entre ellos
dieciocho encomenderos. En 1627 el descenso de la población es
dramático, en los registros del Oidor Lesmes de Espinosa y Saravia
figuran menos de mil vecinos nativos y ante tal despoblamiento
traslada a numerosas familias carrapas que instala en la nueva aldea
de San Lorenzo.
Al
finalizar el siglo dieciocho los blancos de Ansermaviejo abandonan el
viejo poblado y fundan otra aldea muy cerca de Cartago. Se llevan los
ornamentos, las imágenes, el archivo y los documentos oficiales;
sin embargo la antigua aldea encomendera no desaparece, pues los
indios de Tabuyo ocupan el poblado que se convierte prácticamente en
la cabecera del Resguardo.
Las
tribus pirsas y sopías también vieron menguada su población por
epidemias, ataques de los chocoes, trabajo en las minas y emigración
de su gente, y ante tal situación las autoridades virreinales
concentraron a los vecinos dispersos para atender el trabajo de las
minas y facilitar su evangelización. El 17 de marzo de 1627 el Oidor
Lesmes de Espinosa y Saravia agrupó a pirsas y curicamayos en el
Resguardo de La Montaña, que progresó merced a las vetas de oro que
explotó la parcialidad en su territorio y que les permitió vivir
una época de esplendor durante el curato de 54 años del presbítero
Bernardo Cataño Ponce de León.
Como
los pobladores de La Montaña necesitaban tierras cálidas para
sembrar maíz y engordar cerdos, compraron a Doña Catalina Jiménez
de Gamonares, esposa del alcalde de Anserma, un vasto territorio en
cercanías del río Cauca Allí surgió otro centro poblacional que
al terminar el siglo veinte se convirtió en el Resguardo de
Pirras- Escopetera, que actuamente reúne nativos de Quinchía y
Riosucio.
Al
igual que en La Montaña, el Oidor Lesmes de Espinosa juntó pueblos
sopias con grupos pirsas de los alrededores y con familias carrapas
procedentes de Arma, en la aldea de San Lorenzo. La heterogeneidad
de los indios impidió que vivieran armónicamente y pronto se
dividieron en los pueblos de Supía, San Lorenzo y Cañamomo.
El
Oidor Lesmes de Espinosa y Saravia continuó su labor repobladora,
visitó el territorio de Quinchía y muy cerca de la zona de las
salinas ordenó la fundación de una aldea con los indios
desperdigados en las lomas que llevaban al río Sopinga o Risaralda.
Años más tarde la comunidad creció y trasladó sus ranchos loma
arriba, en un sitio con mejores aguas y más espacio para expandirse.
Las
nuevas tierras que ocupó la tribu del cacique Guática son frías y
de una sola cosecha de maíz al año, ante la escasez de alimento la
comunidad buscó tierras cálidas donde se pudieran obtener más
cosechas al año e invadió el territorio de Opirama perteneciente el
Resguardo de Quinchía. La situación se complicó con la invasión
guatiqueña, pues los nativos vecinos se prepararon para la guerra.
Ante tal situación que rompía la paz de la región las autoridades
intervinieron en favor de los quinchieños y en 1798 conminaron a los
guatiqueños a desocupar a Opirama y continuar aguantando hambre en
las laderas de la montaña.
Un
censo efectuado en Guática el 27 de junio de 1815 arrojó la cifra
de 255 vecinos cuyos apellidos más comunes eran Principal, Batero,
Taba, Tonuzco, Bueno, Rivera, Mápura, Tamayo, Tabarquino, Útima y
Arandia. La pobreza extrema de los guatiqueños los llevó a negarse
a pagar tributos a la corona, el cura doctrinero, sostenido por las
arcas reales, se fue contra sus parroquianos y aconsejó a las
autoridades de la reconquista palo y castigo, para que los indios se
dedicaran al trabajo en vez de seguir lamentándose.
