LA GUERRILLA DE CEFERINO MURILLO


Alfredo Cardona Tobón  *

Don Germán Tobón  Tobón


Recuerdo cuando acompañaba a mi abuelo Germán  Tobón  a la misa dominical de las seis de la mañana .Desde entonces han pasado muchos años y aún ignoro si iba a misa por interés del pintado con pandequesos y huevos pericos, por el trago de aguardiente que tomaba dizque como remedio, o por el grato palique que sostenía el abuelo, después de la ceremonia religiosa, con su cuerda de veteranos.

De lo que estoy seguro, segurísimo, es que desde esos remotos  tiempos le cogí amor a los relatos sin dueño, al placer de las historias sin papeles, que alterno con mi profesión de ingeniero. Lo que me asombra, además, es no haberme convertido en alcohólico,  porque con ese aguardiente en ayunas,  quedaba copetón por el resto del día y me sentía tan macho como Pateperro, un amigo de papá, cuyas perras duraban semanas..

A los seis años de edad, esas madrugadas dominicales eran aventuras asombrosas :  me impresionaba el retumbar de los cascos de las bestias en las calles empedradas y la neblina que subía del cerro Batero. Mi imaginación volaba con los  rayos de sol naciente que se filtraban por los vitrales del  templo y caían como flechas sobre la testa coronada de  San Antonio o se perdían en los pliegues de las faldas de Santa Teresita y de La Inmaculada..

En esas madrugadas  fui testigo de las explosiones de vida de Quinchía, un pueblo muerto en semana y rebosante de agitación en los domingos. Al amanecer raudales de campesinos indígenas venían con cayanas, ollas de barro, maíz capio, guatines enjaulados, chiquichoques y envueltos… el pueblo hervía, las cantinas se llenaban, en los almacenes no cabía un almas y columnas compactas  llenaban las calles entre la Plazuela y la Quiebra.


Cuando terminaba la misa y llegaba el Orate frates que yo traducía como vámonos ligero que nos van a robar los alpargates, llegaba lo bueno : el desayuno parviado  en el Café Pielroja y la reunión con los  compañeros de papá Germán, en el café de Rodrigo Lema,  alias “ Chimenea”, donde los sobrevivientes de la guerra de los Mil Días recomponían el país y remascaban  sus  recuerdos.

En una de esas mañanas domingueras, del año 1949. conocí la historia inédita de Ceferino Murillo, un combatiente radical que no figura en archivos, ni en las memorias de cronistas y escritores:
Mientras degustaba el pandequeso caliente, se acercó Zofonías Bañol con el periódico “La Jornada”, que llegaba al pueblo con una semana de retraso.


-Que les parece señores que en  Boyacá los godos están poniendo pereque, pues los tienen alebrestados  unos cuantos curas retrógrados que quieren tumbar al gobierno-Comentó airado Zofonías.-

-Es que falta un hombre pantalonudo y berraco  como Ceferino Murillo, para que les ponga el ‘tate quieto’ a esos sinvergüenzas - respondió Bonifacio Guapacha, mientras se acomodaba la ruana en el hombro  y lanzaba una bocanada de humo para ratificar la sentencia.
-Pero eso no sucederá pues ya no existen liberales de esa laya- agregó Ananías Guapacha-


Para los  viejos cachiporros de la zona, indiscutiblemente la figura cimera del liberalismo habías sido  Ceferino Murillo. Para ellos Ceferino estaba por encima de López Pumarejo, de Jorge Eliecer  Gaitán y hasta del propio Rafael Uribe Uribe. Todos ellos eran unos pobres enteleridos incapaces de manejar al enemigo como lo había hecho el cojonudo guerrillero de la banda izquierda del río Cauca..


LA HISTORIA DE CEFERINO MURILLO.


