MANIZALES EN 1885


MANIZALES EN 1885.

Alfredo Cardona Tobón*

 

Esos tiempos no fueron buenos; en realidad no hubo tiempos buenos  para los vecinos de  Manizales en la  dura época comprendida entre  1862 y 1885, tiempo de langosta y tifo, de terremotos y guerras.

Al empezar el año  1885 muchos viejos  laboraban solos en sus terruños,  sus hijos se habían internado en el monte para huir de las levas militares y   gran parte de  los hogares habían rendido el tributo a un Estado menesteroso y cruel  que solamente  establecía impuestos y contribuciones y convocaba al campo de batalla: Valiosos jayanes nacidos para el surco y el trabajo murieron al enfrentarse a Mosquera en 1862, otros cayeron en la batalla del 5 de abril de 1877 defendiendo a Manizales de las montoneras caucanas, perecieron en la rebelión de 1879  o en  las innumerables escaramuzas  azuzadas por la iglesia y atizadas por el radicalismo liberal que intentó a toda costa doblegar las creencias antioqueñas.

En 1885 Manizales estaba  envuelta en el torbellino de la guerra pues el gobierno radical de   Antioquia impuesto por los caucanos desde 1876, se sumó  a la rebelión contra el presidente Núñez

Las autoridades de la Provincia del Sur, con capital en Manizales, anunciaron  por bando las  victorias en Ansermaviejo y en Quiebralomo y el envío de una columna a tierras tolimenses para frenar el ataque de las fuerzas del poder central.  Como las bestias no eran suficientes,  la comandancia del ejército  echó mano a las caballerías de Manizales y poblaciones vecinas de las que pagó apenas la cuarta parte de su valor y comprometiéndose a cubrir el resto  “cuando las circunstancias lo permitieran”.

El erario estaba exhausto y  Antioquia arruinada. Medellín declaraba las guerras y Manizales y las provincias  las peleaban y las financiaban, por ello el   gobernador de la Provincia del Sur estableció préstamos forzosos a quienes consideró indiferentes o enemigos del radicalismo liberal, echó mano al ganado de los particulares y  monopolizó la venta de la carne de res.

Las noticias coladas por las  trastiendas y  los solares hablaban del avance por el sur de las tropas nuñistas comandadas por el general Payán y de la victoria del general Mateus sobre los radicales en cercanías de Salamina. Se comentaba que los días del dominio liberal estaban contados y pronto los sacerdotes podrían volver a predicar la palabra de Dios sin pedir permiso, se acabaría  el ateísmo y un nuevo régimen volvería a encarrilar los destinos de Antioquia. Por eso don Pedro García, un cultivador minifundista de La Cabaña, se animó a viajar al pueblo donde pretendía vender la panela que había sacado en el trapiche de un amigo.

Cuando las primeras luces aparecieron detrás del nevado del Ruiz, don Pedro  enjalmó su mula carateja, cargó la panela, amarró a Titán de la  baranda del corredor y con su esposa, doña Clementina Alzate,  tomó el camino que conducía de La Cabaña a Manizales. Al llegar al pueblo cambiaron los alpargates llenos de lodo y doña Clementina lució su mantilla de flequillos que cambió días antes por uno de sus lechones.

 El ruido de los cascos sobre el empedrado rebotaba en las tapias;  Manizales estaba  desierto y también la plaza de mercado, pues pocos vendedores de víveres habían llegado en esa ocasión por temor a las encerronas de reclutamiento.

 Al acercarse a la plaza se toparon con un grupo de soldados que venían de Cartago. En su  rostro se notaba el cansancio y la derrota:  eran los sobrevivientes de la  columna de Manuel Antonio Ángel,  el “Pato Ángel”, arrollados por las tropas de Payán y por los negros del Bolo en las orillas del río La Vieja.

LA CAPITULACIÓN DE LOS LIBERALES RADICALES

Pese al control del coronel Rafael Uribe Uribe  sobre el norte del Cauca, los radicales antioqueños estaban derrotados y  la tenaza nuñista se cerraba día a día  sobre Manizales. La guerra era una causa perdida; por eso el  gobierno radical de Antioquia celebró el convenio de Neira que daba por terminadas las acciones en la región

El gobierno nacional indultó a los radicales comprometidos que entregaron las armas y  Antioquia quedó de nuevo en manos de los conservadores y del clero católico. Sin embargo, aunque se pactó la paz y se indultó a los rebeldes, varios grupos  alzados en armas no aceptaron el cese de hostilidades y continuaron sus acciones  a lo largo y ancho de la provincia del Sur

Para conservar el orden,  atender el servicio postal y recoger las armas en poder de los radicales, el prefecto del Departamento del Sur estableció una fuerza de gendarmería de cien individuos, vestidos y racionados con fondos de las contribuciones de los vencidos y de los indiferentes a la causa conservadora.

Para someter a los sediciosos, catalogados ya como malhechores, en junio de 1885  el Prefecto Marcelino Arango dispuso una fuerza especial, pues según sus palabras, era desdoroso para una sociedad civilizada, dejarse imponer por unos hombres sin amor al hogar, ni al trabajo, ni a la paz. Se nombró como Jefe de Guarda al Sr. Félix Álvarez con el grado de sargento mayor, capitán ayudante al  Sr  Horacio Palacio y como Alférez ayudante al Sr.  Ángel María Carvajal

En la tropa figuraba don Pedro García, que pese a su edad se ofreció de voluntario y con su mula carateja, su perro Titán y una escopeta de fisto se  unió a la tropa especial que sometió los focos revoltosos en Villamaría  y en el Alto de las Coles. No podía ser de otra manera, pues como conservador y católico no dudaba en ofrecer su vida en defensa de los caros principios antioqueños

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