En
los primeros años de la Colonia las parcialidades de irras,
tapascos, opiramaes y mápuras se agruparon en el Resguardo de
Quinchía, donde los religiosos del convento de San Luis en Anserma
ubicaron una doctrina a cuyo lado creció el caserío de San Nicolás
de Quinchía. El pueblito vegetó sin pena ni gloria, en una
hondonada seca, sobre el camino que comunicaba a Ansermaviejo con las
minas de Quiebralomo. Pueblo miserable- lo llamó el patriota José
Manuel Restrepo- al cruzarlo en la época de la reconquista
española, llevando consigo los caudales de Antioquia. Quinchía
sobrevivió a la langosta, a la viruela, a las guerras civiles y como
fortín radical alcanzó la categoría de distrito con jurisdicción
sobre una zona que iba desde el cerro Batero hasta la desembocadura
del río Risaralda.
En
el siglo dieciocho los españoles trataron de concentrar a los
nativos que se hallaban dispersos en las selvas del Chocó y fundaron
las aldeas de San Juan del Chamí y el de San Antonio de Tatamá. Al
frente de cada pueblo nativo estaba un corregidor que tenía como
misión cobrar los tributos, repartir los trabajos y administrar
justicia.
Los
Repartimientos y la Encomiendas no funcionaron en el Chamí por la
dispersión de las menguadas comunidades y por el atraso de los
aborígenes. La distancia y el aislamiento permitió que curas y
corregidores abusivos exigieran tributos exagerados a los sufridos
indios, que para pagarlos no sólo se doblaban buscando oro en las
arenas de ríos y quebradas sino que, además, se veían obligados a
alquilarse para llevar cargas entre Anserma y el Arrastradero de San
Pablo.
El
transporte de mercancías desde Anserma hasta el puerto sobre el río
Andágueda - según anota Víctor Zuluaga- duraba once días, y para
responder por la carga, que superaba las cuatro arrobas, y contar con
alimentos, los indios llevaban consigo a su mujer y a sus hijos que
se encargaban de terciar las provisiones.
Un
censo de 1770 habla de 198 indios tributarios en San Juan del Chamí
y 53 en San Antonio del Tatamá. Hasta mediados del siglo diecinueve
esa población permaneció estable, pese a la migración hacia la
zona de Andes en territorio antioqueño.
El
científico francés Boussingault visitó San Juan del Chamí en
1829 y en sus memorias nos dejó su impresión de la zona: “ Dejé
a mis hombres en el Tambo y tomé la delantera. No hice sino subir y
bajar hasta una altura que dominaba el poblado de los Chamí. Allí
me encontré en medio de treinta indios, pintados y tatuados, que
estaban descansando; llevaban ramas de palmera destinadas a renovar
la techumbre de la iglesia; todos eran mis amigos y me rodearon
afectuosamente llamándome compadre; era la una cuando llegué y me
hospedé donde el misionero, quien me acogió amablemente y me
sirvió un almuerzo que bien lo necesitaba. Chamí es una misión
como las hay en las regiones montañosas, los chamí están
diseminados por la pendiente; yo había apresurado la marcha para
pasar el domingo con los indios, ese día les obliga ir a misa y a la
doctrina, la que poco les importa; el resto de la semana se retiran a
sus viviendas o van a cazar y a pescar, los alrededores del Chamí
son muy boscosos”
Las
comunidades ansermas mezcladas con otros nativos traídos por Lesmes
de Espinosa y otros oidores a su territorio apenas vegetaron en la
época de la colonia. Los españoles habían empujado a las tribus de
noanamaes, zitaraes y zitarabiraes a las selvas profundas del
Pacífico y sus territorios fueron ocupados por los emberas y catíos,
que se desplazaron desde el Urabá y otras sitios de la región de
Antioquia. A medida que los antiguos pueblos ansermas iban menguando,
los emberas- chamíes entraron a sus Resguardos y se integraron a las
parcialidades de La Montaña y de San Lorenzo, donde impusieron su
lengua y sus costumbres y dieron nueva identidad a las comunidades
indígenas. Los emberas chamies poblaron las selvas de Arrayanal y
las cabeceras del río San Juan y Risaralda y con el tiempo han
establecido núcleos en Irra, Quinchía, en Tiraderos de Marsella, en
el Cairo en Risaralda, en el Águila de Belalcázar, en Obando.... y
ya van por los límites del Ecuador.
