CAONABÓ: PRIMER HEROE AMERICANO

Alfredo Cardona Tobón




CAONAVÓ CONTRA EL INVASOR ESPAÑOL 

 
En el primer  viaje  a territorio americano  el navegante Cristóbal Colón dejó treinta y nueve hombres en el Fuerte Navidad de la  isla caribeña de  la Española. Al  regresar, meses más tarde, encontró en ruinas el campamento y muertos todos los marinos que había dejado en el Nuevo Mundo.

 Al cacique Caonabó, Señor del Cibao lo sindicaron de la matanza. Se dice que el cacique abrumado por las depravaciones, los asaltos y los saqueos de los europeos del Fuerte Navidad puso en pie de guerra a los nativos de la isla y en un ataque sorpresivo acabó con los españoles.

 LA SOMBRA DE CAONABÓ

 
Al empezar el  año de 1494 el Almirante Cristobal Colón fundó la aldea de La Isabela cerca de las ruinas del Fuerte Navidad. Pero era imposible vivir ante la  pertinaz amenaza de Caonabó, por ello el nueve de abril de ese año,  Colón impartió instrucciones para acabar con el cacique y  al frente de doscientos infantes y veinte jinetes inició la campaña.

 
 Los españoles chocaron con las montoneras de Maniocatex, un aliado de Caonabó y lo hicieron prisionero. Según la afiebrada imaginación de los cronistas de esa época, la Virgen de Las Mercedes  apareció sobre una cruz plantada por Colón, llenando de terror a los infieles y dando ánimo a la tropa española, que con ayuda divina hizo trizas a los indígenas.

 Pese a las bajas sufridas,  la resistencia indígena fue en aumento en  La Española. Los aborígenes que tan pacíficamente recibieron a los europeos en el primer desembarco se habían convertido en violentos adversarios que no daban tregua a los intrusos.

 

Al no poder someter a los indios  Cristobal Colón utilizó otra estrategia: liberó al cacique Maniocatex, alejó la tropa de los dominios de Caonabó y ofreció la paz a los nativos. Pasó un tiempo.  Alonso de Ojeda, un lugarteniente de Colón, estableció amistad con el cacique con la intención de ganar su voluntad y poder atacarlo por sorpresa. Un día, Ojeda acompañó a Caonabó al río donde solía bañarse y le dijo que llevaba un regalo especial de la reina de España. El indio lo observó con recelo.

 -“Es para llevarlo en los pies”- le dijo Ojeda- “Permitidme que os lo ponga yo mismo”.

El español se inclinó y cerró los tobillos del cacique con dos aros de hierro. ¡El regalo era un grillete que aseguró a una cadena y privó de la libertad al ingenuo  Caonabó¡

 

Culminada la traición, Alonso de Ojeda llamó a gritos a la tropa emboscada en la maleza , nada pudieron hacer los acompañantes de Caonabó  que  huyeron para salvar la vida y como si fuera una bestia los españoles arrastraron al cacique hasta La Isabela.

  

EL TEMPLE DE CAONABÓ

 
Colón inició un proceso contra el cacique por la muerte de Diego Aldana y los compañeros del Fuerte Navidad, pero temiendo que la ejecución del Señor del Cibao provocara una sublevación de grandes proporciones en  la isla, prefirió entregárselo a los tribunales de España.

Una madrugada sacaron a Caonabó de la celda y lo llevaron a un bote que lo esperaba en la playa.
 
-“Yo no puedo abandonar a los míos”- dijo Caonabó.

 
Y como se resistiera, la gente de Colón lo subió a empellones a la nave que tomó rumbo a la península ibérica. A bordo del navío el cacique no comió más, ni volvió a beber sin que fuerza humana fuera capaz de obligarlo a alimentarse. Cuando la nave  llegó a España, hacía semanas que Caonabó había muerto de hambre y su cuerpo quedaba sepultado en las aguas del océano.

 
Después de la desaparición  de Caonabó, Cristóbal Colón  cobró tributos a los nativos y repartió sus tierras entre los españoles. A partir de entonces, el descubridor de América o Guaquimina, como lo llamaban los  indios taínos, se convirtió en la peor pesadilla para los isleños.

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EMPIEZA LA TRAGEDIA

 
En 1510 la isla de La Española estaba desolada: las enfermedades, el hambre y el maltrato estaban acabando con las comunidades indígenas.

Los frailes de la primera misión dominica se horrorizaron de las crueldades de sus compatriotas. El 21 de diciembre del año en mención fray Antonio Montesinos, haciendo eco al pensamiento de los religiosos, pronunció un discurso en presencia de los encomenderos y del virrey Diego Colón, hijo del Almirante, denunciando y condenando las atrocidades españolas contra los nativos:

 
“¿Como los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos de sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por  mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día?  ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales?

¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre  aquestos indios?- ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinidad de ellos, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido?”
 

“Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes¨- Terminó diciendo Fray Antonio Montesinos a los arrogantes encomenderos de La Española.

 
El clamor de los religiosos llegó a España  y sus denuncias originaron las leyes de Burgos que reglamentaron el trabajo de los aborígenes y pretendieron protegerlos de  los abusos de los encomenderos. Pero como  las leyes de Indias, se  expidieron pero no se cumplieron.

 Los abusos y las enfermedades traídas por los españoles acabaron con los primitivos habitantes de La Española . El turno correspondió a los cobrizos de la Tierra Firme en el mayor genocidio en la historia del mundo.

 

 

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