CATALINA ERAUSO: LA MONJA ALFÉREZ


Alfredo Cardona Tobón*

 


Alta, andrógina, con mínimos pechos, voz grave y una vida errabunda, Catalina Erauso y Pérez y Galarraga fue un personaje violento del siglo XVI, que continúa siendo fuente de inspiración en el cine y en la literatura.

Catalina nació en 1585 en San Sebastián, Guipúzcoa, España, en el hogar de un militar distinguido. Eran tiempos de caballeros, piratas musulmanes, monasterios y leyendas. La vida de esta mujer con arrestos varoniles corrió tormentosa entre conventos y campos de batalla, en medio de aventuras lésbicas, duelos, muertos, el mar, mesones de mala muerte y mansiones señoriales. Nunca usó su nombre de pila, pues en sus correrías por Europa y América figuró como Pedro de Oribe, Alonso Díaz, Antonio Erauso y Francisco de Loyola.

A los cuatro años de edad los padres de Catalina la internaron en un convento dominico junto con sus hermanas, a fin de educarlas según los criterios católicos, en labores propias de su sexo para que al llegar a la edad de matrimonio fueran desposadas como “Dios manda”. Pero la vida monástica y el hogar no serían el destino de la jovencita que consiguió ropa de hombre, se cortó el cabello y a los quince años de edad escapó del convento para empezar una existencia errabunda.

Catalina anduvo de pueblo en pueblo trabajando como paje de grandes señores; una reyerta la llevó a la cárcel y tras un mes entre rejas dirigió sus pasos al puerto de San Lucar de Barrameda, donde el lunes Santo de 1603 se embarcó con rumbo a América.

En Punta de Aragua, Venezuela, recibió el bautismo de fuego en un combate contra una nave pirata holandesa. En un buque de un pariente, que no la reconoció con su traje masculino, Catalina llegó a Cartagena y luego a Nombre de Dios, en las costas caribeñas, donde asesinó al capitán del barco, se robó 500 pesos y huyó hacia el Perú como ayudante de Juan Urquiza.  Una tempestad hizo naufragar la nave cerca del puerto de Manta, y milagrosamente Catalina se salvó con su amo, quien la nombró administradora de una vasta estancia, donde además de recibir dinero y vivienda tenía tres esclavos a su servicio. Otra pelea la llevó a la cárcel de donde salió gracias a los oficios de Urquiza y del Obispo que intervino haciéndole prometer que se casaría con una tía del sujeto a quien había cortado la cara

 Para evitar el matrimonio que haría evidente su condición de mujer, Catalina huyó a Trujillo, donde la encarcelaron tras una riña y volvió a recobrar la libertad con el auxilio de Urquiza. Siempre entre líos y embrollos siguió a Lima recomendada por su protector, pero perdió el empleo al ser descubierta andando entre las piernas de una cuñada del amo Así que sin oficio, ni dinero y con un prontuario delictivo, Catalina se alistó a las órdenes del capitán Gonzalo Rodríguez y marchó con la tropa colonial a combatir a los aguerridos indígenas mapuches.

 

LAS HAZAÑAS MILITARES

En 1609 las fuerzas de los caciques Ainavilu, Anagnamen, Pelantaru y Longoñongo vencieron  en campo abierto a los españoles, usando las armas de hierro y las  cotas de malla que arrebataron en otros combates y con escuadrones de caballería tan disciplinados  y valientes que envidiarían los hispanos en sus luchas en Europa. En este combate en Puren, pereció el capitán, y Catalina valiente, osada y con desprecio total por la vida tomó el mando y resistió las cargas de los mapuches. Por ello recibió el grado de Alférez, aunque merecía el de capitán, perjudicada, tal vez, por su prontuario violento y la crueldad extrema que mostró ante los enemigos.

En Chile, Miguel de Erauso se desempeñaba como Secretario del gobernador; una noche en un mesón hubo un altercado por un motivo trivial y Catalina en medio de las sombras mató a Miguel, a quien posteriormente identificó como uno de sus hermanos. Por los servicios en la guerra araucana no fue condenada a muerte, pero se le desterró a Paicabé y luego se le trasladó a Concepción donde este personaje violento, con sexo de mujer pero con arrestos y apetito de hombre, asesinó al auditor general del puerto.

Esta vez no había quién pudiera salvarla del cadalso y para conservar la vida, Catalina cruzó los Andes con destino al virreinato del Rio de La Plata, atravesando alturas desiertas, llenas de nieve y barridas por los vientos.  Un lugareño la recogió agonizante en medio de la escarcha y la llevó a Tucumán, donde Catalina enamoró y prometió matrimonio a la hija de la viuda india que lo acogió durante su convalecencia, en tanto que al mismo tiempo seducía a la hija de un canónigo.

Cuando recobró la salud, Catalina tomó rumbo a Potosí con el dinero y las joyas de la hija del canónigo y se alistó nuevamente en las filas de las tropas coloniales, participando en la matanza de Chuncos, donde asesinaron vilmente a niños, hombres y mujeres mapuches.

En el año 1623 al verse herida y sola, Catalina confió al Obispo de Guamanga su condición de mujer.  Unas matronas atestiguaron que sí lo era y además estaba virgen. El alto prelado perdonó sus excesos, la vistió de monja y la internó en un convento; era algo así como encerrar un gato en la alacena o poner al diablo a fabricar las hostias.

Las aventuras de Catalina llegaron a oídos del rey Felipe IV que le concedió una pensión y a los del Papa Urbano VIII, quien le otorgó la facultad de seguir usando ropas masculinas y nombre de varón. Pero la existencia llana y tranquila no estaba en la mente de este guerrero confinado en el cuerpo de una mujer; así que la monja alférez se embarcó hacia Cartagena de Indias y de allí pasó a la Nueva España donde estableció un negocio de arriería entre México y Veracruz.

En México se pierden las últimas huellas de Catalina cuya memoria mitad verdad y mitad leyenda, además de ser soldado, traficó con ganado, se asiló en las iglesias, escapó al patíbulo, enamoró mujeres casadas y pervirtió doncellas, fue monja, ladrona, asesina y encontró protectores sin conocer varón.

Vida extraña y turbulenta, antítesis de todo lo que podría esperarse de una tierna niña educada en un convento.

 

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