DE
COMUNEROS A PEONES
Para
los nativos, la independencia de España fue un simple cambio de amo
que empeoró su situación. Una de las primeras disposiciones de los
criollos de Santa Fe fue acabar con los Resguardos indígenas de la
Sabana, apropiarse de las tierras que ambicionaban desde lejanos
tiempos y contar con peones baratos para sus estancias. Lo mismo
intentaron los criollos de Tunja con los resguardos de Sogamoso,
donde la reacción de los nativos atizó la repulsa de los próceres
santafereños que desconocieron la representación de Sogamoso al
Congreso del Nuevo Reino, por considerarlos indios de escasas
“luces”.
Mientras
los criollos de Popayán estuvieron entretenidos con las minas y las
estancias de caña, los indígenas de la provincia disfrutaron sin
amenazas de las tierras que les reconoció la corona española, pero
al llegar la República, la ambición de mando llenó los corazones
de los notables, la tierra se convirtió en la llave del poder, y
empezó la rebatiña de los baldíos y de los Resguardos indígenas.
Para
los caudillos granadinos la tierra no tenía importancia como tal,
sino porque con ella controlaban a peones y terrazgueros,
condicionaban a colonos y aspirantes a pequeños fundos, pues la
legislación era tan enredada, tan difícil e intrincada que era
imposible conseguir tierras baldías a menos que se las compraran o
las adquirieran a través de políticos o latifundistas poderosos.
Por
ley 25 de 1869 el gobierno de Popayán concedió a los nativos del
Cantón de Supía, la libertad de disponer de sus tierras, previa
separación de 80 hectáreas para el área de una población y una
fanegada de reserva para una escuela. Aquí empezó la pauperización
de las parcialidades de nuestra región. Esto era lo que esperaban
los empresarios del Cauca y de Antioquia para expandir las
explotaciones de oro y de sal a costa de los Resguardos, organizar
hatos en las mejores tierras y extender el negocio de tierras
hacia la banda izquierda del río Cauca.
Para
disponer de sus territorios los indígenas
debían sanear títulos y hacer levantamientos de ingeniería para
medir y lotear sus resguardos. Como no contaban con dinero sonante
contrataron abogados, para consultar archivos y verificaron títulos
coloniales, a cambio de grandes extensiones de terreno. Luego
llegaron los topógrafos y sacaron su tajada, y también los
políticos a quienes los cabildos cedieron inmensos lotes por la
defensa de sus intereses. Obtuvieron tierra los notarios y los
párrocos, y los administradores de los Resguardos, pues según la
legislación, los nativos no podían negociar directamente, y como
pobres de luces, necesitaban quién los guiara y les manejara sus
bienes.
En
1874 Juan Gregorio Trejos, administrador de la parcialidad indígena
de Supía y Cañamomo, en asocio con los alcaldes de Supía y de San
Juan, distribuye la tierra del Resguardo y cede a los
establecimientos mineros las tierras que necesiten para las
explotaciones del oro. Los alcaldes y los directores de los
establecimientos mineros avalúan las tierras y las reparten sin que
intervengan los indígenas, que son los legales propietarios.
Quitando lo que cedieron a los mineros, lo que resta del Resguardo se
divide entre Supía, San Juan y los nativos, pero hay que entregar
labranzas a los colonos, cincuenta hectáreas para una población,
bosques y ejidos comunales y un gran lote que se le da al topógrafo
William Martin por sus servicios. A la hora de la verdad, a los
indígenas de Supía y Marmato solamente les queda una pequeña
extensión de malas tierras que colinda con la de sus hermanos de
raza ubicados en el distrito de Riosucio.
Gran
parte de los vecinos de las aldeas de Quiebralomo y La Montaña
oyeron el llamado de Bonafont para crear la aldea de Riosucio. Pero
algunos comuneros continuaron viviendo en sus viejos caseríos. Al
avanzar el siglo diecinueve los vecinos de La Montaña conservaban su
Resguardo y constituían una importante fuerza manejada por los
conservadores y aliada de sus copartidarios paisas.
Quizás
por lo anterior y por la escasa atención que pusieron a la zona
fría de su territorio, los nativos de La Montaña no pusieron
obstáculo a los paisas que ocuparon un área extensa, donde
fundaron inicialmente la población de Oraida y posteriormente las
aldeas del Rosario y Llanogrande y se apoderaron de las tierras
circundantes.
