LA GÓNDOLA FUNERARIA

Alfredo Cardona Tobón



Repasando las páginas amarillentas de los periódicos de la época se encuentra todo tipo de sucesos en los  quebrados tramos de los cables aéreos que comunicaron a Manizales con Mariquita y con Aranzazu; encontramos bandidos que asaltaban a los pasajeros en las alturas y héroes que arriesgaron sus vidas para rescatar viajeros varados entre las torres.
Los periódicos registraron tragedias causadas por travesuras de muchachos, otras por borrachos irresponsables y dramáticos  rescates de víctimas de accidentes. Los cables aéreos crearon roces entre Manizales y los municipios  del  occidente del departamento, fueron la dura competencia de los arrieros y también celestinos de amores entre las nubes...
La era de los cables fue una  época especial sin paralelo en Colombia, es un pasado de sombras y luces, con  errores y aciertos, que contribuyeron a modelar la identidad caldense y conviene recordar antes que el tiempo y la polilla acabe con los testimonios escritos de aquella época.
UN DESCONOCIDO LLEGA A GUALÍ
En la resolana del medio día del 22 de junio de 1927 varios obreros levantaban la nueva casa de Jesús Jaramillo en el sitio de Gualí, cerca de una estación del cable entre Mariquita y Manizales. El agudo chillido de las cigarras apagaban los trinos de los pájaros, el  revoloteo de los guaraguaos y el lejano latir de los perros de la Hacienda. De pronto un relincho hizo callar las cigarras,   y entre los árboles de quiebrabarrigo  que sostenían los alambres de la cerca se fue dibujando  un jinete encorvado sobre una bestia blanca.
La yegua con la rienda suelta enfiló derecho hacia la construcción y  paró a tomar agua en el bramadero;  los trabajadores se acercaron al animal y vieron sobre su cuello  a un hombre desmadejado que era piel y huesos, tez lívida y resuello tan imperceptible y cortado que hacía adivinar la cercanía de la muerte.
Los artesanos se apiadaron del forastero, lo desmontaron con cuidado, lo tendieron en el corredor de la casa y con la solidaridad que une a quienes nada tienen y saben que algún día les tocará la mala suerte,  dieron  de beber al enfermo y le colocaron unos paños de agua fría en la frente quemada por la fiebre.
Entre balbuceos el recién llegado dijo llamarse Pedro Obando, natural de Palestina en Caldas y comerciante de profesión; dio a entender que la enfermedad lo había sorprendido en Honda, en vista de lo cual apuró su regreso a  Manizales en busca de un galeno que  atendiera su quebrantada salud.
Con la fresquita de la tarde el enfermo reaccionó un poquito, pero al llegar la noche se fue agravando. El pobre hombre adivinó su suerte y en los momentos de lucidez fue repartiendo las escasas pertenencias entre las personas que lo acompañaban en la  agonía:  a Tista Uribe  le regaló el poncho de lino, a Juancho Vargas le dio el carriel jericuano, a un negrito de Mesones la muda de ropa que llevaba en las alforjas y con manos  temblorosas obsequió al capataz el reloj  Ferrocarril de Antioquia.
A las diez de la noche un arriero procedente de Victoria llegó al corral con varias mulas cargadas con cacao, el hombre descargó los animales  se acercó adonde yacía inconsciente el comerciante, se condolió de su suerte y al ver la yegua dijo que se la había prestado al enfermo; con las primeras luces del alba el arriero enjalmó sus mulas, cargó el cacao y desapareció con la  yegua blanca y el petate con cachivaches del finado, mientras Pedro Obando, sin un sacerdote que  le administrara la santa Extremaunción, sin quién llorara su muerte, se fue de este mundo con las primeras luces del día.
EL VIAJE POSTRERO DEL INFORTUNADO VIAJERO
Dos días estuvo el cadáver en  un rincón del corredor como si estuviera en cámara ardiente; los gallinazos empezaban a  asentarse en los postes de la cerca y los obreros, cada vez más desesperados, no atinaban qué hacer con el muerto, pues como buenos cristianos no se atrevían a sepultar  al pobre hombre bajo un mango o un samán como si fuera un perro.
El olorcito y el cristianismo obligó a  remitirlo a Manizales   para que lo enterraran con ataúd y los ritos de la iglesia y como no hubo arriero que lo llevase ni plata para pagarlo, embalaron a Pedro Obando con doble encerado, para disimular la hedentina, lo aseguraron con unas guaduas, lo cubrieron con una manta como una momia y de contrabando lo subieron a una góndola del cable con una boleta donde anotaron las señas del difunto
Mientras la góndola se acercaba lentamente a la capital caldense,  Antonio Restrepo, empleado de la firma Isaza Llano, esperaba en la estación Manizales una carga de cigarrillos de Ambalema. Al  llegar la góndola con el fardo cuidadosamente amarrado  imaginó que había llegado la mercancía y con un par de ayudantes procedió a desenvolver  el bulto para revisar el contenido.
A medida que fueron desenvolviendo el atado el olor se hizo insoportable y al retirar el último encerado casi se mueren de susto, pues en vez de tabacos se encontraron con la mueca cadavérica del polizón del cable. La gente se arremolinó, llegaron las autoridades, leyeron la boleta con el nombre del muerto y de inmediato se supuso un crimen.
La necropsia  constató la muerte natural del sujeto de unos 35 años de edad, moreno, de regular estatura y dientes naturales. Como esperaban los trabajadores de Gualí, manos piadosas enterraron a Pedro Obando en el cementerio de San Esteban.
En Palestina una viejita solitaria preguntaba a todos los que venían de orillas del rio Magdalena por el hijo ingrato que no era capaz ni de mandarle una boleta para atenuar su angustia y saber que estaba bien en tierra extraña

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