EL DOCTOR FEDERICO GALLOWAY EN LA HISTORIA DE PEREIRA


José Ruiz Valencia
 
 

La popularidad del doctor Galloway era indiscutible. Lo conocía todo el mundo, bueno, es una manera de indicarlo, con ello se quiere decir que todos los habitantes de Pereira sabían de él, unos de oídas y otros porque sus caminos se habían cruzado por uno de esos avatares de la vida.

Su carro, un automóvil “colepato” de color verde indefinido, era peculiar por las calles cementadas, empedradas y entierradas de ese entonces y, al verlo, la gente decía: “Ahí va  el doctor Gallo”; se podría decir que era su más fiel representante.

Pereira era por esos tiempos una villa populos con un comercio incipiente, de una fe religiosa exuberante, poseedora de una galería vieja donde se expendían toda clase de alimentos para el diario vivir y ropa para hombres y mujeres. La edificación estaba construida por fuera de ladrillo y cemento en tanto en su interior toda de madera, armazón que  dejaba entrever las vigas aherrojadas, desafiantes y altaneras dentro del cual, decían  los rumores populares, habitaba una descomunal culebra cazadora, que vivía  como Pedro por su casa holgazaneando en medio de los puestos de comercio, alimentándose de lo lindo con ratones, cucarachas y otros bichos que son comunes en esta clase de negocios.

Tenía la  Perla del Otún un grato servicio de tranvías, que pocas ciudades lo usaban y en el que se desplazaban los usuarios desde “El Descanso” hasta “Casablanca”, un parrandeadero, lo que simbolizaba el principio y fin de aquella vía, de la calle primera hasta la cuarenta. El valor del pasaje era de cinco centavos por persona y con su tilín tilín iba despertando los amaneceres de la villa y empujaba  a los obreros para evitar llegar tarde a su trabajo,  tempraneando a sus quehaceres cotidianos.

Pereira poseía, igualmente, su hermosa catedral consagrada a la Virgen de La Pobreza, la que albergaba en su cielorraso varias pinturas alusivas a la vida bíblica, y el lienzo aquel de la Virgen cuya historia se entrelaza con la fundación de Cartago antigua. Funcionaba la feria de ganado caballar y vacuno, la estación del ferrocarril de Caldas, otro aspecto novedoso de la villa, cuyos ramales unían a Manizales con Buenaventura, Cali, Medellín y otras ciudades intermedias con la Perla del Otún.

Venido de los Estados Unidos a principios del siglo XX, el doctor Gello (Galo) había sentado sus reales por estas tierras en busca de otros horizontes, acompañado de la mujer que fue el símbolo de sus amores y  de un niño que era el norte hacia donde apuntaba la existencia de ambos.

El doctor Gello esperaba desempeñar, en parte,  el cometido de una vida dedicada a la ciencia médica aplicándola siempre en favor de los más necesitados y los menos favorecidos por la suerte. Así lo esperaba y así lo hizo. La Historia lo confirma. Los casos se sucedieron, uno tras otro, atestiguándolo.

El médico gringo era eficiente y  cuidadosos con el bolsillo de sus clientes, el  siguiente caso sirve de confirmación:

Uno  de tantos enfermos acudió donde él  para que le curara un pequeño tumor situado debajo del dedo gordo del pie derecho; al verlo, lo acostó en una camilla, boca abajo, y en un dos por tres lo abrió con un bisturí, exprimió fuerte para sacarle la madre, o sea la envoltura del tumor, esterilizó la herida y lo despachó para la casa, rengueando, es cierto  pero operado con todas las de la ley. Le cobró una exigua suma, por lo que consideraba una intervención ambulatoria.  De más está decir que el pariente sufrió las penas del infierno, pues no se aplicó anestesia de ninguna clase y el dolor fue muy fuerte; cuando lo exprimió para sacarle la materia purulenta el paciente creyó que se iba a morir del dolor.

Este otro caso lo dibuja de cuerpo entero:

Mi patrón un joven de  25 años, amaneció un día  con un ojo convertido en una masa sanguinolienta, como si hubiera sufrido una hemorragia  óptica.  Los amigos lo alertaron, pues podría ser de cuidado y había que ir  donde el médico lo más pronto posible.

El consultorio  del doctor Gallo quedaba a media cuadra de distancia. Fue  donde éste, ya que era buen médico, acertado. Acudió al consultorio  y al auscultarlo, acomodado en la silla, le pidió que abriera la boca, la observó detenidamente,  y sin mediar palabra, se retiró un poco y volvió trayendo en sus manos un gatillo sacamuelas, le agarró la raíz infectada, le puso yodo para evitar complicaciones, aplico una inyección  con antibióticos, le dio a tomar aspirina para el dolor y resuelto el problema. El mal estaba en el colmillo infectado y no en el ojo y, eso era lo que producía  efecto en la vista. El paciente se recuperó rápidamente y sólo quedó el mal recuerdo del momento aquel en que vio el infierno  al soportar el dolor por falta de anestesia en la intervención. Qué médico tan bruto, solo a él se le ocurría sacar la raíz del colmillo infectados sin anestesia. Así era el doctor Gallo: rápido y a bajo costo.

Algún tiempo después, el gobierno de los Estados Unidos ocupó al doctor Gallo enl la zona  petrolera de Barrancabermeja para que atendiera allí a los trabajadores de la empresa, donde había elementos norteamericanos. Cumplida la misión se trasladó a su suelo nativo a recibir los aplausos por su afán de servir a la humanidad.

Yo también le estoy  agradecido por la hermosa y delicada operación practicada a mi hermano mayor, quien nació con el labio superior hendido. El  cirujano tomó carne de los glúteos para rellenar el faltante y una vez sanada la intervención le hizo la caja de dientes para que todo quedara como debía ser, gratis, gratis. Donde quiera que esté su alma o  espíritu del doctor Gallo, que el Supremo Amor le devuelva con creces el inmenso favor hecho a mi hermano. Mientras tanto reciba mi  eterna gratitud

Comentarios

  1. Siendo yo una niña de 9 años me opero de las amígdalas muy rapido en una silla como de
    ddentista.

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