Los
indígenas de los Resguardos de Riosucio constituyeron una fuerza
combativa que sirvió los intereses conservadores en las guerras de
1860, 1876, 1885 y en la lucha fratricida de los Mil Días. Fue
famoso el batallón Riosucio por su valentía, disciplina y
ferocidad. Por eso, y por su caudal electoral, consiguieron el apoyo
de los gobiernos y de los líderes conservadores del Cauca y
Antioquia. Esa condición les acarreó persecuciones durante la
república liberal y desde el Frente Nacional; a medida que se va
perdiendo la hegemonía de los partidos tradicionales, las
parcialidades, por temor, por amenaza o por convicción están
cayendo en manos de otras corrientes, que los han implicado en sus
luchas, sin que les planteen soluciones o derroteros para mejorar su
nivel de vida, aunque ahora, como jamás había sucedido, les están
llegando jugosas partidas del presupuesto nacional, como lo ordena la
última constitución política, que busca la igualdad de
oportunidades para todos los colombianos.
En
1875 el gobierno del Estado del Cauca autorizó la venta de la tierra
de los Resguardos del norte de su territorio y los tabuyos
contrataron también a William Martin para que hiciera los
levantamientos topográficos. El Resguardo midió 6147 hectáreas que
se dividieron en 133 lotes, dejando 51 para un futuro caserío. Para
pagar los servicios del inglés, el Cabildo indígena le entregó un
inmenso lote en la parte alta del territorio .El 30 de julio de 1878
se reparte el Resguardo de Tabuyo y en la piñata salen favorecidos
el notario Jorge Orozco y el corregidor del agónico caserío de
Ansermaviejo, que cuenta escasamente con setecientos vecinos. Los
nativos venden gran parte de sus lotes al empresario Pedro Orozco,
que ha trasladado sus negocios de tierras de Támesis, en Antioquia,
al norte caucano. El gobierno considera la Cuchilla de Belálcazar
como baldío y también el valle de Risaralda y los cede por bonos
territoriales a Rudecindo Ospina, que a su vez los traspasa a Pedro
Orozco y a varios empresarios manizaleños y del suroeste
antioqueño..
Desde
1840 los paisas empezaron a entrar por la parte alta del Resguardo de
La Montaña, fundan la aldea de Oraida, establecen cultivos y
dehesas y extraen oro de las cañadas en territorio cedido por el
gobierno caucano que no respeta los derechos del Resguardo. Desde
Oraida y las tierras altas de Riosucio los invasores se descolgaron
por Barroblanco y el Río del Oro con su ganado blanco orejinegro y
sus cultivos de fríjol cargamento. En el Alto de Mismis fundaron la
localidad de Pueblo Nuevo y con colonos de Carmen de Viboral y de
Marinilla, los políticos conservadores de Riosucio, empezaron a
hostigar a los nativos. En septiembre de 1874 la parcialidad cedió
un gran globo de terreno al abogado cartagüeño Ramón Elías Palau
para que defendiera sus intereses contra los “advenedizos” de
Antioquia y cedieron una gran extensión a William Martín para pagar
el loteo del Resguardo y para lograr el favor divino regalaron a la
Iglesia de Santa Ana una salina en Talabán y cien hectáreas de
bosque.
En
1886 el Cabildo indígena nombró como apoderado a Salvador Pineda.
El paisa era un mono pecoso, bien parecido, dicharachero y religioso
que envolvió a los nativos en su encanto y se quedó con varias
minas, salados y extensas propiedades.
Tachiguí
aparece en la Colonia como una doctrina franciscana y luego como una
aldea indígena en el camino de las Ansermas, por donde pasan tropas
de Antioquia y Popayán en la guerra de independencia, y sufre los
avatares de las luchas civiles de 1860 y de 1877.
Con
los colonos paisas llegaron indígenas de las parcialidades del norte
de Antioquia. Del distrito de Giraldo llegaron los Londoños y se
integraron a la parcialidad de Tachiguí; uno de esos comuneros
llamado José Maria Londoño se convirtió en un líder prestigioso
que en 1860 evitó la desaparición del caserío, aglutinó a los
tabuyos y fue nombrado por el gobierno del Cauca como juez poblador
de Pumia, una aldea que tuvo una vida efímera en el alto valle del
río Risaralda.