Según la leyenda, Ceferino era un indio caratejo y menudo; ágil con la peinilla, guapo,  oriundo, quizás, de las tierras bajas de Supía , o tal vez, de las ardientes riberas de Caramanta. Cuando no peleaba era barequero, y como buen minero le gustaban las hembras calientes, el licor y el juego..
El 18 de octubre de 1899 estalló la guerra de los Mil Días. El suceso encontró a Ceferino en la aldea riosuceña de Bonafont. Apenas se dio la alerta las autoridades  pusieron presos a los liberales que consideraron peligrosos. Escaparon Manuel Celada, Emiliano García, Alejandro Uribe y unos pocos que huyeron hacia las orillas del río Cauca, donde se unieron para conformar una guerrilla y hacerle frente al conservatismo.

Ceferino Murillo, Manuel Olaya y David Cataño se sumaron a los revoltosos y con unas escopetas de fisto y la dinamita que robaron de las minas, trillaron trochas, se apoderaron de marranos y gallinas, emboscaron partidas del gobierno y sembraron de terror los campos a ambos lados del río Cauca.
Como Ceferino no se sometía a ningún jefe, armó tolda aparte, sonsacó algunos combatientes de Emiliano García y organizó su propia banda de malandrines que lo proclamaron coronel.
En el Dinde hizo correr a los gobiernistas; con Manuel Ospina atacó a Morrón y a Filadelfia, no dejó dormir tranquilos a los vecinos de Aranzazu y en la trocha del Silencio, sintió por primera vez la tristeza de la derrota y el dolor de dejar tendidos en el campo a 55 compañeros.

EL COMBATE DEL PINTADO.

Según contó ese día Zofonías Bañol, que había luchado al lado de Ceferino, por allá en abril o mayo de 1900 la ciudad de Riosucio se salvó por un tris de caer en manos del guerrillero.
Ceferino había reunido trescientos hombres en el sitio de La Guaira y alguien avisó al prefecto Simeón Santacoloma sobre las intenciones de tomarse a Riosucio, quien envió de inmediato una columna para detener a los alzados en armas, mientras simultáneamente pedía refuerzos antiqueños para sorprender al enemigo por la retaguardia.

Ceferino se retiró con su gente, cruzó el puente del Pintado, lo desentabló  y se parapetó en la orilla opuesta. El tiroteo conservador se inició a las doce del día y cesó al caer la noche. En vano esperaron los refuerzos de Filadelfia, pues los paisas le tenían pavor a Ceferino.
En las sombras los gobiernistas improvisaron unas balsas y cruzaron el Cauca sin encontrar resistencia. Cuando llegaron a los parapetos guerrilleros  encontraron  cinco muertos tras las piedras y otros tantos flotando en la orilla y ni rastro de Ceferino
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EL COMBATE DE BONAFONT.


El dos de julio de 1900 Ceferino ocupó por enésima vez a Bonafont.
El comandante Lorenzo Palomino con cien hombres, entre regulares y voluntarios, marchó a la pequeña aldea con el ánimo de acabar de una vez con el guerrillero.
A las cuatro de la mañana del siguiente día se estableció contacto con los revoltosos y tras fiera refriega los hicieron retroceder. Ceferino contraatacó desde la cuchilla de las Cuevas y empujó a su enemigo hacia la vía del Mestizo. Pero  refuerzos de Riosucio tomaron las posiciones de Pirsa y del Castillo y envolvieron a la tropa de Ceferino en una trampa mortal.Fueron muchos los muertos y heridos y como siempre Ceferino logró escaparse.
Zofonías terminó de tomarse el tinto, mientras yo daba de baja lo que quedaba de los huevos revueltos. Recuerdo que Zofonías miró hacia el cerro Gobia y  dio por terminada la historia..

Qué pasó con Ceferino?- preguntó mi abuelo Germán
Se lo tragó la tierra- dijo Zofonías- Unos aseguran que lo  mataron en un ataque a Salamina, otros dicen que  escapó al Ecuador en compañía de Manuel Ospina a reforzar las fuerzas rojas de ese  país y no faltan los camanduleros, que para hacernos mala propaganda, dicen que se ablandó y se metió de cura. 

Comentarios

  1. Interesante relato, curioso blog, le estoy agradecido por un trabajo tan poco común como este, gracias.

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