LUIS CARLOS GONZÁLEZ Y LA FONDA DE CERRITOS



Alfredo Cardona Tobón*


 
Dicen que de tanto en tanto el maestro  Luis Carlos González  baja del cielo   con su amigo Figueroa a correrse sus guaros en Pereira. Quienes saben de cosas de otro mundo aseguran que se disfraza de agente viajero y lleva sombrero para ocultar el aura que llevan los santificados..

 
También se asegura que hace pocos meses un médium  hizo contacto con el poeta y habló de su desilusión al ver la aldea  querendona, trasnochadora y morena, con olor a mango y clavellinas,  convertida en una urbe sucia y sin  árboles diseñada para megabuses y superalmacenes

 
Luis Carlos González no encontró el” Café Páramo” y tampoco” El Patio” donde paraba el maestro a conversar con sus amigos y a tomarse sus ‘guarilaques. La pica de los nuevos tiempos arrasó aleros, los ventanales de los enamorados y las  fondas camineras como la Central y la de Cerritos convertidas en versos en las fronteras entre paisas y vallunos::


“ Sobre el pecho del camino

que muerde polvo y cansancio

es la fonda bisabuela

que bosteza su retardo,

quieto espolín desprendido

de recio tropel de cascos

que pasó rompiendo estrellas

fatigados por el diablo.”

 

Menos mal que al vate no le tocó ver la destrucción de las fondas. Con el último terrón removido en el predio de la Fonda de Cerritos, el bulldozer cerró un capítulo de la historia pereirana

 Si en ese momento Luis Carlos González hubiera estado allí, habría llorado de pena y en sentido bambuco habría recordado tiempos idos, cuando la vieja casona emergía entre el polvo de las recuas y las maldiciones arrieras se mezclaban con las notas de la vitrola.

 

Fonda aguardientera fue la de Cerritos, celestina de amores, de casados  de leche con cucas, donde el modernismo cambió los taburetes de vaqueta por las sillas cromadas, y el sancocho de espinazo por perros y salchichas.

 

“ Vocalizan sus paredes

sencillos nombres de guapos

con corazones y cruces

rabia y celos pregonando

lucen sus ruinas de cedro

mordiscos de machetazos

cicatrices de justicia

de código legendario”

 

A fines del siglo diecinueve, el rancho de barro pisado y techo de palma del sitio de los Cerrillos, señalaba un mundo hostil para los paisas y una promesa de botín a los caucanos arriados desde el Patía. En los corredores, más de un recluta estrujó contra su pecho el escapulario y trazó en las paredes una cruz de despedida antes de continuar su camino hacia la guerra; el filo de los machetes sacaron chispas  y rebanaron los barandales mientras las ánimas de Pindaná se empapaban con  la sangre que escurría por los empedrados

 
Al empezar el siglo veinte la fonda de ladrillo cocido y tejas de barro marcó el cruce hacia La Virginia y al puerto de La Fresneda. Don Bernardo Correa Bernal, hombre corpulento y guapo nació en la vieja  fonda y como remachado  a Cerritos allí pasó toda su vida. Don Bernardo, recordaba los tiempos de José Jaramillo Sierra, de Antonio Botero, Manuel Mejía Restrepo... que entre sorbo y sorbo de cerveza “Llave”  apuntalaban sobre bultos de maíz el futuro de Pereira. Fueron hombres de acción, generosos caballeros que sin contraprestación alguna donaron el terreno para ampliar la vía hacia Cartago; y de  ñapa prestaron  mulas y pagaron  jornales para adelantar la obra.

 
“ Fingiendo perros que ladran

lame el viento el empedrado

que añora sobre su lomo

un huracán de caballos.

Y es la luna desangrada

                                 sobre sus tejas de barro

                                 Inútil farol de nácar

                                 por arrieros olvidado.”

 

Cuando en las  noches de luna la sombra de la colina caía sobre la Fonda de Cerrito, la casona se recortaba en el horizonte tachonado de penachos de guadua, que se movían con el viento como si fueran fantasmas. En los caminos cercanos las recuas horadaron tremedales donde se hundían las bestias que bajaban con café desde Manizales con destino a La Fresneda y al océano Pacífico

La fonda era la antesala de la  crema y nata de la región que se preparaba para  abordar el vapor  “Mercedes” que durante ocho días de música y bailes llevaba a los pasajeros  hasta Juanchito en cercanías de Cali. Era el abrebocas o la entrada a una aventura por un rio matrero que    era como un océano para los paisas  nacidos y criados en la montaña

 

“Huellas rotas de herradura

                                   tolda limpia, grito largo,

            gallardo sudor labriego

                       aguardiente, tiple y dados,

                                             sobre el terrón de mi patria

                                             son las fondas, ya sin cantos

                                             adiós de gloria viajera

sobre relojes descalzos.”

 

.Donde estaba la fonda de Cerritos no quedan ni siquiera sus ruinas. Un potrero cerró las huellas de muladas y carrioles y unas moles de concreto remplazaron el cruce de los caminos.

Tan solo queda el rumor de los versos de Luis Carlos y el recuerdo que destilan sus bambucos y en la memoria de Pereira la imagen de  la fonda de Cerritos que señalaba el fin de la empolvada cuesta de La Virginia y era la antesala de la risueña, limpia y dulce  Pereira de nuestros sueños de niños.

 

Comentarios

  1. Muy interesante tus observaciones sobre el cambio de pereira y relacionarlo con la vida de mi padre pues el amo mucho a su pueblo y si creo que todo este cambio le sorprenderia.

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  2. Desde niño había en mi casa un libro de Luis Carlos González llamado Asilo de versos(Sibaté con más celdas)y me causaba mucha curiosidad porque en el colegio yo cantaba La Ruana; el poema que más me gustaba era Raza...? por su verso final con la grosería tan típica. Un antepasado mío, Policarpo Benítez, personaje tristemente célebre, al menos en los recuerdos familiares míos, fué su maestro de escuela y González le dedica un soneto en Fototipias de Urbano Cañarte. Para mí un honor de sabor agrudulce.
    jotagé gomezó

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