Con
su aldea casi deshabitada por causa de la viruela, de la langosta y
de las guerras, los pocos vecinos de Tachiguí deciden repartir las
tierras del Resguardo el 23 de agosto de 1877. Después de descontar
algunos terrenos vendidos con anterioridad, quedan 8525 hectáreas
para partir entre 36 comuneros que venden sus lotes a precios
irrisorios.
En
la feria de las tierras participa hasta el general Uribe Uribe, que
por intermedio de un pariente, consigue una parcela del antiguo
Resguardo. Los abogados contratados por la parcialidad no encuentran
los títulos reales que legalicen la posesión de los nativos y los
sobrantes del reparto se reputan por baldíos.
La
ley ordena la entrega de 51 hectáreas para una futura población, y
entre colonos paisas y nativos se funda allí la aldea del Carmen.
Tachiguí desaparece, el nuevo caserío crece, se convierte en
Arenales y luego en Belén de Umbría. Los primitivos pobladores se
diluyen entre la población recién llegada y de dueños de las
faldas del Tatamá se convierten en peones asalariados.
Quinchía
fue cabecera municipal en los tiempos de la hegemonía radical del
siglo diecinueve, con jurisdicción sobre Ansermaviejo, Guática y
Arrayanal. Los dirigentes liberales de Cartago aprovecharon su
ascendiente sobre el Cabildo indígena y consiguieron minas y salinas
en las mejores tierras del Resguardo. En el levantamiento
topográfico ordenado por la ley el inglés William Martín consiguió
otra gran tajada al medir el territorio quinchieño.
El
29 de noviembre de 1888, los habitantes de Quinchiaviejo, en medio
del repique de las campanas, abandonaron la hondonada seca del
antiguo caserío y trasladaron sus ranchos al lado del cerro Gobia.
Eran más amplios los horizontes en la nueva población pero era más
negro el futuro de la comunidad al caer el gobierno liberal y tomar
el control nacional la Regeneración de Nuñez. El distrito que era
un bastión liberal cayó en desgracia y quedó como corregimiento
de Pueblo Nuevo, una aldea paisa y conservadora levantada por los
invasores en las tierras frías de Guática. Tras graves
enfrentamientos con la nueva cabecera que marginó a la comunidad
indígena de Quinchía, el pueblo recobró su estatus municipal en
1920 y sobrevivió penosamente en medio de la indiferencia
administrativa de Manizales.
El
Resguardo de Quinchía se conserva hasta 1948, pero líderes paisas y
dirigentes liberales del pueblo quieren quedarse con la hulla y las
salinas que no pudieron conseguir los invasores de Guática. El
Congreso de la República aprueba una ley que disuelve el Cabildo
indígena y se acaba el Resguardo. El juego no les resulta a los
interesados en arrebatar los bienes de la parcialidad indígena,
pues la violencia política deja el carbón y las salinas en manos de
los “pájaros” conservadores que han tomado el control del
pueblo.
Al
desaparecer las poblaciones del Chamí sólo quedó en la región el
caserío de Arrayanal, situada en una pequeña vega en la parte
alta del río Risaralda. En 1885 contaba con unos 150 vecinos
permanentes, que habían encontrado la paz en aquellos montes tras
las persecuciones en Antioquia, después de la guerra de 1876.
Desde
tiempo atrás los indígenas asentados en las cercanías de Arrayanal
habían vendido tierras de su Resguardo a los colonos paisas, sin
papeles ni requisitos de ley. Valiéndose de tal situación el
Cabildo de la parcialidad quiso recuperarlas y robarse de contera lo
que habían abonado los compradores. El abogado Eustaquio Tascón se
puso al frente del negocio, pero dejó vencer el expediente. Parece
que los colonos le salieron adelante a los indígenas al sobornar,
según parece, al abogado que apoyaba a los nativos de Arrayanal.
En
el incendio de Tadó se quemaron los títulos del Resguardo y para
buscar sus copias en Bogotá los Cabildos de Arrayanal y del Chamí
contrataron en el año de 1930 al abogado Marco Tulio Palau. En pago
a sus servicios los indígenas cedieron a Palau tres grandes lotes.
Una vez que se protocolizó la escritura estos se remataron
públicamente en Riosucio y se adjudicaron a Alejandrino Palomino
por la suma de treinta y tres mil pesos. Lo escandaloso del negocio
consistió en que los lotes rematados comprendían casi el actual
municipio de Mistrató y parte del municipio de Pueblo Rico, es decir
las dos terceras partes del Resguardo, todo ello efectuado con
mentira y con engaño, pues los indígenas no se dieron cuenta de lo
que habían firmado a ruego, porque no sabían leer.
