EN LA DORADA: EL BOCHINCHE DE LOS CHAMAS

Alfredo Cardona Tobón *



Reverberaba el sol en la plaza de La Dorada y el olor a pescado frito y a cerveza flotaba en el aire caliente que llevaba el viento hacia las orillas del río Magdalena. En la lejanía   el pito del tren que se acercaba con más parroquianos a la fiesta, sobresaltó un caballo zaino, que bañado en sudor y con cataratas de espuma en su hocico, se levantó sobre las patas traseras haciendo tambalear al zambo  que lo montaba y lo hacía caracolear en la polvorienta calle, tratando de impresionar a dos negras de traseros tan grandes, que casi no dejaban campo en la espaciosa acera.
Unos `guámbitos`, casi en pelota, observaban por los resquicios de la corraleja a la  multitud  borracha que esperaba la salida de los toros chúcaros, que llenos de pavor por la pólvora y la gritería, estrellaban sus testas contra los postes del corral improvisado.

Avanzaba la tarde del 26 de diciembre de 1929 y La Dorada, como el resto de los pueblos ribereños, era por aquellos días un globo henchido de tensiones por los graves problemas de los braceros del río, las huelgas de los ferrocarrileros, de los petroleros y de los obreros de las bananeras, cuyos salarios de hambre enriquecían a los explotadores internacionales  bajo la mirada complaciente de un gobierno débil y corrupto.

LA CHISPA QUE PRENDIÓ EL CONFLICTO

Estaba fresco el recuerdo de los centenares de muertos en las bananeras de Ciénaga y sólo se necesitaba un débil pinchazo para que el pueblo estallara y buscara el desfogue a la frustración y a la injusticia.
El día de la corraleja el alfiler lo puso Asís Chamas, un individuo de nacionalidad siria, de profesión comerciante de cacharros, medio analfabeta, que nada tenía que ver con los extranjeros que mangoneaban al país en el régimen de Abadía Méndez, pero que era mirado con antipatía por la gente del puerto por su carácter agrio y pendenciero.
Eran como las cuatro de la tarde y Asís, medio muerto de la perra y con el valor que dan los tragos, creyó que era Cúchares y se tiró al ruedo, con tan mala suerte que se enredó en el palco de la reina de la fiesta y  tumbó, rasgó y pisoteó la bandera colombiana que honraba el sitio.
Los borrachos vecinos oyeron el estruendo y creyeron que Chamas había destrozado irreverentemente el pabellón patrio. Llenos de furor patrio arremetieron contra el pobre sirio, que se salvó de ser linchado al caer providencialmente en las manos y los bolillos de la policía que a golpes lo llevaron arrastrado a la prisión.
Al día siguiente, el padre de Chamas, de nombre Abdalá,  llegó embriagado a  la inspección  y empezó a insultar a los agentes y a denigrar en voz alta  contra el país que lo acogió, maldiciendo a Colombia y al “hilacho que tenía colgado” y acabó de complicar la situación, ya de por sí grave y peligrosa para los ciudadanos sirios.

EL MOTÍN

Los denuestos de Abdalá llenaron de santa indignación  a los presentes que molieron a cocas  al viejo Chamas que se salvó de la muerte por una nueva intervención de la fuerza pública. La indignación del pueblo enfiló, entonces, contra la policía del régimen conservador que hacía causa con los Chamas y la reacción fue tan violenta que a los agentes sólo les quedó el recurso de acuartelarse, para evitar una confrontación armada con la turba.
La chusma envalentonada  interpretó  como cobardía la actitud prudente de los uniformados y rodeó el cuartel con claras intenciones agresivas. Los policías vieron correr a dos hombres hacia la casona y juzgando que empezaba el ataque dispararon contra el populacho, que lejos de huir, avanzó sobre tres compañeros muertos y una docena de heridos, y a punta de piedra hicieron huir a los quince uniformados hasta el sitio de Purnio.
La gente sin control saqueó varios  almacenes, robó pólvora y dinamita, voló el cuartel y el edificio de la alcaldía y quemó los archivos municipales. La Dorada quedó en manos de los amotinados, que  destruyeron las líneas de teléfono y de telégrafo y recorrieron las calles armados de escopetas y de machetes, como si estuvieran en plena guerra.
El 28 de diciembre el puerto continuaba en poder de los revoltosos. En medio de la confusión se fugaron los  presos de la cárcel, entre ellos Asís Chamas, que repuesto de la juma y aterrado con el bochinche que había causado abandonó para siempre La Dorada, con su padre Abdalá y toda la parentela.


Al empezar el año nuevo  llegaron refuerzos de Honda y Manizales y la ciudad ribereña volvió a sumergirse en esa paz amodorrada de la tierra caliente e impuesta al pueblo por las bayonetas y la necesidad. Aunque era evidente que todo aquello había sido un motín  causado por los tragos, las autoridades locales y nacionales se empecinaron en  presentar los hechos como un complot comunista, orquestado por la izquierda para desestabilizar  al  régimen conservador de Abadía Méndez, que un año atrás había  mostrado sus garras asesinas en la masacre  de las bananeras de Ciénaga..

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