BELISARIO RAMIREZ Y LA MONOGRAFÍA DE VICTORIA- CALDAS


Alfredo Cardona Tobón

 


Antonio José Restrepo, el famoso Ñito Restrepo de Antioquia, en sus ajetreos de diplomático e Europa,  añoraba el aire tibio y húmedo de las riberas del rio  Magdalena y ese llano feraz y de aire transparente de Victoria, donde uno se siente dueño del mundo y el alma se acerca con fervor casi religioso , a la naturaleza.

 La tierra de Victoria embrujó a Ñito como sucedió con el conde Podewils  y las decenas de alemanes y belgas, que a principios del siglo veinte se dedicaron a transformar la selva, casi indómita, en valiosas haciendas ganaderas.

Victoria tiene algo distinto al resto de las comarcas caldenses: mitad paisa, mitad tolimense, es un poblado calentano con raíces en la serranía que marca sus horizontes.  Es el pueblo con el pasado de una campesina pizpireta sin pergaminos ni apellidos pomposos y un presente sin grandes realizaciones, pero eso sí, con el presentimiento de un futuro, que quisieran soñarlo las comunidades del erosionado norte y del quebrantado occidente del departamento.

Cuando Belisario Ramírez González llegó a Victoria ese primero de mayo de 1960, también se vio envuelto en la magia victoriana. Fue otro extraño acercamiento de esa tierra con un hombre de ancestros paramunos, quien cambió su plaza de maestro en Manizales para empezar a rodar por los parajes del extremo oriente de Caldas, hasta afincar definitivamente sus querencias en Victoria.

Belisario fue como un novio enamorado de Victoria que no perdía la oportunidad de estar a su lado.  Algún día probó fortuna en el poblado de Risaralda y regresó a Victoria como personero municipal. Luego remontó vuelo a Carimagua, en los llanos orientales, donde como Ñito Restrepo sintió nostalgia de los charcos de Doña Juana, de Fierritos, de la ceiba del parque. Al fin ancló en Villamaría, donde siempre pensó y vivió en función de Victoria.

Escribrir un libro de historia local es tarea de quijotes, pues no se cosechan laureles ni dividendos económicos. Y si uno se aventura a escribir la historia de una población sin cronistas, sin hechos portentosos, donde no hay dones ni potentados, sino  pueblo raso, es más que una quijotada.

Más de treinta años de labor silenciosa, tenaz, sacrificada… necesitó Belisario para legar a la posteridad un resumen de la vida victoriana. Debió sacudir polvo y polillas de los archivos parroquiales, notariales y oficiales para encontrar las huellas del pasado.

Su relato es tradicional, pleno de datos e información debidamente avalados.  No pretende adentrarse en análisis sicológicos ni sociológicos; otros estudiosos aprovecharán las investigaciones de Belisario Ramírez para encontrar explicaciones y motivos. No urde tramas, ni novelas, simplemente relata.  Y este es el objetivo de su libro: recoger los hechos y la memoria cotidiana.

Belisario recoge un pasado que empezó con los pantágoras, los marquetones y los palenques, esos valientes americanos que prefirieron la muerte a la esclavitud y que infortunadamente sepultaron sus genes en las cenizas de los caseríos devastados. Nos recuerda la odisea de aquellos  españoles que buscaron el vellocino dorado en las tres aldeas de Victoria y la lucha de paisas pobres  tolimenses sin tierra que dieron la vida al caserío  que vegetó  durante  muchos lustros, aislado de un Caldas lejano y ausente.

La historia de Colombia no se escribe exclusivamente en el parlamento ni en las avenidas bogotanas; tampoco es la historia de los grandes hombres, o más bien de los personajes con vitrina. La Historia de la Patria se construye, también en los caminos, en las veredas, en las aldeas que van sumando para constituir la realidad nacional.

Son las historias regionales las que descubren el alma de la Patria; es en obras como la de Belisario Ramírez donde se puede palpar el sentimiento de un pueblo para poder prospectar su futuro.

Vemos, como en Victoria, son los educadores y los burócratas quienes han llevado la responsabilidad de su destino, en otras partes son los comerciantes, o los militares o los líderes campesinos. Aquí notamos la vocación pacifista de la comunidad y quizá, también, la falta de una identidad  que aglutine o prepare al municipio  para afrontar el reto del progreso, que vendrá de Bogotá o de Medellín, cuando esas metrópolis saturen sus vecindades.

Con l monografía de Victoria y su libro “Periodismo en la Provincia” Belisario Ramírez aporta dos importantes obras que enriquecen el acervo cultural de Caldas.

Esta obra realizada con amor, con seriedad y sin pretensiones, como lo reitera su autor, es la mayor herencia que puede darle un hijo a su tierra. Ojalá en estas páginas se inspiren las nuevas generaciones victorianas para dar a su municipio el lugar que merece por su gran ´potencial y económico.

Ojalá sea este libro el eco que impida olvidar a un gran hombre, que sacudido por todas las tormentas de la vida, siempre tuvo lugar para Victoria a través de toda su existencia.

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