¿PARA
DÓNDE VAS HERMANO?
¿SAMA
UAYA MIDA ?
Un
Resguardo es un espacio donde vive una comunidad nativa con cultura y
tradición, sujeta a normas propias dentro de las leyes de la nación,
que hacen cumplir sus líderes, mediante un Cabildo, un cacique,
gobernador o capitán. Como parcialidad se ha entendido la comunidad
o conjunto de individuos que habitan cada resguardo con un Cabildo y
un jefe que la presida.
Dentro
de las concepciones anteriores vemos que en la región del Viejo
Caldas se encuentran las parcialidades y los resguardos de La
Montaña y San Lorenzo en Riosucio; el de Lomaprieta y Cañamomo
entre Riosucio y Supía; el de Pirsa- Escopetera entre Riosucio y
Quinchía; el del Águila en Belalcazar y el del Cairo en el
municipio de Risaralda. A los anteriores se suman un resguardo en
Pueblo Rico, otro en Mistrató y un tercero en Tiraderos en Marsella,
en el departamento de Risaralda.
Veamos
la situación de esos resguardos:
Las
parcialidades de Riosucio se hallan concentradas en las aldeas del
Salado, San Lorenzo, San Gerónimo, Bonafont y Moreta. Su gente es
diligente, trabajadora, con capacidad para las letras y la música,
con muy poco mestizaje y un gran sentido de pertenencia a la
comunidad. Sus problemas son el minifundio, la superpoblación, la
falta de trabajo e industrias de transformación y el orden público
que ha puesto a los vecinos entre los fuegos de guerrilleros y
paramilitares.
Los
Resguardos de Riosucio conservan parte de sus tierras ancestrales, su
raza, continúa trabajando la cestería y productos cerámicos como
cayanas, múcuras y vasijas con formas de hombres y animales. Los
alimentos autóctonos de estas comunidades aportan las mayores
novedades a la gastronomía caldense con los envueltos de diferentes
tipos de maíz, las nalgas de ángel, los chiquichoques, la chicha o
agua endemoniada matizada con yerbas aromáticas, colaciones y
estacas de diferentes sabores… Han perdido el idioma y las
creencias de sus mayores, pero han conservado los conocimientos
botánicos y sus yerbateros hacen gala de innumerables recursos que
enriquecen la medicina natural.
Los
indígenas de la parcialidad de Lomaprieta, dentro del municipio de
Supía, son excelentes productores de panela, que trabajan en panes,
en alfandoques y blanqueados y también en forma granulada con
sabores.
Los
vecinos de San Lorenzo son expertos destiladores de aguardiente de
contrabando o tapetusa, que producen desde tiempos inmemoriales y les
ha dado más de un dolor de cabeza con las autoridades que han
intentado erradicar su producción.
La
base de la economía de estos resguardos es el café y en grado
importante la caña panelera, y el grano que benefician sin químicos
ni contaminantes les ha permitido abrir algunos mercados
internacionales que exigen agricultura orgánica.
La
ciudad, levantada hacia 1819 por los Resguardos de La Montaña y
Quiebralomo, fue cabecera de una importante provincia del norte
caucano y sus indígenas constituyeron la mayor fuerza militar y
política del conservatismo en esa zona. Entre los personajes
notables de los resguardos riosuceños figura el Doctor Enrique
Becerra, ex contralor de la nación e Israel Motato, compositor de
hermosas canciones que se oyen en todo el continente.
Pese
a su importancia, los indígenas de Riosucio han sido discriminados
por los blancos y mestizos que han usufructuado el poder local. Al
frente del Comité Municipal de Cafeteros, por ejemplo, siempre
estuvo gente de otros lados y no hace mucho, en 1986, cuando se
intentó llevar al indígena Aníbal Zuleta al Comité local, se
enfilaron todas las baterías para impedirlo. Con la elección
popular de alcaldes, por fin Riosucio, que es un municipio indígena,
nombró por primera vez un burgomaestre nativo, y el pueblo ha
empezado a dar respaldo electoral a su propia gente.
Los
mestizos y los indígenas de Riosucio viven un carnaval cada dos años
y en el interregno sólo se piensa en preparar comparsas y disfraces
y acicalar al diablo que es el símbolo de la fiesta. Tal parece que
los riosuceños no piensan en otra cosa que en el Carnaval del
Diablo y marginalmente en un Encuentro de la Palabra, que medio se
sostiene en un ambiente que pretende cultivar las letras. Ni el
departamento de Caldas ni Riosucio han explotado la enorme
potencialidad turística, artesanal y agrícola del municipio y los
indígenas continúan dentro de un círculo de marginalidad y pobreza
en medio de grupos ilegales que capitalizan la violencia.
Las
comunidades del Águila en Belalcázar y la del Cairo en el municipio
de Risaralda, son parcialidades emberas, que hace unas décadas se
instalaron en pequeñas fincas de esas localidades. Sus hombres
trabajan de corteros en el ingenio de azúcar cercano y aunque aún
hablan su dialecto, van perdiendo rápidamente sus costumbres, y se
identifican cada vez más con los campesinos pobres de la región.
Son muy adictos a la bebida, y por causa de su poco respeto a la
propiedad privada son mirados con recelo por el resto de la
población. No tienen poder político y hacinados en un espacio muy
reducido, que no les garantiza la supervivencia, se podrían
convertir en un grave lastre para el desarrollo de Belalcázar, si no
se buscan alternativas de desarrollo como por ejemplo las artesanías,
la piscicultura, trabajo cooperativo y hasta el turismo.
La
parcialidad de Tiroteos en Marsella, es la comunidad embera más
desarrollada del Viejo Caldas. Los esfuerzos de líderes marselleses
han dado valiosos frutos, pues los nativos han logrado buenos niveles
de instrucción y van mejorando notablemente su nivel de vida. Los
comuneros de la parcialidad conservan su lenguaje y aunque aún
tienen identidad se han ido integrando paulatinamente al resto de la
población.
La
población rural de Quinchía es de ancestro indígena y su gente
es, quizás, la que conserva la mayor parte de los genes de los
ansermas, cuyas mujeres fueron admiradas por los cronistas españoles
por su esbeltez y hermosas facciones. Allí llegaron pocos paisas,
debido al carácter liberal de la parcialidad tan diferente al
espíritu antioqueño del siglo diecinueve. Quinchía fue la cabeza
de puente del radicalismo caucano en una provincia dominada por los
conservadores, y el anticlericalismo que le inyectaron los políticos
sureños, neutralizó la influencia de los sacerdotes, que fueron,
sin lugar a duda, la cuña de la colonización paisa en la región.
Las
guerrillas quinchieñas apoyaron las operaciones mosqueristas en la
guerra de 1860 y se convirtieron en el mayor dolor de cabeza para el
gobierno de Antioquia en la guerra de los Mil Días, pues atacaron a
Salamina, a Filadelfia y a Neira. Los indígenas de Quinchía seguían
a sus capitanes en tiempos de paz y en tiempos de guerra. En las
elecciones marchaban en columnas cerradas desde todas las veredas y
en la violencia política de mitad del siglo veinte fueron los únicos
caldenses que hicieron frente con éxito a los pájaros que
bajo el comando de Alzate Avendaño, ensangrentaron los campos del
departamento.
Desde
esos tiempos del Capitán Venganza, los quinchieños se
acostumbraron a delinquir impunemente, ahora su región es una
cantera de los combatientes irregulares que engruesan las filas del
ELN y de la FARC.
Como
sus vecinos riosuceños, los campesinos de Quinchía sobreviven en
minifundios, agobiados por la pobreza y con graves problemas
nutricionales y de orden público. Los apellidos nativos como
Guapacha, Trejos, Tapasco, Aricapa, Largo, Anduquia… han vuelto a
tomar el control de su tierra, después del éxodo de la dirigencia
de origen paisa a causa de la violencia que desde hace sesenta años
ha asolados al municipio.
El
minifundio y las pocas oportunidades de trabajo empujan a los varones
quinchieños a emigrar en tiempos de cosecha y traviesa cafetera a
las fincas de Caldas, Risaralda y el Quindío. Las mujeres quedan al
frente de su hogar y de sus pequeños cultivos durante varios meses
al año. Esa circunstancia convierte a la campesina quincheña en
cabeza de familia y la convierte en una luchadora que toma la azada
o la escopeta y maneja a los hijos con toda la autoridad que le
confiere su condición. Al contrario de los chamíes, no es la que
carga el canasto mientras el marido retoza, manda igual o más que el
marido, y a menudo ni lo necesita para seguir en la lucha.
Los
quinchieños han estado reconstruyendo su pasado y afirmando una
identidad que les fue negada o subestimada en tiempos del
departamento de Caldas. Para ellos el departamento de Risaralda fue
una ventana abierta al futuro y en Pereira escuchan sus leyendas,
publican sus obras y ayudan a consolidar su cultura. El grave
inconveniente es el orden público, pues no hay inversiones y sin
ellas no hay progreso ni trabajo.
La
situación de los Resguardos del Chamí es muy compleja. Los
misioneros trataron a estos indígenas como seres inferiores y les
inculcaron un dramático complejo de inferioridad, como dejó
entrever un niño de Jamarraya cuando le pregunté que quería ser
cuando fuera grande; el indiecito lo pensó un momento, y me
respondió: “cuando sea mayor quiero ser paisa”. Es tan baja la
autoestima de los chamíes, que hasta hace muy poco esos
compatriotas llamaban racionales a los mestizos y a los blancos,
como si ellos fueran bestias o animales sin raciocinio.
Los
indígenas de Pueblo Rico, que un día fueron dueños de toda la
tierra que va desde la cordillera occidental hasta Tadó, han sido
desplazados por los negros que entraron por Santa Cecilia. Los
nativos se han replegado hacia las montañas abruptas y selváticas,
sólo útiles para la silvicultura; conservan el lenguaje, las
costumbres y dependen del chontaduro, del maíz y de los auxilios
del Estado. Las jugosas partidas estatales les han permitido comprar
motosierras que están utilizando para deforestar las selvas y
adquieren armas con las cuales no están dejando bicho que se mueva
en su territorio, donde ya no hay guaguas ni guatines y casi ni se
oye el trino de los pájaros.
Lo
que no hicieron los españoles, lo hicieron los antioqueños, que
arrebataron tierra y oro a cambio de aguardiente. El alcoholismo es
un problema gravísimo, que está degenerando la raza embera, al
igual que la desnutrición, que en el Chamí no es por falta de
tierras, sino por la pereza, la desidia y las pésimas costumbres
alimentarias.
Unas
minas de oro y la intervención de los directorios políticos y de la
comunidad de la Madre Laura en los asuntos indígenas, están
dividiendo a las comunidades chamíes. También las está afectado la
presencia de grupos ilegales en su territorio, que es un corredor
estratégico para sacar cocaína y pasta hacia el Pacífico. A ello
se suma la explotación de los indígenas por los mismos indígenas,
lo que se ve en las calles de las ciudades del Eje Cafetero, donde
nativas y niños desnutridos mueven la caridad de los transeúntes y
den unas monedas que van al bolsillo de un sinvergüenza que los está
utilizando.
El
pasado y el presente de la población nativa están signados por la
tragedia y la injusticia. ¿Cómo será su futuro en medio de una
nación mestiza que niega sus raíces?- Al observar a un pirsa o a un
embera, es imposible dejar de preguntarle, en medio de tanta pobreza
e inequidad: Sama uaya mida- ¿Para dónde vas hermano?-
BIBLIOGRAFÍA
ZULUAGA
Gómez Víctor. ‘Vida pasión y muerte de los indígenas de Caldas
y Risaralda’. Pereira- 1994-
ROMERO
Mario Germán. ‘Fray Juan de los Barrios y la evangelización del
Nuevo Reino de Granada’. Academia Colombiana de Historia. Bogotá.
CARDONA
Tobón Alfredo. ‘Quinchía Mestizo”. Imprenta departamental.
Pereira.
FUENTES
ARCHIVO
DE QUINCHÍA
ARCHIVO
DE RIOSUCIO
ARCHIVO
DE GUÁTICA
ARCHIVO
DE ALFREDO CARDONA
ARCHIVO
DE LA FAMILIA TONUZCO.
La verdad me ha gustado mucho la información, estoy a expensas de hacer un documental sobre la cultura indígena en Risaralda. Esto me va a ser de gran ayuda.
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